Marzo, 2020. La pandemia de covid iniciaba su ascenso imparable. El mayor sufrimiento imaginado. En los hospitales, los pacientes no podían estar acompañados, ni recibir visitas como medida preventiva. Es ahí cuando comienza esta historia. En el madrileño Hospital de La Princesa. Con un audio. El que mandó a los suyos la cirujana Cristina Marín Campos. Pedía que escribieran cartas de aliento a las personas ingresadas que, con enorme angustia, sufrían en absoluta soledad en las habitaciones. Solo en las primeras 24 horas, recibió más 100.000 misivas que, con la ayuda de familia y compañeros, filtró, imprimió y repartió. De niños, de mayores de las residencias, de reclusos… Un chorreo de solidaridad que se extendió a los demás centros sanitarios madrileños, españoles y del resto del mundo. Cinco años después, la doctora Marín recrea aquellos días para El Periódico de España. Le cuesta. Dice emocionada que hay heridas que todavía no han cerrado.
Adjunta del Servicio de Cirugía General y Digestivo de La Princesa, el hospital donde se formó -allí hizo la residencia desde el 2013 al 2018-, y que considera su casa, la doctora Marín atiende a este diario tras salir de quirófano para rememorar cómo surgió aquella idea que, en 2021, le valió recibir el Premio Dresde de La Paz que se concede desde la ciudad alemana. Un galardón que creó en 2010 la Asociación de Amigos de Dresde (Friends of Dresden Deutschland) y se entrega a personalidades mundiales que han contribuido al fomento de la paz y contribuido al cese de diferentes crisis. El de 2025 ha sido concedido al Tribunal Europeo de Derechos Humanos.
Bloqueo del hospital
La doctora Marín regresa a aquel oscuro marzo de 2020 cuando se le ocurrió una idea que se hizo viral. A la primera oleada de la pandemia. La más brutal. La que aisló a los enfermos en las habitaciones. «Al principio, los primeros días, había mucho miedo. El hospital se bloqueó por completo. No solo porque estaba absolutamente desbordado con pacientes -el centro tiene capacidad para unas 399 camas y llegó a haber 610 ingresados, precisa la cirujana-, es que, además, estaba totalmente cerrado. No había ninguna visita. Estaban solos. Muchos, por desgracia, fallecían al principio de la pandemia porque la infección era mucho más grave de lo que es ahora… «, comienza relatando.
A la cirujana le zarandeó lo que vivió en primera línea junto a compañeros, como ella, destrozados, asolados, atendiendo sin descanso a los enfermos que no paraban de ingresar y combatiendo contra un virus desconocido. «Pensé que, a lo mejor, podíamos hacerles llegar mensajes desde fuera, no tanto de sus propios familiares, sino de toda la sociedad que estaba encerrada en casa y podía sentirse útil ayudándoles». Así arrancó todo. De forma muy espontánea.
Dice la doctora Marín que tiene una familia grande y que, todos los días, en el chato del grupo, leía mensajes de desconcierto. «Estaban aburridos en casa, no sabían qué hacer, no sabían lo que estaba ocurriendo en el hospital y estaban muy preocupados por mí como o por conocidos que tenían que estar ingresados. Fue ahí cuando hice el clic de enlazar estas dos cosas. Por un lado, el ver que había tanta gente confinada en casa, de repente, sin nada que hacer y, por otro, los pacientes que se sentían tan solos y, además, estaban clínicamente muy graves».
El audio
Dicho y hecho. La doctora Marín mandó un WhatsApp a una amiga neumóloga del hospital y le trasladó la idea. A su compañera le entusiasmó. Comenzó pensando en que fuera su familia la que escribiera las cartas y les mandó un audio explicándoles la iniciativa. «Les pareció fenomenal y lo rebotaron a sus conocidos. En 24 horas, en mi mail, tenía 100.000 cartas de gente desconocida, desbordando toda la capacidad. Tuve que alquilar más espacio en Gmail, abrir otra cuenta… «, rememora.
Los pacientes esperaban con emoción ese aliento diario de solidaridad que procedía del exterior y que llegaba con la visita del personal sanitario. Las cartas tenían un asunto común: «Aguantad, no estáis solos«.
La doctora Marín, en su hospital, La Princesa / Hospital La Princesa
El mail personal de la doctora, recibió la primera oleada. Luego, las cartas llegaban a otra dirección de correo que creó de forma específica. Aquello corrió como la pólvora. Otros hospitales de Madrid se interesaron por la iniciativa. «Muchos me contactaron para decirme: ‘Oye, ¿cómo lo estás gestionando?, ¿cómo hacéis el reparto?, ¿cómo os habéis organizado?’. La envergadura, al final, fue mucho mayor. En otras ciudades de España, en otros países, se sumaron al proyecto de La Princesa.
Contenido inadecuado
La cirujana se reconvirtió en una suerte de cartera hospitalaria. Filtró, imprimió separó y distribuyó las misivas con la ayuda de su familia y compañeros: «Mi padre, que es un lector muy ávido, dedicaba casi la jornada completa a leer y a filtrar. Había algunos correos que podían tener contenido inadecuado para entregar. Nos daba miedo que se pusieran en contacto grupos tipo sectas, teníamos mensajes en ese sentido. O había gente que, en las cartas, hablaban de enfermedades personales o cosas así y, aunque a ellos les podía resultar como un poco de terapia, juzgábamos que no era un mensaje adecuado para entregar a una persona ingresada».
Mi padre, que es un lector muy ávido, dedicaba casi la jornada completa a leer y a filtrar las cartas
Una vez pasado el filtro, cuando llegaba al hospital, a las 8 de la mañana, «tenía como preparado el paquetillo que iba a imprimir ese día. Entre 50 y 100 mensajes diarios. Lo dejaba listo y me ponía a ver a mis pacientes. Al final de mi jornada, a las 3, cogía las cartas y entonces me subía a las plantas y repartía«.
Primero, a las habitaciones, pero luego, cuando vieron que podían organizarlo un poquito más, iba dejando cartas en los distintos puestos de enfermería o en la UCI. Y los propios facultativos o las enfermeras encargadas de cuidar de cada uno de esos pacientes les preguntaban si querían recibir una carta y, entonces, se la entregaban. «Obviamente, sobre todo en la primera oleada, había mucha gente que estaba en una condición muy mala. No procedía para nada entregar una carta», señala. Habla de situaciones terribles, como las de matrimonios ingresados en la misma habitación. «Entonces, uno de los dos fallecía y era tremendamente duro. Había que elegir si era el momento oportuno para recibir un mensaje así», añade.

Un sanitario de La Princesa da la mano a una paciente en la pandemia / Hospital de La Princesa
A veces, admite la doctora Cristina Marín, aquellas misivas de aliento desbordaban la emoción de quien la recibía: «Hubo, recuerdo, al menos dos casos de pacientes de la UCI a los que se tuvo que limitar el recibir una carta porque se emocionaron tanto que, respiratoriamente, su situación empeoraba por el propio sofocón y tuvimos que restringirlo. En general, se emocionaban muchísimo«.
De niños a reclusos
Entre los mensajes, había todo tipo de palabras de ánimo y de todo tipo de remitentes. «Desde dibujos de niños pequeños a cartas de los que ya sabían escribir. De residencias de mayores; de reclusos -recuerda especialmente las que llegaron de la cárcel de Zuera, en Zaragoza-; de gente invidente o de gente que no sabía escribir y que le pedían a un familiar que redactara la carta y ellos se la dictaban… «. Palabras llegadas desde todo el mundo.
Cuando a la doctora se le felicita por su gesta, admite, ya con emoción, que en realidad le cuesta echar la vista atrás. «Aunque parezca paradójico, ahora me emociona mucho más o me duele más recordar aquello. Porque, en el fondo, quedan ahí como heridas. En aquellos días, en que estábamos todos en modo supervivencia, en intentar ayudar en todo lo que pudiéramos, mi sensación era de sentirme desbordada, pero no ya por las cartas en sí, sino porque lo que se vivió. Era muy duro», verbaliza cinco años después.
Como a todos sus compañeros, a la doctora Marín se la reubicó para atender a los pacientes covid. «Fui ocupando diferentes puestos. Al principio,estábamos destinados a Urgencias y nos dedicábamos a atender a los pacientes que estaban en una cama o en una colchoneta en el suelo, esperando para ser ingresados. Eran pacientes graves y se nos morían mucho. En la sala de espera, en colchonetas… muy mal», resume con dolor.
Jeringuillas de morfina
«Recuerdo que yo llegaba todos los días y lo primero que hacíamos era dar una vuelta a la sala que íbamos a llevar ese día para intentar calcular cuánta morfina íbamos a cargar en las jeringuillas para sedar a los que estábamos viendo que se estaban ahogando. Había mucho desabastecimiento. De EPIS, de mascarillas… Recuerdo mucho, y con mucho cariño, todas las mascarillas que nos traían del Rayo Vallecano, de distintas entidades… «.
Los pacientes estaban tumbados boca abajo para ventilarlos. Respiratoriamente eso les mejoraba, pero les generaba muchas úlceras de apoyo en la cara
Después se encargó, junto con otros dos compañeros de curar las heridas de las úlceras de apoyo. «Porque los pacientes, muchas veces, tenían que estar pronados, o sea tumbados boca abajo para ventilarlos. Respiratoriamente, eso les mejoraba pero les generaba muchas úlceras de apoyarse en la cara y teníamos hacer las curas. Quitarles mucho tejido: de las cejas, de los pómulos… En el sacro, en la zona de la espalda… «, explica. El «tercer empleo» durante la pandemia de la doctora Marín fue «más ligero. En la segunda oleada le tocó apoyar a uno de los equipos de Medicina Interna con los pacientes.

La cirujana Cristina Marín Campos con su Premio Dresde de La Paz en 2021 / Hospital de La Princesa
El premio
Habla también del premio que recibió por su iniciativa. La cirujana decidió donar la cantidad que le dieron -10.000 euros- a una organización benéfica. «Fue una manera de reconocer al colectivo sanitario. Se personalizó y supuso una alegría muy grande, obviamente. Me sirvió para poder expresar mi agradecimiento a no solo los compañeros, sino, sobre todo, a los pacientes. A todo lo que habíamos podido compartir con ellos y todo lo que yo había aprendido de ellos. Al final todo esto son un poco circunstancias que suceden en la vida. Cosas que te pasan un poco inexplicables. Lo de las cartas se me ocurrió a mí, como se le podía haber ocurrido a otro», reconoce.
Acaba la conversación explicando lo que sintió en aquellos días, lo que más le emocionó de aquellas miles de cartas que leyó y entregó. «Teníamos tantísimas que repartí también entre el personal sanitario. Las dejaba y muchas enfermeras y médicos las cogían. Encontraban ánimo. En casa, por las tardes, se las mandaba a los compañeros que estaban enfermos de covid», explica. De todo lo vivido «lo que más me llamó la atención fue la capacidad de los demás para ponerse en el lugar del otro y ayudarles», confiesa admirada.