CINCO AÑOS CORONAVIRUS | 14-M: el día que España se paró

LA SALUD MENTAL, LA OTRA PANDEMIA

«Hoy valoramos más el hecho de quedar a tomar un café o de poder darnos un abrazo»

«Creo que todos experimentamos una sensación de irrealidad brutal»

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«Cuando las personas nos sentimos amenazadas nuestro cuerpo reacciona»

Luis Miguel Real, psicólogo, y Noelia Morán, psicóloga general sanitaria y profesora permanente laboral en la Universidad Complutense de Madrid.

Dificultad para conciliar el sueño, ansiedad, depresión… pero, sobre todo, miedo e incertidumbre. La covid-19 desencadenó una pandemia paralela, una que no se podía atajar con vacunas ni frenar con mascarillas, una cuyos efectos pueden durar años. A veces, para siempre. El confinamiento llevo al límite la salud mental de una población exhausta: las prórrogas del estado de alarma, el contador de fallecidos y el encierro desbordaron a la mayoría, tanto que muchos llegaron a pensar que la vida nunca iba a volver a ser como era antes.

«Los niños y los adolescentes sufrieron mucho. Se rompieron sus rutinas»

«Nos enfrentábamos a algo completamente desconocido, experimentamos una sensación de irrealidad brutal. De un día para otro, el mundo se paró», recuerda Luis Miguel Real, psicólogo especialista en problemas de ansiedad. Al igual que el propio virus, esto tampoco afectó a todos del mismo modo. Los sanitarios, los jóvenes, las personas mayores y aquellos con patologías previas soportaron el impacto más grande. Unos, por el estrés y la responsabilidad de tener que detener la tragedia. Otros, por el pánico a morir, por la soledad extrema, por la falta de terapias.

«Los niños y los adolescentes sufrieron mucho. Se rompieron sus rutinas, dejaron de tener contacto con sus compañeros», explica Noelia Morán, psicóloga general sanitaria y profesora permanente de la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid. Su desarrollo social y educativo se vio interrumpido y nadie se lo podrá devolver.

Capítulo aparte merecen las diferencias entre clases sociales: el aislamiento en un chalé no se puede comparar al de un piso compartido. “La pandemia fue un grandísimo estresor que puso a prueba nuestros vínculos. Muchas relaciones se fortalecieron, pero otras estallaron”, apunta Real.

«Las interacciones digitales no pueden sustituir el cara a cara»

Ahora, cinco años después, todo se ve muy lejano. La normalidad se ha recuperado y la vida se parece mucho a la de 2019. Con matices. “Nos ha permitido aprender qué es lo importante. Este tipo de situaciones estresantes suponen un punto de reflexión, de inflexión, de toma de decisiones”, afirma Morán.

Los datos demuestran que ahora viajamos más que nunca y apreciamos más la vida tranquila fuera de las grandes urbes. Y el teletrabajo ha venido para quedarse. Su colega pone el foco en el estatus que ha adquirido el contacto físico, ese que tanto echamos de menos entonces. “Las interacciones digitales no pueden sustituir el cara a cara. Hoy valoramos más el hecho de quedar a tomar un café, poder abrazarnos, darnos la mano”, subraya Real. Igual de sencillo y cotidiano que inalcanzable era en marzo de 2020.

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