Miguel tenía 32 años cuando salió de casa y nunca más volvió. No se llevó nada, ni siquiera el DNI, pero su familia no volvió a saber nada de él, se esfumó por completo.
En 1994, diez años después de su desaparición, la justicia decidió decretar su muerte al no existir ninguna señal de vida. Sin embargo, treinta años después, sus hijas han recibido una llamada en la que se les comunica que el cadáver de Miguel ha sido encontrado entre las víctimas de la DANA.
«No sabíamos si era verdad o mentira», advierte una de sus hijas. Según nos cuenta, al principio pensaron que había habido una equivocación por un cruce de datos.
Sin embargo, el Instituto de Medicina Legal confirmó que el cuerpo era suyo. Según los vecinos de Ribarroja, durante estos más de 40 años, Miguel vivía en la calle, debajo del puente en el cauce del Barranco del Poyo. «Estaba abandonado, llevaba aquí bastantes años, desde antes de la pandemia», nos cuenta uno de ellos, que asegura que era muy agradable y se relacionaba con todo el mundo.
En Y ahora Sonsoles hemos hablado con Javier, un amigo de Miguel de Ribarroja. «No teníamos ni idea de su vida anterior», advierte.
Durante treinta años, sus hijas pasaron un duelo que ahora se ha reabierto, pero que admiten que le sirve como consuelo: «Es como un ciclo cerrado».