El cable submarino que conectaba Finlandia con Estonia en el mar Báltico sufrió un corte inesperado en octubre de 2023. La investigación apuntó a un barco chino, elevando las tensiones en la región y poniendo de relieve la fragilidad de una infraestructura esencial para la conectividad global. Meses antes, algo similar había ocurrido en Taiwán, donde dos cables fueron cortados, dejando sin internet durante semanas a las islas Matsu, desconectadas en mitad del Pacífico.
El 99% de todo el tráfico de datos del mundo pasa por cables submarinos, incluido internet y llamadas, así como toda la estructura digitalizada de la economía, moviendo unos 10.000 millones de dólares en transacciones financieras diarias. Toda esa información circula entre países y continentes a través de 1,4 millones de kilómetros de cables submarinos, algo más que el diámetro del Sol. Esta red invisible sostiene la economía global y es clave para la seguridad nacional de todos los países.
«Los cables son invisibles, pero son una infraestructura física fundamental«, explica a EL PERIÓDICO Tomas Lamanauskas, secretario general adjunto de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), la agencia más antigua de las Naciones Unidas, fundada en 1865 (antes que la propia ONU) para coordinar las primeras redes telegráficas. «Incluso cuando una señal va por satélite, tiene que volver a tierra, y a través de los cables submarinos va a donde tiene que ir y luego vuelve a la red terrestre o al satélite», añade. Es por eso que se han convertido en un blanco más de las tensiones geopolíticas en una suerte de guerra de los cables submarinos.
Sabotajes estratégicos
Los cables submarinos no solo sostienen la economía digital, sino que también son vitales para la seguridad nacional, las redes de inteligencia y las comunicaciones entre gobiernos. La lucha geopolítica por el control de estos cables se está intensificando, con Estados Unidos y sus aliados trabajando para excluir a las empresas chinas de la industria, temiendo el espionaje y las amenazas cibernéticas. Entretanto, gigantes de la tecnología como Google, Amazon y Meta están forjando sus propios imperios submarinos
«El 80% de las roturas de cables son por la actividad humana, sobre todo pesca o anclas de barcos. Es difícil saber cuáles son entonces intencionales», señala Lamanauskas desde Ginebra, donde radica esta agencia de la ONU que tiene el mandato de velar por las infraestructuras submarinas y su regulación y resiliencia, pero que no tiene competencias para investigar los sabotajes, algo que queda en manos de las autoridades nacionales de cada país. Las otras roturas de cables vienen dadas por causas naturales como terremotos, deslizamientos de tierra o la propia erosión de rocas en el fondo del mar.
En España, Temasa es la única empresa especializada en reparación de cables submarinos, que tiene sus raíces en una filial de Telefónica de España y fue responsable de construir el primer buque cablero moderno del país, el Buque Atlántida. Ignacio Ugalde, cofundador y presidente de la compañía, explica a este diario que «hay roturas que son voluntarias dada la importancia del sistema tanto para la población como para la geopolítica», y pone como ejemplo cómo Alemania y Finlandia investigan si el corte del cable que une ambos países había sido intencionado.
«Los cables son considerados infraestructuras críticas, y en los países más poderosos hay cables dedicados únicamente a las comunicaciones de sus ejércitos y fuerzas de seguridad», explica Javier de la Cruz, también cofundador de Temasa. «Por ejemplo, EEUU, China y Rusia tienen no solo cables propios, sino también buques de sus armadas capaces de tender y reparar cables submarinos».
Autopista submarina
«El mapa de los cables submarinos es sobrecogedor, son auténticas autopistas de kilómetros y kilómetros de cables. Con la aparición de la fibra óptica, estos cables ganaron la batalla a los satélites«, enfatiza Ugalde, que concede que satélites como Starlink ayudan a mejorar las conexiones en lugares en los que la fibra no puede acceder. Se calcula que en 2024 se instalaron casi 200.000 kilómetros de nuevos cables submarinos, un crecimiento que se espera se mantenga en los próximos años. Por ejemplo, por la costa de Barcelona pasan tres de estos cables, que la conectan con el resto de Europa y dan la vuelta al continente africano.
Los cables submarinos actuales utilizan fibra óptica para transmitir información. Láseres en un extremo envían señales a través de fibras de vidrio ultrafinas —más delgadas que un cabello humano— hasta los receptores en el otro extremo, a velocidades vertiginosas. En aguas profundas, los cables no son más gruesos que una manguera de jardín, pero cerca de la costa alcanzan el tamaño de un brazo humano, reforzados con capas de acero para resistir el impacto de las actividades humanas.
Se producen entre 150 y 200 cortes al año, de media tres cortes por semana y, cuando eso sucede, si es cerca de la orilla, equipos de buzos se encargan de la reparación. Pero si la avería ocurre a más de 5 kilómetros de profundidad, el cable debe ser «pescado» con un anzuelo lanzado desde un barco especializado para luego ser reparado a bordo. «Hay un ‘ejército’ de barcos de reparación en puntos estratégicos alrededor del mundo, con tal de tardar un máximo de 10 o 12 días de trayecto hasta los cables más lejanos», estima Ugalde.
Enclaves vulnerables
Algunas áreas son especialmente vulnerables. El mar Rojo es un paso crucial para las comunicaciones entre Europa, Asia y África. Tras el reciente corte de cables, se perdió de inmediato un cuarto del flujo de datos entre dos de las mayores regiones económicas del mundo. Taiwán también es un enclave estratégico, un nodo esencial para las conexiones de Asia-Pacífico, y su ubicación geopolítica la convierte en un punto de riesgo.
Por su parte, el continente australiano está conectado al resto del mundo por solo 15 cables por los que pasa el 95% de las comunicaciones del país. En África, un corte en la costa occidental debido a un deslizamiento submarino provocado por un terremoto el año pasado interrumpió las conexiones en 13 países, con fuertes consecuencias para países con infraestructuras y economía frágiles.
«El problema es que cada vez somos más dependientes de una economía digital, con algoritmos automatizados, donde cada milisegundo cuenta. Es algo positivo, pero resulta cada vez más difícil establecer sistemas alternativos», valora Lamanauskas. «Los cables submarinos son la infraestructura que conecta al mundo. Y por eso es tan crucial mantenerla unida«, concluye.