Me consta que los miembros del Opus Dei apostaban por un papa diferente al que salió, a pesar de que cuando le vieron las orejas al lobo (Jorge Bergoglio quedó muy cerca de la elección cuando el elegido fue Ratzinger), la buena gente de la Obra enterró el hacha de guerra contra el popular jesuita argentino y se cubrió las espaldas por lo que pudiera pasar. Aunque los móviles de los supernumerarios (hasta el momento de la elección ardiendo con previsiones) callaron como muertos en un cementerio por la sorprendente elección, los dirigente de la Obra se apresuraron a felicitar y cubrir de bendiciones al nuevo Papa.
Tras la apoteosis vivida durante el papado de Juan Pablo II, que les concedió todo lo que pidieron y aceleró el proceso de beatificación del fundador, vino una etapa extraña con Benedicto XVI, un Papa intelectual y devoto que acabó tirando la toalla por sentirse incapaz de enmendar la deriva en que había caído la Iglesia institucional.
Esto por mucho que los ricos norteamericanos descubrieran en el Opus Dei la fortaleza doctrinal que les faltaba para confirmar la más profunda de sus intuiciones: que ser multimillonario no es solo compatible con ser cristiano, sino que es la forma más excelsa de serlo. Unos pocos miles de dólares a una obra corporativa del Opus en Kenia para adornar la portada de un catálogo, y muchos millones bajo mano a una de sus fundaciones opacas y la cosa de la conciencia católica queda resuelta. Al fin y al cabo, como defendía con convicción un sacerdote del Opus Dei en una meditación a numerarios: «San José, el padre putativo de Jesús, no era un cualquiera, sino que tenía una carpintería. Al fin y al cabo, era el propietario de una pyme».
Al final, los supernumerarios silenciados por la ominosa elección del papa jesuita tenían razón. Probablemente son los mismos que ruegan que Dios se lo lleve por delante antes de que acabe de desmantelar el estatuto privilegiado de la Obra de San Josemaría, empeño en el que lleva algunos años. Sobre todo desde que 43 numerarias auxiliares de Argentina arremetieron contra la Obra por prácticas de trata de personas y esclavitud, al no cotizar por ellas y quedarse con el dinero de las nóminas, cuando éstas ocasionalmente se formalizaban.
Cuando muera Francisco tendremos nuevo papa, claro, pero lo que es seguro es que brillarán las hojas de las navajas y correrá la sangre, al menos metafóricamente, por los pasillos del Vaticano.
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