Al final resulta que los chicos de Podemos eran de derechas. Tienen la lealtad interna de la derecha, la estructura opaca de los viejos clanes, la unidad del Antiguo Régimen.

Eso de defender a las personas que uno ama por encima de los propios valores, o por encima de la moral social.

Eso de tener protegidos.

«Si me das a elegir entre tú y mis ideas, que yo sin ellas soy un hombre perdido, ay, amor, me quedo contigo», que dirían Los Chunguitos.


Juan Carlos Monedero, Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, en el segundo congreso de Podemos, en la plaza de Vistalegre.

Yo te quiero a ti y a ti la ley no te aplica. Yo te quiero y te protejo con el cuerpo mío y con mi sangre y con mi nombre. Desde luego, eso es la familia. Eso es la amistad. Eso es el romance. Eso es el deseo.

Y eso es la mafia.

Lo vemos diáfano con el caso Monedero: unas acusaciones de machismo baboso (punible o no, pero, en todo caso, éticamente despreciable) que conocía hasta el del tambor pero que no le importaron a absolutamente nadie.

Ione Belarra, esa iluminada, hasta le puso un tuit dándole las gracias por su «incansable trabajo» cuando le hicieron renunciar a sus puestecillos, aunque nunca dejaron de recibirle de compadreo en los actos del partido. 

Podemos nos comió la oreja asegurando que «lo personal» era «político». Como dice mi amigo Dani Mediavilla, hubiese sido mejor el «no es personal» de la mafia. Nos exigieron a todos un purismo feroz mientras ellos, en sus pandillas, hacían y deshacían sensualidades, enredos, camaraderías y tropelías de toda clase que daba gusto verlos.

Los trapos sucios se lavaban en casa. Sólo en la suya: en la nuestra no.

Podemos también olvidó ser de izquierdas al despreciar un hecho esencial. Nuestro sistema está basado en la reinserción. Un progresista debería creer en ella. Y también en la justicia restaurativa.

Yo me siento una apasionada solitaria de la redención de los personajes, claro. Nacho Vigalondo dice que ese es un vicio recurrente de los que escribimos ficción. Me gusta muchísimo esa frase, esa idea. 

La cosa es que estos muchachos (que hace rato ya son sólo parodia del aliado más casposo, el que huele a Brummel debajo del pintauñas) se mostraron belicosos y punitivos, implacables, desproporcionados y crueles con cualquiera que sacase mínimamente los pies del tiesto, con mágica inquina cuando eran adversarios ideológicos.

Fueron muy ratas, muy ratas. Usaron el feminismo como arma arrojadiza, como hacen con ellos ahora, y todo este barrizal en el que se hunden en directo lo tienen bien merecido. Fueron la Santa Inquisición con todo el que no fuera acólito mientras dentro de sus «tabernas revolucionarias» (que a ver qué es eso) les crecían los enanos. 

El mundo, por desgracia, siempre ha sido más complicado de lo que nos hacían ver sus proclamas de brocha gorda. No bastaba con decir que todos somos iguales y que se nos tratará por igual. Había que aplicarlo.

Pero, ¡sorpresa! Uno en la vida tiene favoritos, uno jerarquiza (también afectivamente), uno concede privilegios a la gente que quiere. Es horrible, es genial. Es la vida y pincha. 

Les fue más fácil creer al «hermano» que a la «hermana»

Podemos habló en grande y vivió en pequeño. Cacareó civilización y pensó en tribu. Los suyos. Para ellos.

Claro que había que sacrificar lo personal para ser un buen político. Ya da igual, al cabo. Dejadlos. Ya están muertos. 

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