Desde hace años, cuando se habla del poder de Javier Arenas en Sevilla alguien dice: «Es una leyenda. Está retirado». Y otro contesta: «Eso es mentira. Él no sabe irse». El primero, el que niega su influencia, es siempre de Arenas. El segundo, el que asegura que sigue moviendo los hilos, fue de Arenas alguna vez, todos lo han sido, pero rompió amarras. Es la película repetida de siempre.
En esta última batalla, un dirigente sevillano, en el epicentro del fuego cruzado, iba más allá: “»Él es el más listo. Nos saca a la mayoría una media de diez o quince años de ventaja». También es verdad. Los años pasan para todos pero hay dos cosas que siempre están ahí: un PP de Sevilla en guerra y Javier Arenas.
Nadie se atreve a apuntar en público al actual portavoz adjunto en el Senado en este último episodio. Todos lo hacen en privado. Un estallido que amarga a Juan Manuel Moreno, que tiene que celebrar su presidencia del Comité de las Regiones desde Bruselas con un ojo puesto en cómo se le desmadra el PP en Sevilla. Gobiernan más ayuntamientos que nunca. La mayoría absoluta en la Junta han brindado asientos para todos. Nunca vivieron un momento tan dulce desde el punto de vista institucional pero tampoco se cansan de pelear. Va en su adn.
Moreno, de Málaga, nunca ha querido entrar en la provincia a exterminar, como muchos le recomendaron hace años. Es su cruz. Siempre ha hecho equilibrios, con Arenas, también. Optó por reconciliar, por reconstruir, por buscar al frente un perfil sereno y de consenso, alejados de las familias eternamente enfrentadas. Tiró de generosidad, se echó la campaña de las autonómicas en Sevilla a las espaldas y de las municipales, también. La ‘marca Juanma’ ayudó mucho a que se oyeran gritos de júbilo en San Fernando la noche de las autonómicas cuando, ya conseguida la mayoría absoluta, se sumó por primera vez la victoria en la provincia de Sevilla. En la ola de esa mayoría sumaron muchos alcaldes sus victorias en mayo de 2023. El de la capital, José Luis Sanz, también.
¿Así me lo pagáis?
Hay un tono de reproche desde la dirección andaluza al PP de Sevilla por haber pagado a Moreno con una nueva batalla interna su actitud hacia la plaza sevillana. El malestar en el equipo del PP andaluz es serio. El presidente, avisan, no piensa dejar que la última guerra quede impune. Ni se lo puede permitir, ni le apetece. Su poder ahora es mucho mayor que el que tenía en la última batalla fuerte, la de 2021.
Entonces, a un lado estaba Virginia Pérez, la misma que había llevado los papeles de la contabilidad al notario tres años antes, para protegerlos de la guerra y al comprobar, dicen, que había ya algunas páginas fotocopiadas circulando. Esos papeles, de la época de Juan Ignacio Zoido en la alcaldía, de 2011 a 2014, son los que ahora salen a la luz. Pérez compitió por la presidencia, avalada entonces por Génova y Pablo Casado. Sufrió una campaña durísima. Algunos la llamaban «indigna». Si hubiera querido airear la documentación comprometida, lo hubiera hecho entonces. Nunca lo hizo, dice ella. Enfrente tuvo al candidato de Javier Arenas, que fue el alcalde de Carmona, Juan Ávila, hoy senador junto a su padre político. En ese mismo pueblo sevillano es concejal el también diputado andaluz José Ricardo García, el secretario general del PP de Sevilla.
Fue él quien en noviembre, sin informar al presidente de su partido, Ricardo Sánchez, ni al secretario general en Andalucía, Antonio Repullo, se fue a la notaría con un poder del gerente del partido a pedir la documentación que llevaba allí cogiendo polvo desde 2018. Esa que después ha ido saliendo a la luz por entregas contando gastos de mítines, comidas y dietas salidos de los fondos del partido en la Diputación, para erosionar al alcalde de Sevilla, José Luis Sanz, y a su mano derecha en el ayuntamiento, Juan Bueno.
Él dice que actuó solo
Al número dos del PP andaluz lo citó Repullo en San Fernando el pasado miércoles para pedirle cuentas de por qué había retirado esa documentación sin informar a nadie y para preguntarle si alguien le había dado instrucciones o le había dicho lo que tenía que hacer. Pocos creen que el joven tikotker, es muy aficionado a colgar videos en las redes sociales para difundir su actividad política, conociera los entresijos de la ley y supiera que podía acudir a la notaría a pedir esa documentación en nombre del PP de Sevilla, aunque no fuera él quien la hubiera registrado. Nadie lo había hecho en siete años, ni siquiera en los momentos más álgidos de la guerra interna.
El secretario general del PP sevillano, para quien muchos piden su dimisión como una forma de evitar otra sangría interna y para tratar de reconducir las aguas hasta el congreso provincial, que no tiene fecha pero toca este año, alegó que retiró la documentación para «proteger al partido».
¿Por qué no se lo comunicó a su presidente? ¿Por qué no se lo comentó a Repullo, con quien tenía una comunicación fluida? Es más, muchos se preguntan por qué cuando empezaron a salir las informaciones en Diario de Sevilla, apuntando a sobresueldos y abultadas facturas de comidas, se dedicó a descolgar teléfonos para explicar que esa era la carpeta que tenía en su poder Virginia Pérez, la persona a la que todos apuntaban como la filtradora de los papeles. La señalaba a ella pero se le olvidó decir que él desde noviembre también los tenía. El partido ha comprobado que la mayor parte de las revelaciones, salvo una factura, sí estaban en esa documentación.
El «crimen perfecto»
«Era el crimen perfecto», señala alguien próximo a la ahora diputada andaluza. Todo apuntaba a ella, que defendía a capa y espada y entre lágrimas, que no había sido. El mismo notario al que acudió en 2018 la ha salvado ahora, marcándose un match point inesperado. Hay un documento que da fe de quién sacó esos papeles. De eso no hay dudas. No se sabe más. Ni quién ha traicionado la confidencialidad de la contabilidad ni quién ordenó la operación. En José Ricardo García se rompe la línea de puntos fáciles de unir.