Durante un encuentro privado en Kyiv, una diputada de la Rada ucraniana escenifica con sus brazos las diferencias para su país entre la Administración Biden, caducada el enero pasado, y la Administración Trump, con autonomía para cuatro años. La primera apenas exige una ligera separación entre las manos: sabías cuánto esperar de su ayuda, dice, lo suficiente para aguantar, nunca para ganar. La nueva presidencia pide abrir los brazos al máximo: el abanico de posibilidades es tan amplio, dice, que una no sabe qué aguardar, si el abandono de la resistencia o una lluvia de armas para expulsar a los rusos.

Los últimos acontecimientos sobre Ucrania no permiten sacar conclusiones definitivas. Dan pistas, sin embargo, de que por la cabeza del nuevo presidente de Estados Unidos pasa antes la idea de una solución rápida con Rusia que una paz duradera para los ucranianos.

Anteayer, martes, las misiones diplomáticas de Washington y Moscú se reunieron durante casi cinco horas en la capital de Arabia Saudí para el deshielo de sus relaciones, bajo mínimos desde que Vladímir Putin ordenara la invasión total del país vecino en febrero de 2022. Los equipos liderados por el norteamericano Marco Rubio y el ruso Serguéi Lavrov convinieron que la reunión fue constructiva, como gusta decir: vinieron a demostrar que existe el ánimo entre las partes de tender puentes, descargar tensiones, ponerse de acuerdo sobre Ucrania para comenzar a hablar de negocios cuanto antes.

Ambos se guardaron, si la conocían, la fecha acordada para la cita entre sus jefes. La agencia Bloomberg, sin embargo, sugirió que Putin y Trump se verán la semana que viene.

Las buenas vibraciones entre la Casa Blanca y el Kremlin contrastan con el desprecio del presidente republicano a Volodímir Zelenski, que se reúne este jueves con el enviado especial de Trump, el general Kellogg. Ayer, miércoles, sin ir más lejos, lo acusó de “iniciar” la guerra de Ucrania, aun cuando el actual presidente todavía se dedicaba por entonces a la comedia —era 2014—, y de cerrarse en banda a “firmar la paz” con los rusos, aun cuando Zelenski la persiguió durante años —y sufrió la traición de Moscú en cada intento—.

Ayer, miércoles, en fin, Zelenski fue franco con Trump —“desde el respeto, debo decir que vive en una burbuja de desinformación rusa”—, incluso socarrón —“no se puede blanquear a los rusos como si fuesen dinero”—, justo antes de remarcar la importancia para su país de no caer en los juegos mentales de Putin. Trump, unas horas después, respondió con furia. Lo llamó “dictador”. Decidió que su índice de aprobación popular es del 4%. Le reclamó la convocatoria de elecciones, a diferencia de a Putin. Y lo invitó a aceptar sus condiciones de negociación con los rusos, que incluyen la cesión de la mitad de sus minerales críticos a Estados Unidos y buena parte de su territorio a los invasores, a riesgo de pagar el precio más alto. “O actúas rápido”, le amenazó, “o te quedas sin país”.

Hay voces críticas con las formas de Zelenski. “Trump es un depredador”, advierte un asesor ucraniano a este periódico. “Es importante dirigirlo hacia el objetivo correcto, y fue una imprudencia burlarse de él”. Pero el sentimiento más extendido entre los ucranianos es de adhesión hacia su presidente, elegido en 2019 con el 73% de los votos, ante un liderazgo estadounidense que perciben contaminado, a interés o por convicción, de narrativa rusa.

Las agencias del Kremlin insistieron en la primavera de 2024, cuando vencía su mandato, en que Zelenski debía convocar elecciones. La postura oficial de aplazarlas mientras siguiese la ley marcial vigente —es decir, mientras dure la guerra—, como establece la Constitución del país, sirvió para que la propaganda rusa despreciara su legitimidad como presidente. Incluso el magnate Elon Musk, propietario de la red social X y principal mecenas de Trump, propagó esta idea. “Si es tan popular”, tuiteó, “¡debería entusiasmarle demostrarlo en las urnas!”.

Tabla, en inglés, de la evolución de la confianza popular en Zelenski desde septiembre de 2019.


Tabla, en inglés, de la evolución de la confianza popular en Zelenski desde septiembre de 2019.

KIIS

“Pero la campaña no cuajó entre los ucranianos”, explica Olena Removska, periodista de la cadena pública Suspilne. La prueba más clara es que el Instituto Sociológico Internacional de Kyiv (KIIS) midió el apoyo ciudadano a que Zelenski presida el país hasta que se den las condiciones para celebrar una campaña electoral y unas votaciones normales, sin territorios militarmente ocupados ni ataques constantes con misiles y drones contra la población: todos los días hay muertos por las bombas rusas. El 69% respaldó la continuidad de Zelenski. Sólo el 11% quiso votar incluso en estas condiciones.

La oposición de Zelenski dentro del país, por su parte, no se sale de la lógica mayoritaria: prefiere que haya elecciones cuando termine la guerra, a conciencia de que sólo una victoria ucraniana garantiza que vuelvan a celebrarse.

“Nuestra cultura política tiende al caos, y la verdad es que eso no me gusta demasiado”, sonríe Inna Sovsun, ex viceministra de Educación con Poroshenko y diputada por el partido Holos. “Pero desde luego no es autoritaria, aquí no hay nadie que esté en contra de las elecciones”. Sovsun argumenta que las elecciones no sólo requieren de unas condiciones legales óptimas, necesitan de unas condiciones técnicas que no se dan actualmente. “Y honestamente”, continúa, “si hay una campaña, criticaré al presidente: lo que no quiero es que se amplifiquen esas críticas para provecho de los enemigos de nuestra democracia”.

Sovsun es muy dura con la presión de la Administración Trump para que Ucrania celebre sus elecciones. “Una explicación es que lo pidan en sintonía con el bando ruso”, especula, “y otra es que vean que una democracia sólo se mide por sus votos [cada cinco años, en Ucrania]”. Recuerda Sovsun, burlonamente, un argumento “muy peculiar” y bastante repetido entre los círculos trumpistas. “Dicen que ellos, los americanos, celebraron elecciones mientras combatían en la Segunda Guerra Mundial, ¡como si fuese comparable”, exclama. “No sé qué pensamiento lógico les lleva a esa clase de argumentos, como si ellos hubiesen votado con la guerra dentro de su territorio…”. 

Muchos ucranianos recuperan el ejemplo, en cambio, de Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial. Nadie cuestionó la legitimidad de la democracia británica por aplazar las elecciones hasta el final de los combates.

Un vistazo rápido a las estadísticas sobre la confianza de los ucranianos en su presidente desarma, además, la teoría de Trump sobre la baja popularidad de Zelenski. En Ucrania, un país con una inclinación natural por el recelo hacia las autoridades nacionales, sólo el 37% decía fiarse de él en febrero de 2022. Tres meses después, con la guerra en todo el territorio, ese porcentaje creció hasta el 90%. El último dato, publicado este mes, coloca la confianza en Zelenski en el 57%, un porcentaje bastante alto en una sociedad desgastada por tres años de inestabilidad y violencia.

Hay quien se malicia, pues, que la presión de Trump no nace de su compromiso con la democracia en Ucrania. “Esto no es por las elecciones”, menciona un diplomático a la revista británica The Economist. “A Trump no le gusta Zelenski, se lo pone difícil y quiere quitárselo de encima”. 

“La Administración Trump está en la lógica rusa”, asegura un funcionario europeo a este periódico. “Putin no reconocerá la legitimidad de nadie que no sea prorruso, igual que no reconoce Ucrania como país, ni a los ucranianos como pueblo. Esto es caer en su trampa y prolongar las causas de esta guerra”. Este funcionario cuestiona, de hecho, el interés de Trump en la supervivencia de la nación ocupada. “Quiere su titular como pacificador”, remata, “pero la guerra no acabará de esa manera”.

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