¿A quién votan los habitantes del ‘gigante blanco’ de Duisburgo? La pregunta lanzada esta semana por el sensacionalista diario ‘Bild’ alude a lo que los alemanes identifican ya como «la casa de los problemas». Un edificio de 20 plantas y 320 viviendas en la ciudad renana de Duisburgo, sinónimo de una precariedad y conflictividad social que parecen impensables en la primera economía europea. Un bloque enorme y feo, que rehúyen los mensajeros y otros servicios de reparto, según han denunciado tanto este medio como la televisión pública regional WDR. Aglutina a vecinos de ingresos mínimos y perceptores de auxilio social, tanto alemanes como inmigrantes. Diversos reportajes ilustran la marginalidad y crispación que se respira en el edificio, ataques a huevazos contra los repartidores, escaleras salpicadas de basura, suciedad y dejadez.
En Duisburgo, como en el resto de la cuenca del Ruhr, la antigua región minera renana, la palabra crisis llegó mucho antes que al conjunto del país. Hace siete años cerró en Bottrop, una ciudad vecina a Duisburgo, la última mina de carbón. Se completó así el desmantelamiento de la altamente contaminante minería renana, decidida una década antes bajo el Gobierno de Angela Merkel. Renania del Norte-Westfalia, el ‘land’ más poblado de Alemania, fronterizo con Bélgica y Países Bajos y con 18 millones de habitantes, se despidió así de lo que durante dos siglos fue el puntal de su economía. De los 600.000 puestos de trabajo que dependieron de la minería a mitades del siglo pasado se había pasado en su etapa final a 3.500. Muchos de sus habitantes, especialmente los mayores, miran con nostalgia las barcazas que aún navegan por el Rin, solo que en lugar de carbón renano transportan mercancía importada.
La transición hacia una energía verde no ha avanzado a la velocidad deseada. La precariedad se instaló en la cuenca renana aparentemente para quedarse. Lo mismo ocurre en el este del país, antiguo territorio de la Alemania comunista, donde la industrialización prometida tras la reunificación nacional no llegó a cuajar. Y, a todo esto, estalló la crisis de Volkswagen, estandarte del poderío exportador alemán, junto con el asimismo debilitado sector del acero. Se habla de desindustrialización tanto en Baja Sajonia, el ‘land’ donde tiene su sede este grupo, como en los prósperos de Baviera y Baden-Württemberg, donde están Mercedes, Audi y BMW. En 2024 empezó el goteo de malas noticias y anuncios de cierres de plantas.
Zarpazo de la guerra de Ucrania
Europa asiste con temor al debilitamiento económico de Alemania, que no ha logrado recuperarse del zarpazo de la crisis precipitada por la guerra de Ucrania, tras décadas de dependencia energética de Rusia. Para sus ciudadanos, esta crisis se plasma en anuncios casi diarios de destrucción de decenas de miles de puestos de trabajo, precariedad laboral e incremento de las bolsas de pobreza en sus grandes nucleos urbanos, incluido Berlín.
La primera economía europea terminó 2024 en recesión, por segundo año consecutivo, y con un Gobierno escindido entre los defensores del sacrosanto freno a la deuda y los partidarios de su abolición. Es un instrumento constitucional que, por tanto, puede reformarse, argumentan los socialdemócratas de Olaf Scholz, sus socios verdes e incluso el bloque conservador de Friedrich Merz. Los liberales, exsocios de gobierno, precipitaron el hundimiento de la coalición con su obstinada defensa del freno a la deuda que lastra, como recuerda Scholz, el despegue económico y las inversiones, además de obligar de facto al Ejecutivo a elegir entre recortes sociales o mantener el apoyo a Ucrania.
El monstruo burocrático
«Lo que menos necesitamos en estos momentos es una espiral de aranceles», advierte la presidenta de la Federación de la Industria del Automóvil (VDA), Hildegard Müller. Estados Unidos está utilizando esa arma económica con fines políticos, prosigue Müller. Así lo ha demostrado al implantar aranceles por decreto sobre Canadá y México, para luego dar marcha atrás en cuanto consigue ‘compromisos’ de los afectados. Las pérdidas que se derivarán de esos aranceles para un país exportador como es Alemania se estiman en una caída del 0,4% del PIB, según cálculos del Instituto de Estudios Económicos (DIW).
«Al final, el perjudicado es el consumidor, ya que se encarecen sus productos. Y eso no le conviene ni al conjunto de Europa o a Alemania ni tampoco a Donald Trump«, argumenta Müller. La presidenta de la VDA admitía este lunes ante corresponsales extranjeros, de regreso de la Conferencia de Seguridad de Múnich (MCS) su «estupor» por la virulencia de los ataques a Europa procedentes de EEUU. tanto en lo económico, con los aranceles sobre el acero, como en lo político.
Pero, independientemente del nivel de proteccionismo u hostilidad que adopte Washington, está claro que el «despertar de Europa» no puede esperar más. Müller, de la Unión Cristianodemócrata (CDU) de Merz, la derecha moderada que según los sondeos ganará las elecciones del próximo domingo, clama por un «cambio de mentalidad» tanto desde la política como del ámbito económico. «No puede ser que un empresario deba dedicar un 20% de su actividad a resolver asuntos burocráticos. Tampoco que, pese los propósitos declarados por Bruselas de desburocratizar la actividad pública, se tropiece mes a mes con nuevas normativas comunitarias», sentencia Müller.
Su organización, máxima representante del sector de la automoción, se dice políticamente neutral y se mantiene en diálogo con el conjunto de las fuerzas democráticas identificables como del centro político. Es decir, tanto con los conservadores de Merz como con los socialdemócratas de Scholz o incluso los Verdes del ministro de Economía, Robert Habeck, o con el Partido Liberal (FDP).
Descarta, sin embargo, a los populismos y especialmente a la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD), segundo partido en intención de voto, políticamente aislada por el resto, pero con un poderoso aliado a escala internacional: la Administración de Trump y muy especialmente su asesor y dueño de Tesla, Elon Musk.
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