El domingo 29 de mayo de 1588 partió la capitana de la flota, el navío San Martín, y quedó toda la armada fondeada en Cascáis (Lisboa) fuera de la barra, excepto los galeones San Juan, almiranta general, y San Felipe, que permanecieron por la noche en el paraje de Santa Catalina.
Lippomano, embajador de Venecia en España, envía al Dux y al Senado, que la salida se verificó el domingo 29, el tiempo, comentaba en su cédula, era excelente¹.
Y comenzó la flota su singladura con destino, en un primer momento, a Finisterre, para después derrotar hacia las islas Sorlingas, cuidando la sonda y, si no fuera posible, dirigirse a la bahía San Miguel de Mount´s Bay que se encuentra entre los cabos de Longaneos (Lands End) y Lisarte(Lizard).
Si alguien perdía el rumbo, quedaba terminantemente prohibido regresar a España bajo pena de muerte, pérdida de bienes y ser declarado traidor².
Pero los vientos volvieron a rolar y eran recibidos del norte. Se navegó de bolina, es decir, con el viento en contra, tratando de negociarlo, maximizando el ángulo y evitando la resistencia. Los prácticos de Lisboa no habían presenciado nada igual.
Muchos barcos fueron arrastrados hasta el cabo S. Vicente, a 338 km de Lisboa en dirección S. El problema que se manifestó fue que el distinto tipo de embarcación negociaba el viento de modo diferente. No era lo mismo pilotar galeones, acostumbrados a cruzar el Atlántico, y por ello, familiarizados con tempestades, que las naos pesadas y lentas, propias de la navegación en el Mediterráneo, más sosegado.
Hubo días en que los vientos circularon en casi los 32 rumbos de la rosa de los vientos. La navegación era improductiva, entre aguaceros, aprovechando las calmas para arañar unas millas náuticas al mar. Dando bordadas, con los navíos abarrotados de gente, muchos de ellos en la primera navegación, como puntualiza Martínez-Valverde³. La experiencia tuvo que ser memorable, por lo escabroso de una mar áspera.
Las condiciones climáticas eran extrañas en la península Ibérica. El año 1588 fue un año frío dentro del marco de la «pequeña era glacial» , explica el meteorólogo Lines Escardo. Año muy seco en Castilla y Portugal, en Cataluña y en Andalucía, especialmente en Huelva y Córdoba. En este año el duque de Medina Sidonia escribió al rey el 14 de mayo:
«Los tiempos […] no le hacen para la salida desta armada, sino tan contrario y recio como si fuera diciembre[…]»⁴.
También sobre Normandía, unas tempestades de granizo, desconocidas hasta la fecha, destruyeron campos y cultivos, e incluso mató a ganado. En Picardía, la lluvia anegó caminos y calzadas y los riachuelos en torrentes salvajes que arramblaron con todo a su paso. Como escribe Mattingly, en Flandes, los barcos de guerra holandeses, construidos para aquella climatología, buscaron refugio en Flesinga⁵.
Tardaron 13 días para alcanzar el primer punto de reunión en el cabo Finisterre⁶. La llegada fue el 14 de junio y quedaron al pairo a la espera de los rezagados.
No había intención de atracar en La Coruña, pero el agua y los víveres necesitaban reponerse⁷. Las pipas de agua, cuando eran abiertas, hedían por su putrefacción; otros víveres se habían corrompido… la entrada en la Coruña era imperiosa.
La carta enviada por el duque de Medina Sidonia a Felipe II, el 14 de junio, recoge estos hechos, exponiéndolos del siguiente modo:
« […] Los bastimentos, como tengo dicho a vuestra señoría, se van muy aprisa gastando, y el daño dellos llega a más de lo que se podría creer no viéndose, y el agua es menos y mala la que hay, y estas dos cosas me llevan con el cuidado que vuestra señoría podrá juzgar, siendo tan forzosas e inexcusables para el vivir […]. »⁸.
La armada se encontraba fondeada a 24 millas de la ciudad.
Para Mattingly la razón de la corrupción del agua y vituallas tuvo como origen que las duelas se habían fabricado con madera verde y a cascos mal fabricados⁹, debido a que Drake se hizo con toda la madera curada en 1587, prendiéndola fuego en el cabo San Vicente. Es una hipótesis que necesita de más datos para ser verificada, pues resulta difícil de creer que toda la madera existente en España solo fuera la vandalizada por Drake.
Medrano capturó a dos mercantes armados que se encontraban: uno en las islas de Bayona, un barco con ocho piezas de artillería. Otro, de ocho cañones y seis pedreros, fondeado en la villa de Cangas. Apresados tras un breve combate, los prisioneros fueron puestos a disposición de Francisco Arias Maldonado, alcalde mayor de la Audiencia de La Coruña.
Según Lippomano, embajador de Venecia en España, los navíos eran ingleses con la misión de espiar a la flota española. Unos marineros fueron puestos en libertad porque no hallaron en ellos delito alguno, sin embargo, entre la tripulación se encontraban varios pilotos españoles que fueron sentenciados a muerte, por traición. Para el duque de Medina -Sidonia se trataban de corsarios, a falta de las conclusiones del alcalde Arias Maldonado¹⁰.
La tarde del día 18 comenzó a rolar el viento del suroeste. Se convocó una junta de Estado Mayor en el navío San Martín, en donde se discutió la oportunidad de atracar en La Coruña. Los motivos principales se debieron a razones de intendencia y también humanitarias. La necesidad de reponer la vitualla y el agua, así como desembarcar a las gentes enfermas, que era considerable, más de 500, precisamente a causa de los alimentos en mal estado. La tardanza en partir de Lisboa había descompuesto muchos víveres y descompuesto el agua, y es que el tiempo siempre deja su impronta de un modo u otro.
El duque de Medina Sidonia escuchó a los generales y optó dirigirse a la Coruña por imperiosa necesidad. Así lo explica al rey, en despacho del 19 de junio¹¹:
« […] Y con el parecer de los generales, por ser mucho el tiempo y la falta de agua, que es mucha, y de bastimentos, me he entrado esta tarde en La Coruña con parte de la armada, y la demás quedó fuera, que por ser tarde no pudo alcanzar al puerto. Entrará mañana siendo Dios servido, y yo me despacharé llenando todo lo que pueda en dos días; reharé el agua, echaré los enfermos que trajeren peligro, y con eso, dando lugar el tiempo, volveré a salir, pues aquí no lo impide la marea ni las barras y el viento que me saque será el que me navegue, que espero será con mucha brevedad, de que daré cuenta a Vuestra Majestad con todo lo más que se ofrezca […]».
No era esa la voluntad del duque, según refleja la carta de 18 de junio¹², que recoge los avisos sobre la navegación e intenciones del duque de Medina Sidonia. La razón de ello era su anhelo de buen tiempo, para cumplir la orden del rey de acometer la empresa de Inglaterra de forma inmediata.
Hubo entre los mandos de la flota voces discrepantes con la decisión de hacer escala en La Coruña. En esta tesitura leemos la carta que Juan Martínez de Recalde remite a Martín de Idiáquez¹³, el 6 de julio, comunicándole que la razón de arribar a La Coruña son las necesidades de los cortesanos para encontrar comodidades y que mejor hubiera sido servirse del tiempo para proseguir la marcha. El despacho expresa lo siguiente:
« […] No quiero meterme en el sentimiento que tengo de no haber tenido salud para barquear y ver al Duque el día que descubrimos el cabo o las galeras, porque yo sé de mí que nos sirviéramos del tiempo, que sí era cual se podía desear para nuestro camino, sin que cortesanos que apetecen siempre comodidades tuvieran lugar a gozarlas aquí, ni otros interesados en que torne el armada y estar en el puerto, ello se hizo; y pues Dios, a quien tan de veras se le encomienda, lo quiso, debe haber convenido […]».
Quizás sean suspicacias, a menos que pensara que sin víveres o víveres defectuosos se podría navegar y combatir durante días.
El mal estado de las vituallas, y la insuficiencia de estas para la travesía, fueron advertidos por el veedor general, Manrique de Lara, desde el principio. Quejas que rechazaron los contratistas¹⁴, aunque si ponderamos los efectos sobre la salud de los embarcados, habrá que pensar que no fueron verdaderamente sinceros.
Antes del crepúsculo del día 19 de junio, habían fondeado en el puerto unos 50 barcos. Recalde quedó próximo a la bocana, franqueando a los navíos más pesados.
A eso de la media noche, se levantó un fuerte vendaval, una galerna con vientos huracanados que a punto estuvo de echar a pique la flota. Algunos barcos fondeados en el puerto garrearon y abordaron a los contiguos. Los que quedaron fuera tuvieron que sufrir las consecuencias atmosféricas15, que fueron perversas porque se perdieron 27 naves y entre ellas, 7 de las más principales de la flota.
Por
Juan B. Lorenzo de Membiela
¹ González-Aller Hierro, J.I., De Dueñas Fontán. M., Calvar Gross, J y Mérida Valverde. M.C., La batalla del mar Océano, v. 4,t. II, Ministerio de Defensa-Armada Española, Madrid, 2017, p.498.
² González-Aller Hierro, J.I., De Dueñas Fontán. M., Calvar Gross, J y Mérida Valverde. M.C., La batalla del mar Océano, v. 4,t. II, cit., p.431.
3 Martínez-Valverde, C., «La Gran Armada contra Inglaterra (1588) », Revista de Historia Militar, 1986,61,p. 26.
⁴ González-Aller Hierro, J.I., De Dueñas Fontán. M., Calvar Gross, J y Mérida Valverde. M.C., La batalla del mar Océano, v. 4,t. II, cit., p.338, doc. 5104.
⁵ Mattingly, G., « La Armada Invencible » , Mexico,1959, pp. 358 y 359
⁶ Casado Soto, J.L., «Los barcos españoles del siglo XVI y la Gran Armada de 1588», Ed. San Martí, Madrid, 1988, p. 176 y Martínez-Valverde, C., «a Gran Armada contra Inglaterra (1588)» Revista de Historia Militar, 1986,61, p. 27.
⁷ Martínez-Valverde, C., «La Gran Armada contra Inglaterra (1588)», Revista de Historia Militar, 1986,61, p. 27.
⁸ González-Aller Hierro, J.I., De Dueñas Fontán. M., Calvar Gross, J y Mérida Valverde. M.C., La batalla del mar Océano, v. 4,t. II, cit., p.523.
⁹ Mattingly, G., « La Armada Invencible » , Mexico,1959, p. 193.
¹⁰ Gonzalez-Aller Hierro, J.I., «Las galeras en la Gran Armada de 1588»», Revista de Historia Naval, 110, 2010, p. 64.
¹¹ Fernández Duro, C. «La Armada Invencible»» t. II , Ed. Sucesores de Rivadeneira, Madrid, 1885, p. 119.
¹² González-Aller Hierro, J.I., De Dueñas Fontán. M., Calvar Gross, J y Mérida Valverde. M.C., La batalla del mar Océano, v. 4,t. II, Ministerio de Defensa-Armada Española, Madrid, 2017, p.527.
¹³ González-Aller Hierro, J.I., De Dueñas Fontán. M., Calvar Gross, J y Mérida Valverde. M.C., La batalla del mar Océano, v. 4,t. III, Ministerio de Defensa-Armada Española, Madrid, 2017, p. 71.
¹⁴ William Thomas Walsh, Felipe II,2ª edic., Espasa-Calpe, Madrid, 1946, p. 719. 15 AGS, GA, leg. 221, núm. 160.