A lo largo de la vida, he trabajado con gente de Nules y Borriana y todos eran aficionados del Valencia CF. En mi barrio de València, un niño juega en el parque con un chándal del Villarreal CF. La edad me enseña a aceptar que, como sociedad, vivimos en una miscelánea identitaria. Incluso, a nivel individual, también cada uno de nosotros convivimos envueltos en nuestras contradicciones, en todos los sentidos. Lo importante es que cada uno se exprese como considere, sin ser juzgado. Esta aspiración choca con la tendencia humana a colocar etiquetas a los demás, como forma de clasificarnos, de dividirnos, y, en definitiva, de hacernos daño.
La miscelánea identitaria nos enriquece. En las últimas horas hemos despedido a un valenciano nacido en Buenos Aires como Óscar Rubén Valdez, enamorado de nuestra tierra desde los 24 años. Vivía junto a Mestalla. Su misa funeral se ofició ayer en la iglesia de San Pascual Bailón, remozada con los ladrillos de la antigua fachada de Mestalla. Era estimulante escucharle hablar. Tenía chispa y buen ojo. Daba la sensación de que entendía a los valencianos mejor que nosotros mismos. A veces, con perspectiva se comprenden mejor las cosas.
La unanimidad que despierta el Valencia CF del Sènia al Segura es muy irregular, pero conviene evitar las conclusiones sociológicas de brocha gorda, porque su afición es diversa en todos los sentidos, mucho más allá del tópico del ‘mig ouet’. Aceptando como propio del fútbol un cierto pique saludable, es mucho más lo que nos une entre comarcas que lo que nos separa. Nos falta cohesión. Nos falta autoestima. Nos falta respeto. Nos sobra ignorancia. Toda esta reflexión se escribe al margen de la execrable agresión a dos aficionados del Villarreal CF para la que no existe más análisis posible que el Código Penal. La violencia y la intimidación en el fútbol debe denunciarse con valentía. Y así, con nuestros miedos y nuestro autoodio vamos pasando por esta azarosa vida de valencianos futboleros.
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