“Todo tu vida es como una obra de teatro, y el 90 por ciento de los personajes que te rodean ni siquiera tenemos diálogos, porque somos meros extras”. Lo dice alguien -aunque no exactamente con esas palabras- al referirse a Lorenz Hart en un momento de la película que Richard Linklater ha presentado hoy a concurso en la Berlinale, ‘Blue Moon’ y contemplando la versión del compositor que Ethan Hawke encarna de forma tan apabullante queda claro que, en efecto, el tipo tenía la clase de personalidad arrolladora frente a la que todo lo demás se empequeñece. Junto al músico Richard Rodgers, Hart escribió algunas de las canciones más famosas de la historia de Broadway, como ‘My Funny Valentine’, ‘The Lady is a Tramp’ o, por supuesto, la que da título a la nueva película.
Murió el 22 de noviembre de 1943, a causa de una neumonía y completamente alcoholizado; Linklater lo contempla siete meses antes de su fallecimiento, concretamente durante la noche del estreno en Nueva York de ‘Oklahoma!’, que se convertiría en una de las producciones más exitosas de la historia del musical. Fue la primera obra con Rodgers escribió sin contar con Hart; lo hizo con Oscar Hammerstein, junto con el que acabó formando la pareja de compositores teatrales más famosos del siglo pasado. Hoy, excepto para los fans más acérrimos de ese medio, Hart es un completo desconocido.
Basada en un guion de Robert Laplow, en su día también escritor de la novela en la que Linklater se basó al dirigir ‘Me and Orson Welles’ (2008), la nueva película tiene un marcado aire teatral que la diferencia claramente de las ficciones más conocidas del director texano -con toda probabilidad, ‘Antes del amanecer’ (1996) y sus dos secuelas, ‘Escuela de rock’ (2003) y ‘Boyhood’ (2014)- pero, en todo caso, conecta de varias maneras con todo su cine previo, o casi todo: ofrece una sucesión de conversaciones excepcionalmente carnosas, hace un uso expresivo de su propio dispositivo temporal -en este caso, usa sus 100 minutos de metraje para contemplar a su personaje de forma ininterrumpida durante 100 minutos-, está protagonizada por Hawke y, además, derrocha una compasión y una empatía inagotables mientras contempla las flaquezas de sus personajes. Asimismo, aspira a premio en un festival que ha galardonado a su director sucesivas veces en el pasado, y sería muy injusto que no acabara recibiendo uno el próximo sábado.
Transcurre en su práctica totalidad en el interior del bar del teatro donde el estreno de ‘Oklahoma!’ tiene lugar, que pasa rápidamente de estar desierto a rebosar agitación. Se compone exclusivamente de una sucesión de monólogos en los que Hart se recrea y de intercambios que mantiene con el camarero, o con algún parroquiano, o con el propio Rodgers, en los que exhibe tanto su egolatría como su inmensa capacidad para la despiadada autocrítica. Habla de sus viejos triunfos, de los placeres que obtiene del bourbon, del horror de la guerra, del odio -en buena medida producto de la envidia- que le tiene a ‘Oklahoma!’, de la frustración que le causa ser reconocido casi exclusivamente por ‘Blue Moon’, de su desdén por el arte inofensivo, de los encantos de la mujer que aspira a conquistar y de su amor por los penes a media erección -más que bisexual, se declara “omnisexual’-, y en el proceso lo vemos exhibir sucesivamente la locuacidad más autocomplaciente, desesperación por halagar, resignación frente a su propio fracaso, los síntomas de un corazón roto y, sobre todo, una devastadora soledad. “Hemos tratado de hacer una película que, de algún modo, fuera como una canción compuesta por Hart y Rodgers”, ha explicado hoy Linklater. “Hermosa, un poco triste y también divertida”.
Entretanto, ‘Blue Moon’ pone buena parte de su eficacia sobre los hombros de Hawke, un actor que disfruta de la estilización incluso en sus interpretaciones más vocacionalmente naturalistas disfruta del amaneramiento y la estilización, y que aquí se entrega a un amaneramiento increíblemente preciso, en virtud del que convierte lo que en manos menos expertas podría haber sido un personaje insoportable en un derroche de humanismo, patetismo, carisma y poder conmovedor. Es un actor celebrado sobre todo por sus colaboraciones con Linklater y, aunque su trayectoria se defiende por sí sola, en esta película vuelve a justificar por qué.
También presentada hoy a competición en la Berlinale, ‘El mensaje’ es una de esas películas que por algún motivo asumen que el tiempo es algo que los espectadores tenemos de sobra, y que por tanto no pasa nada por tomarlo sin motivo aparente. Dirigida por el argentino Iván Fund, dura 91 minutos como podría durar 15 o, por qué no, 650. Un par de sus escenas iniciales se bastan para establecer su premisa -una niña cuyo don para comunicarse con los animales es usado con fines oportunistas por su abuela y el compañero de esta, que la llevan de ruta por carretera para ofrecer consultas a sucesivos dueños de mascotas-, y nada de lo que sucede después se interesa por desarrollarla o hacer nada productivo con ella. Que una película exija la participación del espectador es una cosa; que no le ofrezca el más mínimo motivo para hacerlo es otra muy distinto, y mucho peor.
Cumberbatch y un cuervo
Como Hawke, también Benedict Cumberbatch lo da todo al frente de ‘The Thing With Feathers’, tambien presentada este martes -fuera de concurso, eso sí- en el certamen alemán pero, en su caso, su interpretación es mucho más de lo que merece la película que la contiene. Mientras mezcla elementos estrategias propias del cine de terror con jerigonza terapéutica e imágenes alucinógenas, la película literaliza de forma tosca y repetitiva su metáfora central -que el dolor derivado de la pérdida de un ser querido es como una bestia alada que grazna y se burla de los vivos- para retratar a un viudo que recibe la visita de un cuervo gigante y parlante mientras lidia con la muerte de su esposa. A pesar de la entrega del actor británico, y dado que en sus primeros 30 minutos de metraje articula todo lo que quiere decir, la película demuestra rápidamente que no tiene a dónde ir. Además, gran parte de su acción resulta intrascendente, sobre todo porque todos sus personajes son meros dispositivos bidimensionales diseñados para impartir lecciones pedestres sobre la tristeza, la soledad, el miedo y la ira.