En apenas unas semanas ya se ha comprobado el aislamiento al que quiere someterse a Europa, particularmente desde el gobierno de Trump. Es algo que el magnate había articulado en su primer mandato, sin atreverse a ponerlo del todo en marcha, pero, sin duda, ya apuntaba maneras. Sin propósito de ofender, nunca falla el dicho de que la cabra suele tirar al monte. O sea, que cero sorpresas. Este Trump 2.0 (el nombre es demasiado tecnológico para alguien como él, pero quizás ahora tenga más sentido) ha venido a hacer todo lo que no hizo, y mucho más. Ni un minuto que perder, o sea, como si gobernar fuera una escaleta de un programa de la televisión.
Trump ocupa a diario todas las pantallas y todos los titulares, o sea, ‘nulla dies sine linea’, ni un día sin una línea, como decía Plinio el Viejo de Apeles de Colofón, el pintor griego. Trump sabe que, en esto de la política espectáculo, hay que dejar al cliente satisfecho… y al contrario, preocupado. La posesión absoluta del escenario, la sensación de que él es un hombre orquesta que nos deja desconcertados, aunque permite a Elon Musk tocar al menos los platillos. Ruido, ruido, que daña los oídos pudibundos. No hay tregua mediática, porque, si Trump deja de dar sus surrealistas ruedas de prensa (esa, el otro, día, con el hijo de Elon incluido: ¿maniobra de distracción?), si deja de pedalear a lomos de afirmaciones de aurora boreal, se caería como quien deja de pedalear en una bicicleta. Una vez en el arco, la flecha ha de partir. Por eso Trump va a ser un bocón a tiempo completo.
Eso hizo Vance en esa otra surrealista aparición en Múnich. La vieja Europa (es aquí un elogio, no como se decía desde la propaganda populista norteamericana, que lo utilizaba como insulto) tiene que soportar que vengan a abroncarla en su cara. Los alemanes, que afrontan en pocos días unas difíciles elecciones, envueltos en varias crisis, y con la presencia de la ultraderecha apoyada una y otra vez, sin máscara, por Musk, unas elecciones en las que nos jugamos mucho, han protestado ante lo que consideran una injerencia. ¡Puro alpiste para los pollos, amigos! Indignarse no es suficiente.
Nadie próximo a Trump, desde esa superioridad del ‘bullying’ político que ejerce, va a renunciar a revocar el orden democrático europeo, que complica los planes del autoritarismo global. Europa es todavía un reservorio de libertad y razón, y en este contexto de sindiós global, de liderazgos que galopan desbocados, Europa actúa como una piedra en el zapato. Ah, pero también es débil. O lo parece. Débil por su sosiego, y por su compleja dirección, y por el cuidado al derecho ciudadano. Todos están contra Europa porque les resulta incómoda. Porque les señala. Porque revela la brutalidad de las nuevas políticas. Y por eso hay que ser más europeos que nunca.
Naturalmente, el trumpismo aboga por la simpleza, que le favorece, y recela de toda complejidad. Estas semanas del nuevo gobierno de los Estados Unidos pueden producir cierta hilaridad en el mundo, pero no se confundan. El verdadero rictus es el del miedo. Cuanto peor, mejor, parece ser el mensaje. Las guerras comerciales serán un fiasco incluso para muchos estadounidenses. Claro que todo lo que sea poner a Europa contra las cuerdas produce satisfacción en la Nueva Casa Blanca. Y, junto a esa política del chantaje, pues eso es lo que parece, se abre el descaro de la injerencia, la bronca estúpida, el desprecio, en fin, por Europa. Deberíamos lograr, cuanto antes, que el Reino Unido volviera a la casa común. Sería un buen comienzo.