Cinco plantas, tuberías que atraviesan todos los niveles, grandes silos metálicos, inmensas cajas tamizadoras y de aspiración, tecnología punta para mantener el control de todos los procesos desde un ordenador y una limpieza extrema mires donde mires. Así es el segundo molino que acaba de estrenar Casa Tarradellas en Vic (Barcelona) y en el que ha invertido 25 millones de euros, 14 meses de preparación y diseño, y 16 meses más de construcción. Según sus propietarios, es el segundo molino de estas características en Europa, el primero se construyó en Inglaterra. Y ha sido la excusa perfecta para, por primera vez en más de 40 años, abrir oficialmente las puertas de Casa Tarradellas a los medios de comunicación.
Joan Clotet, gerente de la unidad panificadora y alimentaria del grupo, explica que este segundo molino, construido por la misma compañía que hizo el primero, la suiza Buhler, ocupa 1.800 metros cuadrados de superficie e integra mejoras tecnológicas, de procedimientos y de eficiencia energética. En toda la operación no hay ningún contacto con el producto. Se aprovecha la gravedad para pasar el trigo de una máquina a otra y de un nivel a otro. El proceso empieza en la quinta planta y acaba en la planta baja cuando se llenan las cisternas de los camiones para su distribución con la mezcla de la receta ya hecha. Para mantenerlo en funcionamiento 24 horas al día, cinco días a la semana, con capacidad para moler 12,5 millones de toneladas de trigo por hora, solo hacen falta cinco trabajadores.
El primer molino de la compañía se puso en marcha en 2010 y con él se procesan 18 toneladas por hora de trigo. En diciembre de 2024, el segundo, que también integra un nuevo centro de investigación dedicado al estudio y selección de harinas. Tener molinos, indican desde Casa Tarradellas, «asegura un control exhaustivo de la trazabilidad del producto y poder mantener los pilares del grupo: innovación, calidad, seguridad alimentaria y sostenibilidad». Toda la harina que producen es para autoconsumo. «Con sede en Gurb, Casa Tarradellas -argumenta Miquelina Saborit, directora de comunicación de la empresa– se ubica en una zona de gran tradición agrícola y no tenía sentido que el trigo que se recoge por aquí se fuera a no sé cuántos quilómetros para volver a reconvertido en harina. Nos abastecemos de lo que se cultiva a nuestro alrededor. Algún año, en función de las condiciones meteorológicas, podemos consumir un 20% del total de trigo procedente de Francia; pero el 80% restante es de Catalunya, Aragón y Navarra».
Recuperar el plástico
Con esa misma filosofía, en 2012 abrieron un centro de recuperación de plástico. Y han construido una planta específica donde solo elaboran pizzas sin gluten y sin lactosa. Todo el grupo está formado por 18 centros de producción en un área de 20 kilómetros en la comarca de Osona, cada uno de ellos con un laboratorio de calidad donde trabajan un total de 60 personas. Todas las instalaciones cuentan con más de 200.000 metros cuadrados de superficie fotovoltaica, pues ya en 2004 decidieron que todas las plantas debían incorporar energía solar. El volumen de negocio de Casa Tarradellas alcanzó los 1.378 millones de euros en 2023, cifra que supone un aumento del 18% respecto al ejercicio anterior. Está previsto dar a conocer los resultados de 2024 antes del verano. La inversión en investigación y desarrollo asciende a 40 millones de euros.
Casa Tarradella -que elabora 15 variedades de pizzas frescas, nueve patés, loncheados de jamón cocido y beicon, seis variedades de masas frescas, el fuet espetec y mixtos para calentar- nació en 1976, cuando Josep Terradellas y Anna Falgueras abrieron un obrador al lado de la masía que tenían en Gurb, la casa familiar. Junto al obrador también había una sala de venta y de degustación de los embutidos tradicionales que elaboraba la familia.
Decidieron empezaron a comercializar el fuet espetec, producto icónico de la marca, que responde a esa singularidad de querer ofrecer las recetas de la familia. En el año 1987 presentaron el primer paté en un envase de vidrio transparente: «Así la gente podía ver el producto del cual nosotros estábamos orgullosos». Siguieron con el lanzamiento de los loncheados, algo inédito hasta el momento en España, y, finalmente, de las pizzas frescas. Cada pizza que se lleva al supermercado requiere siete meses de trabajo, aseguran.
De este modo, el proyecto inicial fue creciendo .»Siempre muy fieles a ese origen rural al que pertenecemos -explican- pero evolucionando desde la inquietud por la innovación y la calidad». «Esa personalidad inquieta e innovadora se traduce en la actual gama de productos del grupo».
Ahora la empresa, que cuenta con unos 3.000 trabajadores, está dirigida por la segunda generación de la familia, con Josep Terradellas Falgueras como director general; Anna Terradellas Falgueras como directora corporativa, y Nuria Terradellas Falgueras como responsable de I+D.