La primera norma discriminatoria contra los gitanos en España data de 1499. La conciben los Reyes Católicos: «en esas pragmáticas se expulsa de la Península Ibérica a musulmanes y judíos. Eso lo hemos estudiado todos en el colegio. Pues en esas mismas pragmáticas también se expulsaba a los gitanos ¿Lo has estudiado? ¿Alguien te lo ha mencionado? No».
Antonio Santiago es un joven gitano graduado en derecho, que posiblemente rompe con los esquemas mentales que mucha gente tiene. Este año se conmemoran 600 años de la llegada del pueblo gitano a la península, y más de medio siglo después siguen vivos muchísimos prejuicios sobre una minoría étnica que ha ayudado a construir España. En su defensa alegan que «en los 600 años de nuestra historia aquí, los gitanos nunca hemos sido protagonistas de ningún conflicto».
Nuestro país ha dictado cientos de leyes antigitanas a lo largo de su historia, la mayoría pragmáticas. «La ley de vagos y maleantes. No lo dice explicitamente pero está pensada contra el pueblo gitano», explica Jesús Ramírez, coordinador de Federación Autonómica de Asociaciones Gitanas de la Comunidad Valenciana (FAGA). Y pese a todo, como explica Emilio Salazar, miembro de la asociación romaní Kali Yag, «no se puede entender la historia de España sin la riqueza cultural que ha aportado el pueblo gitano. El flamenco, uno de nuestros símbolos a nivel internacional, es cultura gitana».
Los gitanos, defienden, no se tienen que integrar en ningún lado. «Llevamos aquí desde mucho antes que España existiera, así que somos tan españoles como cualquiera», reivindica Salazar. Sin embargo, pese a ser una parte importante de la historia de nuestro país, a penas se estudia la historia de este pueblo en los centros educativos; «debería existir una asignatura en el currículum sobre la historia del pueblo gitano. No puede ser que en las escuelas no se explique que fue, por ejemplo, la gran redada», replica Antonio.
El estigma desde el aula
Pese a las grandes aportaciones del pueblo gitano a la construcción de la identidad nacional, se trata de una minoría que tiene grandes retos por delante. El 14 % de las mujeres y el 6 % de los varones gitanos son analfabetos, frente al 2 % de las mujeres y el 1 % de los varones en el conjunto de la sociedad, según la Fundación de Secretariado Gitano. La situación, de hecho, ha empeorado en los últimos 10 años.
Seis de cada diez alumnos gitanos siguen sin terminar la Educación Secundaria Obligatoria, según esta misma fuente, sólo un 3,8 % se gradúa Bachillerato o en Grado Medio y a penas un 0,4 % lo hace en la Universidad. Hace 10 años era el doble.
El tema de la educación -explica Salazar- es primordial. «A los niños gitanos los han utilizado como cobayas. Vino la recomendación desde Europa que se tenía que acabar con el absentismo escolar, y todos los directores dijeron ‘tenemos que tener las aulas llenas’. Pero no había un plan para esos niños gitanos», cuenta.
¿Qué fue lo que hicieron? «En 1985 los directores dijeron ‘que no se preocupen los padres de los otros niños porque vamos a meter a los gitanos juntos en un aula’. Aquello no funcionó y desde entonces no hemos tenido un plan que lo haga», reivindica Salazar.
Ramírez va más allá. «¿Por qué estudia y se forma la gente? Porque sabes que esos estudios te van a dar un oficio, un proyecto de vida y un soporte económico. Pocas veces se forma uno por adorno ¿Cómo puedo confiar yo que mis hijos van a tener una oportunidad en el mundo laboral cuando nos están negando desde hace generaciones el acceso al trabajo? Si a mi me lo negaron ¿Con mi hijo va a cambiar? Si eres gitano lo tienes bastante más difícil para que te contraten. Eso es un hecho», cuenta.
Muchas familias piensan es que sus hijos van a tener más posibilidades con un autoempleo porque «es lo que nos ha funcionado desde generaciones, el mercado ambulante«, explica. «Hacen eso porque es lo que les ha funcionado. Dicho esto, hay que romper esas dos partes. Trabajar con el pueblo gitano para concienciar a los padres y madres de que sus hijos van a tener una oportunidad si estudian, pero también erradicar el antigitanismo que hay en muchas empresas», reivindica Ramírez.
«Si eres gitana no sirves, si eres gitano no te quiero en mi empresa. Eso lo hemos escuchado infinidad de veces. Claro, si eres un padre no quieres que le pase eso a tu hijo e intentas que tenga un autoempleo», explica Ramírez. «Hay muchos puestos de trabajo que no necesitan tener una gran cualificación profesional, pero hay muy pocas oportunidades para el pueblo gitano. No los contratan», reivindica.
Por otro lado, añade Ramírez, «no sentimos que el colegio es nuestro porque no se habla de nosotros. Se habla de muchas vivencias que ocurrieron en España pero nunca de los gitanos. A penas hay tampoco profesores gitanos. El gitano no se siente partícipe ni cómodo, podríamos empezar por ahí», cuenta.
Por ello Ramírez pone en valor que miembros de su asociación estén empezando a entrar en colegios como maestros y profesoras. «Eso te hace sentir que el colegio también es un ámbito natural nuestro. Que haya referentes es importantísimo, y eso hasta ahora no ha existido», remarca.
Trinidad Santiago, una representante de la comunidad gitana de Valencia. / Germán Caballero
«La mujer gitana es lo contrario a una mujer sumisa»
Otro de los grandes prejuicios que pesan sobre el pueblo gitano es que las mujeres son sumisas. «La sociedad nos ve como sumisas, que somos maltratadas, les damos pena… Y a mí me da mucha risa, porque es totalmente lo contrario. La mujer gitana es una figura que no tiene nada que ver con lo sumisa», explica Trinidad Santiago.
«Podemos hablar desde el discurso feminista, que siempre nos deja fuera. Hace 40 años las mujeres necesitaban la autorización del marido para abrirse una cuenta bancaria. ¿Dónde estaban las mujeres gitanas hace 40 años? Trabajando, se iban a hacer a las Américas o a Alemania, a trabajar solas para sacar a sus hijos adelante», explica Trinidad. «Mi tía venía de una familia a la que no le hacía falta que se fuera a Alemania, pero ella no iba a dejar que sus tíos o sus primos mantuvieran a sus hijos ¿Entiendes? Otra tía que tuvo hijos y era una empoderada que se fue a Brasil, a México, a Argentina…», reivindica. «Nunca formamos parte de ese discurso feminista blanco».
Por otro lado, Trinidad critica el «poco respeto» a algunos elementos de su cultura. «Mi hija tiene 17 años y se casará dentro de algunos años. Y lo haremos como nos han criado a nosotros. Pero no se nos respeta, nos dicen ‘pobrecitas’, pero cuando eso lo hace una chica rubia de una familia católica nadie le dice nada y a todos les parece bien», explica.
En síntesis, «la sociedad coloca siempre al pueblo gitano y la mujer gitana donde les interesa», reivindica Antonio. «Hablemos del mal llamado ‘traje de flamenca’, porque su nombre real es ‘traje de gitana’. Cuando la mujer en España tenía que ser dócil y recatada por la Iglesia y el franquismo, las gitanas bestían con colores llamativos y volantes. Y eso era lo malo entonces. Ahora a las gitanas se nos pone también en el lado malo, como dóciles, sumisas. Al final siempre nos colocan donde quieren colocarnos», sentencia Trinidad.