Europa se parece hoy a las liebres paralizadas en medio de la carretera nocturna por los faros del automóvil que fatalmente acabará atropellándolas, sin llegar a sospechar, las pobres, que el peligro no estaba en la luz que las deslumbró sino en la máquina oculta tras ella. Aunque quien materialmente la mata es el coche, es el miedo paralizante quien hace posible esa muerte al mantener al animal inmóvil sobre el asfalto durante esos breves segundos que serán los últimos.
Así se sienten ahora mismo las izquierdas ortodoxas y las derechas normales de Europa y Estados Unidos ante la reaparición de Donald Trump en la escena internacional. Histriónico paladín del brutalismo ideológico que se viene adueñando de la política a ambos lados del Atlántico, como presidente de la nación más poderosa de la tierra Trump se asemeja al conductor puesto hasta las cejas de whisky y anfetas que conduce a toda pastilla su 4×4 de 12 cilindros y 300 caballos por las calles del centro de la ciudad justo a la hora en que las familias salen de compras. Imposible que no acabe atropellando a alguien.
Un enemmigo del pueblo
Por una vez, medios progresistas, liberales y conservadores de Europa y América coinciden en encabezar sus portadas dando cuenta de la loca carrera iniciada por Trump al volante quizá no de un 4×4 sino de un inmenso portaviones llamado Estados Unidos que navega a toda máquina y sin frenos en dirección a las costas europeas.
Por cómo se conduce, cualquiera diría que su capitán está como un cencerro; mientras, su tripulación se limita a obedecer unas órdenes que apenas comprende, lo cual tampoco importa demasiado pues los tripulantes tienen una fe ciega en su comandante-cabra, como la tenían los alemanes en Hitler y los italianos en Mussolini hasta que, ya demasiado tarde, vieron cómo sus países se precipitaban en el abismo. ¿Está Trump conduciendo a su país al precipicio? Mucha gente, a ambos lados del océano, así lo ansía en secreto, sin pararse a considerar que 1) las principales víctimas serían las clases medias y trabajadoras norteamericanas y 2) que, de producirse tal eventualidad, los daños no se circunscribirían únicamente a Estados Unidos.
Peligro inminente
Incluso en un país como España, tan poco permeable históricamente a lo que sucedía más allá de los Pirineos, los medios conservadores están siendo capaces de relegar en sus portadas al malvado Pedro Sánchez en favor del mucho, muchísimo más peligroso Donald Trump. ¡Quién le iba a decir a nuestra derecha que uno de los suyos haría bueno al más malo de sus enemigos! Contemplando al temerario piloto de la Casa Blanca, las derechas nacionales empiezan a admitir para sus adentros que la motillo sin frenos que monta Sánchez con Puigdemont de paquete apenas supone peligro serio alguno.
Quién sabe, tal vez nuestra derecha empiece a comprender que el verdadero enemigo, el suyo y el de todos, no es Sánchez sino Trump. ¿Sánchez “mafioso, mentiroso, tirano, matón y comedor de fruta”, como afirma desquiciada la inverosímil presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso? Comparado con el tipo que va al volante del 4×4, Sánchez es, como todos nosotros, una indefensa liebre.
Corre, conejo, corre
Por su parte, Trump es una rara mezcolanza de depredador y roedor. Su conducta es la de un depredador: rápido, preciso, traicionero; sus ojos diminutos y esquinados son, en cambio, los de un roedor. El nuevo inquilino de la Casa Blanca no da tregua: firma decretos como quien picotea altramuces mientras se toma una cerveza. Ha firmado ya más de 200. No se cansa. Despliega la energía irrefrenable de los psicópatas, de los espadones, de los tiranos, de los que están como una cabra. Deprisa deprisa. El semáforo del siguiente cruce que acaba de ponerse en rojo corresponde a una concurrida calle peatonal, pero esa circunstancia no le hace levantar el pie del acelerador: ya anuncia él de su llegada tocando el claxon; quienes no se detengan o se aparten será porque no quieren, que él ya ha avisado.
Europa no puede permitirse el lujo de quedar paralizada en mitad del asfalto. Es preciso eludir el choque saltando rápidamente hacia la cuneta para, de inmediato, dar la voz de alarma y que el resto de lepóridos sepan que un conductor desequilibrado anda suelto por esas carreteras atropellando a cuantos se cruzan en su camino. Compañeras liebres, no nos mata el coche, nos mata el miedo; el coche nos mata, el coche puede matarnos pero solo porque el miedo ha hecho previamente el trabajo sucio de inmovilizarnos, arrebatándonos de paso el temple, el coraje, la esperanza.