En una colonia penal del Ártico conocida como «Lobo Polar», aislado, pasando frío y sueño (no se le permitía dormir más de una hora seguida) y con el único posible alivio de poder ver de forma muy esporádica la aurora boreal, murió el 16 de febrero de 2024 el opositor ruso Alekséi Navalni. Su pérdida fue muy significativa para la oposición, ya que era uno de sus principales rostros. El Gobierno del país lo sabía y por ello presionó a sus allegados para que le enterraran de forma anónima en Salejard, en la región septentrional de Yamalo-Nenets, donde encontró la muerte y lejos de donde vivió la mayor parte de su vida, Moscú. Finalmente, su último adiós en febrero de 2024 se permitió en la capital rusa y se convirtió en una gota de protesta contra el régimen diluida en un océano de silencio. A pesar de esta noticia tan dura, la oposición rusa no bajó los brazos. Con dificultades, penas de cárcel, miedo y en muchas ocasiones desde el exilio, un año después mantienen la lucha contra el presidente ruso, Vladímir Putin, y su Gobierno.
Otros nombres importantes como Ilya Yashin, Vladímir Kara-Murzá o Yulia Navalnaya, entre otros, viven ahora en países de la UE. Los dos primeros estuvieron un tiempo encarcelados, acusados de difundir información falsa sobre el Ejército ruso y Kara-Murzá también por «alta traición«. La última nunca estuvo entre rejas pero sufrió el calvario de su marido, quien antes de hallar la muerte en la colonia penal fue víctima de un envenenamiento que a punto estuvo de acabar con su vida y entró y salió de prisión en repetidas ocasiones. Tras su pérdida, Yulia prometió recoger el testigo e incluso apuntó que una vez Putin abandone el poder intentará postularse para ser presidenta de Rusia. Por ahora ve imposible regresar a su país y mantiene una lucha desde el exilio de la mano de otros de sus compatriotas contrarios al mandatario ruso.
La simpatía por Navalni o por cualquiera de su entorno cercano es algo que no se perdona en Rusia. La justicia condenó en enero de 2025 a los abogados que defendieron a Navalni a penas de entre 3 y 5 años de cárcel, acusados de formar parte de una entidad extremista. La organización del mismo opositor, el Fondo Anti-Corrupción (FBK en ruso), está en la lista de organizaciones extremistas junto con partidos neonazis, grupos terroristas y sectas religiosas.
Sin oposición interna
En definitiva, los grandes nombres de la disidencia rusa mantienen el pulso desde fuera de las fronteras rusas, donde no tienen margen para luchar. Opositores de todos los colores han visto cómo las opciones eran irse o callar. Demócratas. Liberales opositores a Putin. Miembros de la comunidad LGBT. Independentistas de diferentes regiones. Incluso militares proguerra y nacionalistas que tuvieron la lengua demasiado afilada pasaron por la cárcel, como es el caso de Igor Girkin, que dijo que «habría que ahorcar» a Putin por la mala planificación de la invasión de Ucrania. En los últimos meses de 2024 la policía moscovita hizo redadas en diferentes clubes nocturnos conocidos por su tolerancia con los homosexuales donde buscaron drogas y material que promocionase «relaciones no tradicionales». Desde 2024 el «movimiento LGBT internacional» también está en la lista de organizaciones extremistas.
La persecución contra cualquier indicio de crítica y de oposición no ha decrecido e incluso busca recrearse en las condenas. Eso es algo que sufrió en sus carnes Alekséi Gorinov, exconcejal de la ciudad de Moscú encarcelado por pronunciarse abiertamente en contra de la guerra. La primera condena le cayó en 2022 por difundir «información falsa sobre el Ejército ruso». En diciembre de 2024 se le juzgó y condenó de nuevo por «justificación del terrorismo» por conversaciones que tuvo en el hospital de la prisión donde cumplía condena sobre los ataques ucranianos de Crimea. Él negó los cargos pero sí apuntó que sus interlocutores le provocaron para hablar de política en un lugar donde la administración de la prisión había introducido micrófonos.