A principios de 2019, al escritor y presentador Máximo Pradera (Madrid, 1958) le diagnosticaron un cáncer de próstata agresivo y avanzado. Empezaron entonces para él dos duros años de tratamiento que afrontó con una doble vocación: curarse de la enfermedad e investigar cómo esta funciona. Ahora publica ‘El cáncer y la madre que lo parió’ (Navona), donde relata con humor y crudeza la experiencia que vivió y explica, con datos y consejos prácticos de alimentación y vida sana, cómo se puede prevenir el tumor.
¿El título lleva mensaje?
Sí, doble. Alude a que el cáncer es muy jodido porque seguimos sin entenderlo y lo tratamos con técnicas medievales: lo envenenamos con quimio, lo abrasamos con radio, lo amputamos con cirugía… También alude a su puta madre. No todos los tumores responden a causas ambientales, pero cada vez hay más casos que sí. La madre que parió al cáncer es la inflamación, que está relacionada con lo mal que comemos y con la vida tan estresante que llevamos.
¿Esto lo sabía el día que le diagnosticaran un tumor?
Yo no sabía nada del cáncer, pero hoy tengo claro que lo he padecido porque ningún médico me hizo nunca la pregunta clave: ¿qué comes? Tampoco me miraron jamás los niveles de cortisol o glucosa, que son fundamentales para acabar desarrollando un cáncer. Parte de mi tumor se debió a la obsolescencia programada, porque el sistema inmunitario se debilita con la edad, pero hoy sé que si hubiera tenido otros hábitos alimenticios y de vida podría haberme librado del cáncer. Mi tumor se debió a la desinformación.
¿Por eso se puso a investigar cuando recibió el diagnóstico?
Confío en los médicos, pero también se equivocan y conmigo no han estado a la altura por no haberme hecho a tiempo las preguntas clave. La culpa no es de ellos, sino de los protocolos médicos, que van a los síntomas de las enfermedades pero no las causas. Por eso decidí investigar y tomar el mando de mi tratamiento.
¿Qué descubrió?
Muchas cosas, ahora soy casi experto en bioquímica. Por ejemplo, ahora sé que el cortisol es una hormona antiinflamatoria, pero si permanece en el organismo de manera crónica produce el efecto contrario y vuelve locas a las células, que acaban haciéndose cancerígenas para sobrevivir. Y les da por crecer sin parar, se creen inmortales, se expanden por el cuerpo y comen de forma muy poco eficiente. Si se fija, el cáncer funciona como el capitalismo salvaje de Trump.
Si hubiera tenido otros hábitos alimenticios y de vida podría haberme librado del cáncer. Mi tumor se debió a la desinformación.
Curiosa comparación.
Recuerdo una conversación muy interesante que tuve con Joaquín Almunia en un viaje que organizó mi padre a Egipto con amigos suyos del PSOE. Me decía: el problema no es que los empresarios quieran ganar dinero, sino que quieren ganar el máximo posible, por eso hace falta un estado fuerte que les ponga límites, porque no tienen fin. El capitalismo salvaje de Trump simboliza el cáncer a la perfección. Se alimenta de basura, despilfarra energía, quiere hacer metástasis por el mundo y colonizar Groenlandia, y lo creíamos muerto pero ha resucitado. Y quiere hacer grande a América a costa de no colaborar con los demás, como el cáncer, que le importa un huevo cargarse el organismo mientras siga creciendo.
¿Cómo vivió que le dijeran: tienes cáncer?
Hubo varios momentos terroríficos. El primero me ayudó a sobrellevarlo el urólogo, que me calmó y me mandó hacer una resonancia magnética, pero el resultado fue concluyente: cáncer seguro. La buena noticia era que no parecía haber metástasis, pero mi oncólogo no se fiaba y me mandó hacer otra prueba para confirmarlo. No me atreví a abrir el sobre hasta dárselo al médico. Los oncólogos son como filósofos o maestros de Kung-Fu, dan mucha serenidad, pero el mío torció el gesto cuando abrió el sobre.
Máximo Pradera, escritor. / José Luis Roca
¿Qué pasó?
Fueron cinco segundos de pánico, pero al final dobló el papel, sonrió y dijo: parece que está todo bien. El gesto no fue sadismo por su parte, sino contrariedad al comprobar que estaba equivocado, porque él habría apostado a que tenía metástasis. También fue duro cuando me explicaron las 30 sesiones de radio que tenía que darme y la terapia de bloqueo hormonal a la que debía someterme: dos años sin testosterona, una hormona que no solo sirve para follar, es fundamental para estar bien. Fueron dos años sintiéndome en el cuerpo de otro, como si fuera con ropa estrecha y zapatos apretados.
Aparte del impacto físico, ¿cómo le ha afectado la enfermedad a nivel emocional?
Siempre he dividido a los seres humanos en dos grandes grupos: los agradecidos y los acreedores. Hay quien piensa que la vida le ha dado más de lo que esperaba y quien siente que la vida le debe cosas, siempre con un ansia permanente. Yo era un maldito acreedor, creía que merecía más de lo que tenía, y eso me causaba estrés. El tumor me ha convertido en una persona agradecida.
¿Está agradecido al cáncer?
No diría tanto, porque es muy duro y pasas mucho miedo, pero reconozco que me ha hecho ver cosas que antes no veía. Cuando te dan el diagnóstico, al principio te preguntas: ¿por qué a mí, Señor, si he sido bueno? Luego vas a radioterapia, ves a niños sometidos a las mismas sesiones que tú, y te dices: no te quejes, cabrón. El cáncer me ha enseñado que podía cambiar mi manera de pensar, algo que yo creía imposible.
¿A qué se refiere?
Yo creía que mis pensamientos eran inmutables y resulta que dependen de factores como tu estado anímico, tu nivel hormonal, el cortisol… Lo más difícil es aprender a cuestionarte tus propios pensamientos. Es un ejercicio de humildad de la hostia. Es revelador cuando te das cuenta de que tú no eres esos pensamientos. La meditación y el yoga, que ahora practico a diario, ayudan a verlo.
¿Qué efecto tienen?
Bastan unos minutos de respiración lenta en la postura de viparita karani para ver cómo la cascada de pensamientos cae sobre ti, hasta que tomas un poco de distancia y le dices a tu cerebro: venga, a ver cuál es el siguiente pensamiento que me traes. Ahí el cerebro dice: ostia, esto no me lo han hecho nunca. Y a partir de ese cortocircuito, de pronto te das cuenta de que tú no eres esos pensamientos, sino el ser que los ve pasar por delante. Esto da mucha paz y quita mucha ansiedad.
¿Qué otros hábitos ha cambiado?
He modificado mi dieta, ahora solo como una vez al día y practico el ayuno intermitente, que es algo que no vale para todo el mundo, pero a mí me va bien. Sin el cáncer, hoy seguiría comiendo la mierda de antes y seguramente acabaría teniendo diabetes o un ictus. Llegué a pesar 103 kilos, pero pensaba que la obesidad era un problema estético, no de salud. Ya no opino así. Es imposible enfrentarte al cáncer si no cambias tu forma de pensar.
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Máximo Pradera, escritor y guionista. / José Luis Roca
Hay quien ve a la parca rondándole y se vuelve creyente. ¿Ha sido su caso?
A mí el cáncer me ha vuelto estoico, que es una filosofía que dice que solo eres responsable de lo que depende de ti, pero no de lo que no está en tu mano, porque aparte de falso, pensar eso es una fuente de estrés. Yo antes creía que podía controlarlo todo, ahora sé que no. Y he pasado del grupo de los acreedores al de los agradecidos. No soy nada supersticioso, pero a veces uno no puede evitar caer en el pensamiento mágico. Resulta que nací en la clínica San Francisco de Asís de Madrid, y el primer oncólogo que me trató me vio en ese mismo hospital. Eso me dio buen rollo, fue como decir: el santo que me vio nacer, ahora me va a prolongar la vida.
¿Qué le diría al Máximo de antes del cáncer?
El Máximo de antes era incapaz de cuestionar sus propios pensamientos. Bastaba con que fueran míos para que me gustaran, y eso es un error. Asumir que no todos tus pensamientos son válidos y que tú no eres esos pensamientos supone una gran cura de humildad. El gran aprendizaje que te da una experiencia como un cáncer se resume en un pensamiento estoico: no condiciones tu felicidad a los resultados ni a nada que esté fuera del alcance de tu mano. A aquel Máximo también le diría: cuidado, que la sanidad está mal planteada. Porque a mí me deberían haber advertido que la comida chunga y el azúcar producen inflamación crónica que no se ve a simple vista, pero puede acabar desembocando en una diabetes o un cáncer.
Es imposible enfrentarte al cáncer si no cambias tu forma de pensar.
¿Esta experiencia ha afectado a su forma de relacionarse con el mundo? ¿Ya no es tan polemista como antes?
Tengo dos facetas: me gusta tocar los huevos, sobre todo a los idiotas, y también ayudar a la gente. Ahora me dedico más a esto último. De hecho, este libro es un intento de hacer por los demás lo que nadie hizo por mí, que es explicar de qué va el cáncer y cómo puede prevenirse. Antes me pasaba todo el día discutiendo con tuiteros, pero descubrí que en realidad estaba discutiendo conmigo mismo. Ahora dedico menos tiempo a polarizar, es una pérdida de tiempo. Sobre todo desde que Elon Musk es el dueño de Twitter. Dicen que si no estás pagando por algo, el producto eres tú. Pues yo no pienso generarle contenido gratis a Elon Musk. A veces, cuando estoy que reviento, cuento algo, como hice en la ceremonia de los Goya, que me resultó un plomazo. Puse un tuit, pero antes habría puesto diez.
¿Y ahora cuál es su plan?
Seguir haciendo lo que me dejen. Por ejemplo, ahora voy a colaborar con Memoria Democrática por el 50 aniversario de la muerte de Franco para reivindicar las canciones protesta de los 70, que es algo que en España no se valora lo suficiente a pesar de ser uno de los países con más y mejores canciones protesta del mundo. Me gustaría colaborar en política, pero no me dejan.
¿En política?
Sí, como consultor. Ya lo hice en tres ocasiones. La primera fue con Zapatero en 2004. Llevaba mucho tiempo sin votar al PSOE y me fui a ver a Zapatero y le dije: estas son las cosas que necesitamos oír los de izquierdas. Tomó nota y ganó las elecciones con un lema que le llevé yo, lo de “por una España mejor”. En aquella ocasión no cobré, lo hice por patriotismo. Luego colaboré con Elena Valenciano y Rubalcaba, esa vez cobrando. Les hice algunas propuestas para la campaña de 2011, pero no me hicieron caso y perdieron. La tercera vez fue con Irene Lozano, que era la parte más de izquierda de UPyD. El partido tenía ideas muy chulas antes de que Rosa Díez se volviera loca. Irene y yo escribimos un libro juntos y propuse que ella llevara el partido, pero Rosa prefería hundirlo antes que cederlo.
¿Y ahora dónde se ofrecería?
He intentado colaborar con Yolanda Díaz, pero no se deja. Es una muy buena ministra de Trabajo, pero es una lideresa lamentable, no sabe lo que tiene que decir. Yo creo que acabará en el PSOE.
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