A Marc, Axel y Jesús les sienta de fábula las canas. Ya no son los chavalitos que, entre lo erótico y lo festivo, ay, apalearon la industria con melodías de bucle infinito, pero la edad les ha ayudado a quitarse complejos. Quizá, por ello, no paren de sumar adeptos. El público quiere la autenticidad de quien no tiene nada que perder y Sidonie, coronados en festivales y salas, hace tiempo que sólo piensan en pasarlo bien. Llevan 28 años haciendo de cada concierto una fiesta memorable y, claro, ojito, la experiencia es lo que tiene: entre acordes y cervezas, saben qué tecla tocar para activar tu cadera. Uf. Este jueves, tras colapsar la sala Siroco un día antes, cierran otra etapa dorada en el Movistar Arena de Madrid. Prepárense para la resaca. Ya no son como las de antes, sino mejores.
“Estoy cagado. Me gusta sentir los nervios de los inicios porque perderlos acabaría afectando a las canciones. No obstante, lo reconozco: es un tema que me provoca ansiedad. Lo paso mal, así que me gustaría tratarlo con alguien”, reconoce Marc. Tiene poco margen ya que, en breve, lanzarán su próximo álbum y la vorágine volverá sobre ellos. “Será el primero en catalán”, anuncia. No se asusten: aquí, por suerte, el orden de los idiomas no altera el colocón.
P. Confiéselo. ¿Se arrepiente de algo?
R. Sí, claro. Al principio, éramos unos tarambanas. Llegábamos a los conciertos sin haber dormido porque nos habíamos ido de fiesta. Qué mal. Sobre todo porque la gente había pagado por ver algo interesante y nos encontraba a nosotros. Hoy me cuido más. Y la prioridad, sin duda, es el público.
P. ¿Qué balance hace de estos 28 años de Sidonie?
R. Todo lo que hemos hecho ha sido con el amor y el respeto por delante. Por delante de los discos, viajes y conciertos está que somos un grupo de amigos. Vivir esta aventura es complicado. De hecho, hemos pasado por etapas en las que nos hemos arruinado, nos hemos peleado y nos hemos enrabietado por el éxito ajeno. Pero seguimos porque es divertido. Somos luchadores. A pesar de la imagen erótico-festival que transmitimos, hay un trabajazo enorme detrás.
P. Dice que lo perdieron todo. ¿Cuándo pasó?
R. Cuando pasamos del inglés al castellano. Recuerdo que en Vitoria vino la mitad de personas a vernos. Y esto para una gira que tu preparas desde Barcelona era una debacle económica. Regresas sin cubrir gastos. Fueron un par de años duros. Lo podíamos haber dejado y dedicarnos a otra cosa, pero continuamos.
Es responsabilidad de cada uno no vivir pendiente de las radios generalistas que van a su bola. Hay que seguir escuchando música en árabe, italiano, francés…
P. Ahora vuelven a cambiar de lengua: su próximo disco será en catalán, el primero de su carrera.
R. Nos apetece, la verdad. Sin embargo, siendo honestos, lo hacemos porque nos lo podemos permitir. La última gira ha ido genial, hemos vivido un renacer. Entonces, nos lo planteamos. Aunque no sabemos cómo saldrá la jugada, nos apetece. Puede ser que nos arruinemos de nuevo, lo cual ya pasados los 50 es una putada.
P. Cuando han tocado alguna canción en catalán fuera de Cataluña, ¿cuál ha sido la reacción del público?
R. En algunos sitios nos hemos topado con personas que, de repente, te abuchean. Empiezan a silbar sin ningún motivo. Es automático, ¿eh? Supongo que les da miedo que su banda favorita vaya a dar un salto tan grande. No sé. El público es soberano y puede hacer lo que le dé la gana… como nosotros. Los discos no deben escucharse por idiomas o sexos. Por lo que si te quieres perder éste, qué pena… porque va a ser de los buenos.
P. En un momento de gran polarización, ¿la música es un arma política?
R. Tal vez, en la época de mis padres, cuando despuntó la ‘cançó catalana’ de Lluis Llach y Raimon, lo era porque estábamos luchando contra un sistema opresor. Durante el procés, por su parte, no hubo intercambio cultural. Y hoy, por suerte, estamos desacomplejados. Sólo hay que ver cómo están las salas cuando Mushkaa y Julieta vienen a Madrid. Ya no hay tantos prejuicios.
P. El pasado octubre, por ejemplo, Joan Dausà reventó el Palacio de Vistalegre con 10.000 personas.
R. Qué maravilla. Es responsabilidad de cada uno no vivir pendiente de las radios generalistas que van a su bola. Hay que seguir escuchando música en árabe, italiano, francés… Cada uno tiene que fabricarse su propio algoritmo, así será más libre.
P. Superados los 50, ¿las cosas importan cada vez menos o más?
R. Lo pienso a diario y no llego a ninguna conclusión. Sinceramente, espero encontrar una revelación mística pronto. El mundo está loco. Y sólo lo puedo entender a través de los artistas.
P. ¿Qué es más peligroso: el dinero o la fama?
R. El dinero no lo sé porque no lo he tenido nunca. En cambio, me encanta la fama. Al menos, la que tenemos en Sidonie. Ahora, en el restaurante donde hemos comido, nos han reconocido y nos han pedido fotos. En nuestro caso, es desde el respeto. He salido con gente más popular que yo y he vivido lo violento que es no poder ni sentarte en la mesa.
P. ¿No tiene la sensación de que la cultura de salas está desapareciendo?
R. Tal cual. Nosotros no hubiéramos hecho el Movistar Arena si no fuera por nuestro mánager. Si bien nuestra música es de salas, parece ser que hay que pasar este examen. La industria estará con ojo avizor sobre nosotros. Será como estar en la Sidecar. Bueno, con un poco más de espacio para correr.
A nivel poético, no sé cómo encajar la palabra desalojo en una rima. Pero, vamos, cualquiera podría adivinar cuál es nuestra opción política sin necesidad de incluirla
P. ¿De qué hablarán las canciones que están por llegar?
R. Cuando empecé a componer en catalán, quería ser irónico. Entonces, me salieron letras de mierda. Sigo soltero y la posibilidad de conocer a alguien está ahí, por lo que nada como escribir sobre el amor. Quiero seguir explorándolo. Salvo en ‘Maravilloso’, jamás hablo de política.
P. Les pega ser un grupo político.
R. A nivel poético, no sé cómo encajar la palabra ‘desalojo’ en una rima. Pero, vamos, cualquiera podría adivinar cuál es nuestra opción política sin necesidad de incluirla. A nivel personal, en cambio, participamos en manifestaciones y hacemos las contribuciones oportunas.
P. ¿Qué canción le tocarían a Pedro Sánchez?
Estáis ahí. Él mismo ya la ha cantado en un mitin. Sabemos que gustamos a los dos bandos. Nuestro camerino siempre está abierto para ellos. Les ofrecemos una cerveza y, mientras se la beben, nos sentamos a hablar de lo que piensa cada uno. Mi madre me enseñó a respetar. Y créeme que, a partir de los 10.000 seguidores, y nosotros tenemos 100.000, ya no los conoces. No sabes lo que piensan ni lo que votan. Te limitas a pensar que tus canciones pueden ayudar a que el mundo vaya mejor.
P. Cuando todo tiene fecha de caducidad, ¿cuál es el truco para subsistir?
R. Pues, mira, el chef del restaurante nos acaba de contar que se ha levantado a las tres de la madrugada para comprar pescado en el mercado. Y, en el fondo, me he sentido identificado. Porque tu puedes ir a McDonald’s, que me flipa, obvio, pero aquí cuidan el producto. Y, entonces, te das cuenta de que no es un trabajo para él.