Los comités investigadores de accidentes marítimos atienden a un mandato de 1982 de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar. En particular, a su artículo 94.7: «Todo Estado hará que se efectúe una investigación por personas debidamente calificadas en relación con cualquier accidente marítimo o incidente de navegación en el que se haya visto implicado un buque que enarbole su pabellón». Este fue el germen de la Comisión de Investigación de Accidentes e Incidentes Marítimos de España (Ciaim), del Gabinete de Investigação de Acidentes Marítimos portugués (Gama) o el Den Maritime Havarikommission de Dinamarca (DMAIB). Son entidades que están normalmente adscritas a los ministerios de transportes de cada gobierno —de ellos depende su dotación presupuestaria— y cuyo fin último es emitir recomendaciones que permitan reducir la siniestralidad en los barcos. El problema es que la Ciaim está en los huesos, pese a que España tiene la mayor capacidad pesquera del continente, y en comparación con los principales Estados costeros. Es esta delgadez, esta escasez de medios, la que ha sido determinante para que el juez instructor del caso Pitanxo, Ismael Moreno, haya planteado a las partes la posibilidad de prorrogar por cuarta vez la fase de instrucción.

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