Cementerios y cárceles, cuanto más lejos mejor. Estos son los aires que recorren nuestro mundo, empecinado en construir nuevas prisiones de alta seguridad, como Francia pretende para contener a los mafiosos de la droga, o el proyecto de Trump de retomar Guantánamo, al filo como estaba del cierre de las instalaciones. El modelo penitenciario global de 2025 está dejando una foto muy fea, donde el delincuente ideal no es el preso, sino el deportado: no basta con meterlo entre cuatro paredes bien altas; si es posible, se fleta un avión y se le envía bien lejos, ya sea una isla cubana o, como negocian ya en la misma Unión Europea, Albania. El país balcánico, que ya abrió el verano pasado dos centros de detención para inmigrantes interceptados en el mar por embarcaciones italianas, está convirtiendo lo de las cárceles en un negocio.

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