Cementerios y cárceles, cuanto más lejos mejor. Estos son los aires que recorren nuestro mundo, empecinado en construir nuevas prisiones de alta seguridad, como Francia pretende para contener a los mafiosos de la droga, o el proyecto de Trump de retomar Guantánamo, al filo como estaba del cierre de las instalaciones. El modelo penitenciario global de 2025 está dejando una foto muy fea, donde el delincuente ideal no es el preso, sino el deportado: no basta con meterlo entre cuatro paredes bien altas; si es posible, se fleta un avión y se le envía bien lejos, ya sea una isla cubana o, como negocian ya en la misma Unión Europea, Albania. El país balcánico, que ya abrió el verano pasado dos centros de detención para inmigrantes interceptados en el mar por embarcaciones italianas, está convirtiendo lo de las cárceles en un negocio.
Dinamarca prevé trasladar a centenares de presos extranjeros que ahora cumplen pena en su suelo a Kosovo, para ahorrar en los costes de mantenimiento: el acuerdo implica el pago de unos 200 millones de euros que Albania solo destinará en parte a la atención de sus cárceles. Así, el modelo universal de la reinserción penitenciaria como objetivo del sistema se tambalea por momentos: Reino Unido, que ya hace años que trata con Albania de sus presos, podría sumarse en breve a una solución similar, ahora que se les acaban las ideas como el fallido proyecto de barco-prisión.
El modelo Albania de Meloni, que la UE observa con atención ante la falta de recursos para dar respuesta al desafío que enfrenta la globalización, es una vuelta de tuerca al antiguo sistema de colonias penitenciarias que popularizó el Reino Unido ya en el siglo XVIII, que enfrentaba la saturación de sus cárceles con el envío de flotas de presos a la otra punta del mundo, Australia. El continente nación ofrecía una doble ventaja para los británicos: estaba tan lejos que, conmutadas las penas o acabadas de cumplir, aquellos exdelincuentes nunca regresaban. Claro que entonces la música de la rehabilitación y los derechos humanos aún no resonaba con la fuerza que ha acompañado desde entonces a las democracias europeas, hasta hoy.
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