Aunque la relación de Vox con el PP podría caracterizarse como un abrazo del oso, en realidad se trata de una simbiosis aún más sinuosa y letal, perfectamente resumida en la fábula de la rana y el escorpión. El PP quiere atravesar el río hacia la acera del poder, y el único aliado que puede garantizarle la travesía es, a la vez, el que puede hundirle el aguijón que le hará naufragar, no en vano, como describe Esopo, está en su naturaleza clavarle la punzada.
Vox es el aliado inevitable que quisiera evitar, al menos maese Feijóo, el gallego que aspira a conquistar el poder de España a pesar de que todavía no ha conquistado al PP de Madrid. Pero más allá de Feijóo y de algunos Moreno Bonilla, que sueñan con habitar en cierta centralidad política, el PP esencial, tutelado desde las cuevas de Altamira por el guardián Aznar, se siente perfectamente cómodo con la tribu de Patriots que glorifican a España -con su MAGA castizo- desde el Marriot. Por eso, cada vez que Feijóo insinúa alguna aproximación a Junts o al PNV, a los que necesita desesperadamente para demostrar que también el PP tiene periferia, aparecen las Ayuso recordándole al beatífico gallego la naturaleza inquebrantable del dogma: catalanes y vascos no son un pecado venial, sino la vía directa al infierno de los pecadores. Al fin y al cabo, entre la agenda de Ayuso y la de Abascal solo hay matices de redactado, tan similares en la gramática como siameses en las intenciones. Por eso Feijóo está en un dilema perverso: estirar hacia el centro ideológico y ampliar las alianzas hacia partidos de naturaleza diversa, o reforzar el ultrismo y dejarse transportar por el escorpión que aplauden los del PP de antes, cuando eran ellos los auténticos Patriots. Dilema, por el contrario, que quizás ni siquiera puede plantearse, porque los MAR de Ayuso vigilan cada una de sus desviaciones. En realidad la pregunta pertinente es si Feijóo manda o le dejan mandar, mientras no deben tomarse las grandes decisiones.
Y sin embargo, Feijóo tiene razón en intentar escapar del peligro, pese a los cantos de sirenas de sus colegas, porque no cabe duda de que Vox no ha venido para ayudar al PP, sino para sustituirle, en un proceso de jibarización que ellos llaman Reconquista. De hecho, si se analizan algunas de las proclamas que alimentan el estómago de sus acólitos, Abascal no quiere otra cosa que culminar el proyecto que Aznar inició en sus tiempos dorados, cuando construyó el gran Madrid a costa de privatizar servicios públicos y crear una casta de amigos de pupitre que se convirtieron en el poder financiero. Su modelo de una España grande y libre, liberada de molestos gobiernos regionales, capada en derechos fundamentales y con las colonias vasco-catalanas sometidas, es la que ahora defiende, con menos complejos internos y con más aliados externos, el Patriot Abascal. De hecho, la cuestión no es si Vox se zampará electoralmente al PP, algo que está muy lejos de poder pasar, sino de cómo impondrá el relato de la derecha autoritaria -como ahora le dicen a la extrema derecha- que dejará al PP sin margen. Es una colonización ideológica que tiene garantizada la vía de entrada a Génova de la mano de Ayuso y Abascal, pero que ahora está reforzada por la ola europea en esta misma dirección. Abascal es solo un monaguillo en esta gran misa que se está preparando, pero, favorecido por la ola, ha recibido un empujón que deja al PP sin márgenes.
La dualidad de la situación es endemoniada: necesita alejarse de Vox para dar una imagen de partido serio, conseguir ensanchar sus límites y conquistar el espacio central; pero al mismo tiempo, en el momento actual donde el relato de los Patriots vive un momento dorado, cualquier alejamiento del discurso de Vox le aleja también de la ola y, en consecuencia, de los votos. Y esa perversa dicotomía que sufre el PP es la misma que sufren los grandes partidos de derechas europeos, que necesitan comprar el discurso extremo para mantener las posiciones, pero al mismo tiempo, cuanto más lo compran, menos son ellos mismos. Esta es pues, la verdadera reconquista de los Patriots reunidos en Madrid: no es una conquista directa por el poder, sino por el dominio del relato, y si logran imponerlo, da igual si son ellos o la derecha de siempre los que lo implementan. De una forma u otra, habrán ganado.
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