Al público de las galas le gusta ver personas famosas, bien vestidas, sonrientes y agradecidas. Las galas de premios son un género de derechas, en fondo y forma, en el que el organizador se beneficia de dar el galardón más que el elegido de recibirlo. La izquierda no premia porque cree que las cosas se hacen por que hay que hacerlas, aunque si te matan te premia con la memoria, lo que vitalmente no compensa. La derecha se premia a sí misma con galas que transfunden novedad perpetua al viejo individualismo. La gala de los Goya es un género de derecha con discursos de izquierda y José María Aznar no entendía aquella homilía atea en la misa mayor de la catedral. Los actores se quejan de precariedad, pero van a la fiesta vestidos de ricos con ropa prestada por modistas que tienen en ellos perchas bellas que atraen la atención subrayadas por el rotulador de la alfombra roja. Los actores actúan de ricos en el espectáculo de lujo que es la gala.
Este año la mejor película han sido dos, lo que contradice el enunciado, confundió a la presentadora —que ignoraba que traía gemelos— al rotulista que escribió, pez en latín, ex-aquo (sic) y a la organización, que agotó los «cabezones» y el segundo quedó sin trofeo que alzar. A los medios de comunicación no les gustó porque no son tiempos de empatar, sino de un único ganador que lo lleve todo. Al final, solo puede quedar uno: o secuestras un autobús para llegar al barrio o desarticulas el comando Donosti, o vascos arios o charnegos barceloneses. Un premio compartido es los dos estados no un resort para el mejor. Parecería una solución de consenso, pero polariza: o asociación vecinal o banda terrorista o problema social o solución policial. La polarización beneficia a los extremos —El 47 o La infiltrada— elija usted la mejor película del año votando en taquilla. Por un «Goya», dos entradas, doble conversación y más polarización entre social o criminal, franquismo o democracia y hombre o mujer porque la historia del secuestro del 47 por Manuel Vital ha rescatado la de Maruja Ruiz Martos, que hizo del 12 un bus rehén dos años antes.
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