Donad Trump, en una imagen de archivo. / EP
Confieso que la última propuesta de Donald Trump de vaciar Gaza de palestinos y quedarse EEUU con el territorio por tiempo indefinido para hacer allí “la Riviera del Medio Oriente” o, como ha dicho Marco Rubio “to make Gaza beautiful again” me ha dejado perplejo por muchas razones:
La primera es que hay una cosa que se llama Derecho Internacional que Trump ignora o desprecia. Elijan ustedes.
La segunda es que los palestinos no quieren irse y Hamás sigue vivo. Pelearán. A esos dos millones de seres humanos solo les quedan identidad, cascotes y la tierra donde han enterrado a sus seres queridos que ahora les quieren arrebatar. En Gaza encontraron refugio muchos palestinos expulsados de sus tierras cuando se creó el Estado de Israel en la que llaman Nakba o tragedia y no quieren repetirla.
La tercera es que ningún país árabe apoya lo que les convertiría en colaboradores con Israel de un delito de limpieza étnica, un crimen contra la humanidad, aunque el ministerio de Defensa israelí ya prepara planes para una “salida voluntaria”. ¿Adónde? De los países señalados por Trump, Egipto crece un millón de habitantes por año, y Jordania ya recibió palestinos y el experimento acabó con su violenta expulsión hacia Líbano en el Septiembre Negro de 1970. La exigencia israelí de que los acojan España, Noruega e Irlanda no es seria.
La cuarta es que entierra la idea de los Dos Estados que defiende la comunidad internacional y hasta ahora también defendía EEUU.
La quinta es que abre una Caja de Pandora. EEUU pasa de defender la “estabilidad” de Oriente Medio a defender abiertamente sus intereses y los de Israel, arriesga el frágil equilibrio regional, e impide la normalización de relaciones entre Israel y Arabia Saudita que es uno de los grandes objetivos de Trump.
La sexta es que nadie sabe cómo llevarla a cabo, es una idea que Trump ha lanzado sin antes discutirla con diplomáticos y militares, que ahora están desconcertados. Tampoco Netanyahu la conocía cuando llegó a Washington. Quizás solo sea una baza negociadora, o que trate de evitar que se hable de otras iniciativas muy polémicas como el cierre de USAID. En todo caso, EEUU no quiere poner tropas para expulsar palestinos, ni dinero para reconstruir lo que sus bombas arrasaron.
La séptima es que confirma a Trump como el presidente más pro-israelí de la historia, como agradeció un eufórico Netanyahu en el Despacho Oval, pues en su primer mandato reconoció la anexión israelí del Golán, trasladó su embajada a Jerusalén, e inspiró los Acuerdos Abraham. Eso anuncia un Gran Israel y ayuda a Netanyahu a mantener a sus socios ultranacionalistas en el gobierno porque aceptarán lo que sea a cambio de Gaza … y también de Cisjordania, que confían que Trump les regale más pronto que tarde. El otro día comparó la mesa de su despacho con Oriente Medio e Israel con un bolígrafo y no le parecía bien que fuera “tan pequeño”.
La octava es que confirma que la era geopolítica nacida en 1945 ha terminado y ha llegado otra en la que el pez grande que se come al chico sin miramientos. Los grandes mandan, como siempre y los pequeños aguantan, también como siempre. Para confirmarlo, Trump ha impuesto sanciones al Tribunal Penal Internacional porque -dice- sus investigaciones amenazan la seguridad de EEUU y de Israel.
La novena es que convierte a los Estados Unidos en una potencia imperialista más propia del siglo XIX que del XXI, como muestran sus apetencias sobre Canadá (“que debería ser el Estado 51 de la Unión”), el Canal de Panamá (“que Carter erró al devolver”) o Groenlandia que Trump quiere comprar u ocupar por “razones de seguridad nacional”.
Pero por disparatada que parezca, hay que tomar en serio la propuesta de Trump porque si Egipto y Jordania se niegan (son los próximos visitantes de La Casa Blanca) Trump puede amenazarles con aranceles (como a Colombia) o cortarles la ayuda que para Egipto alcanza los 3.500 millones de dólares anuales solo en armamento.
Esta iniciativa, finalmente, hará crecer el antisemitismo en el mundo. Coincido con el senador Coons cuando dice que es un plan “entre ofensivo y demente y peligroso y tonto”. Y se queda corto. Pero nos esperan más sorpresas porque hay que reconocer que Trump es imaginativo y la verdad es que con la actual relación de fuerzas nadie ve una solución al problema palestino.