Son muchas las tropelías que cometen todos esos gerifaltes que compran clubes de fútbol para mercadear con ellos hasta arrancarles el alma. Ya sean jugueteros o hijos de pescador. Pero las de Peter Lim con el Valencia son especialmente llamativas e impactantes, corrompiendo incluso la memoria de nuestro fútbol. Que el Barça haya marcado a uno de sus más duros contrincantes 12 goles en dos semanas es impactante. De hecho, nunca había ganado el Barcelona en Mestalla por cinco tantos de diferencia. Pero que el público valencianista, harto, comenzara a largarse del estadio a la media hora de comenzar unos cuartos de final de Copa y ya con 0-4 en el marcador, escapa a toda razón.
Ferran Torres, criado en l’Horta Nord valenciana, un chico que de adolescente soñó con ser santo y seña del Valencia y que lloró como nadie el desastre de la DANA, se negó a celebrar gol alguno. Marcó tres de los cuatro que se embolsó el Barça en la primera media hora [en el 7-1 liguero de la última semana de enero los azulgrana marcaron cuatro en 24 minutos]. Y Ferran, que al final prefirió dedicar a otros sus tantos –cuando atrapó el ‘hat trick’ se fue al banquillo a abrazar a Dani Olmo–, entendió rápido que aquello iba por inercia. Que si él seguía apretando, que si Pedri continuaba abrumando, que si Lamine Yamal finalizaba sus desfiles en la red y no en el palo, y que si Raphinha y Fermín insistían en sus desmarques por la garganta del campo, no habría fin.
El Barça no tenía frente a sí a un rival, sino a un grupo de futbolistas que también se sienten señalados y condicionados por un futuro incierto; y a un entrenador, Carlos Corberán, sufrido e implicado, pero consciente de que su guerra no podía ser la Copa, sino ese partido del domingo frente al Leganés, también en Mestalla, clave en la lucha por el descenso. Por eso en el once inicial del Valencia no hubo rastro de Gayà, Rioja o Javi Guerra. O Diakhaby, que ha regresado hace nada de un infierno de casi un año en la enfermería, tuvo que ser el atormentado líder de una defensa de tres resquebrajada desde el mismo amanecer. De Sadiq, a quien en Anoeta despidieron sin pena alguna, poco se podía esperar más allá de atizar a Pedri [el canario también recibió de Guillamón en un planchazo que pudo ser roja], o de trastabillar y reclamar penati como quien pide al lotero que le venda el número que toque. Su sustituto fue Rafa Mir, investigado por agresión sexual y abucheado por su afición.
La maravilla de Pedri
Del Barça lo mejor que se puede decir es que nunca perdió la concentración. No debió ser fácil. Más aun al ver cómo los aficionados que se quedaron en Mestalla hasta el final regalaban «olés» a su juego. Mientras, los goles iban cayendo con la tortuosa cadencia de la gota china. En el 0-1, Balde ejecutó una asistencia fabulosa a Ferran. En el 0-2, Ferran recogió en un balcón sin más rival que su sombra. En el 0-3, Pedri maravilló con su asistencia a Fermín. En el 0-4, Diakhaby, qué noche la suya, le dejó una estepa para que Ferran marcara cuando le viniera bien. Y en el 0-5, Dimitrievski, después de que los palos le libraran por dos veces del ansia anotadora de Lamine, engulló una pelota que había pasado entre las piernas de dos de sus compañeros. Por si fuera poco, al Valencia le anularon dos goles por fuera de juego.
Flick pudo ir activando a Iñigo Martínez y Olmo para todo lo que viene. Por lo pronto, el Barça ya está en semifinales de la Copa. Es decir, a tres partidos de un título que tiene a Real Madrid, Atlético y Real Sociedad también como aspirantes.
Mestalla, mientras, se mofó un rato de sus jugadores. Qué le queda ya.