No es muy habitual, pero este año ha ocurrido. De las cinco películas nominadas al premio Goya en la categoría principal, dos giran en torno al rock. En una, ‘La estrella azul’, se narra la trayectoria del líder de un grupo de culto, los zaragozanos Más Birras, a partir de la búsqueda de conocimiento musical y personal que el músico realizó en tierras latinoamericanas cansado de actuaciones, adicciones, noches urbanas y birras. En la otra, ‘Segundo premio’, se apela antes a la leyenda, que siempre es ficción, que a la realidad de otra banda aún más influyente, los granadinos Los Planetas.
Está bien que el cine español acuda al ‘biopic’ como lo hace el chileno Pablo Larraín, autor de la recién estrenada película sobre Maria Callas, seleccionando solo una parte de la existencia –nada de película-río al uso– de la figura biografiada. La otra cara de la luna cinematográfica española de este año la representan filmes que buscan el pacto inmediato con el gran público desde premisas bien distintas, las que representan el cine social de ‘El 47’, la comedia dramática de ‘Casa en flames’ –dos títulos que, pase lo que pase en la fiesta del cine español, supondrán un triunfo del cine catalán– y el ‘thriller’ con contexto político que representa ‘La infiltrada’, sobre el conflicto vasco.
Ausencia incomprensible
Fuera ha quedado, incomprensiblemente, Pedro Almodóvar, nominado como director pero no en la categoría de mejor película, y no se espera galardón europeo para ‘Emilia Pérez’ después de la que han armado su protagonista, su director y el último diseño de promoción de Netflix para salvar lo insalvable. Con todo, sin entrar en polémicas extracinematográficas, son más premiables ‘La zona de interés’ o ‘La quimera’.
Será una gala con protagonismo internacional: premio de honor concedido a Richard Gere y nominaciones para Julianne Moore y Tilda Swinton, una batalla fratricida por el filme de Almodóvar que, a tenor de lo mal que les ha ido a las estrellas internacionales en los Goya, lo más probable es que no se consume.