Hasta hace unas semanas, Karla Sofía Gascón representaba, en cierta manera, el cuento de hadas que cualquier heroína querría protagonizar. Primero, por ser una actriz que, a pesar de su experiencia, es descubierta por Jacques Audiard, director de cine prestigioso, que la catapulta a un éxito clamoroso e internacional. Segundo, porque el sueño lo encarna alguien de nacionalidad española que no es Penélope Cruz y, tercero, porque estos hitos los ha logrado una intérprete trans. A priori, se podría presuponer que, como cualquier persona que integra un grupo minoritario, el éxito le ha costado un poco más. The end.
De unas semanas a esta parte, la existencia de Karla Sofía Gascón me genera una mezcla de angustia y vergüenza ajena. Unos tuits penosos han destruido su sueño y el mundo se ha puesto en su contra. Han dejado de incluirla en los anuncios y en los mensajes que promocionan los Oscar, ya no será la presentadora de la gala de los Producers Guild Awards, tampoco estará en el Festival de Cine de Santa Bárbara, recibir el galardón dorado ya parece un imposible y ella, en una huida hacia adelante, llora en un plató de televisión, denuncia la cultura de la cancelación y escribe mensajes en los que no sabes si se disculpa, da pataletas, critica a todo quisqui, es irónica, pide consejo o se justifica. Por favor, que alguien de su entorno de confianza le diga que lo mejor que puede hacer es callar. Del amor al odio.
He leído sus tuits rescatados del pasado. Desafortunados, maleducados, mal escritos, poco tolerantes y racistas, sí. Poco inteligentes y opiniones feísimas, también. Si, realmente, piensa lo que escribe, su calidad humana y bondad son más que cuestionables. Que por todo esto merezca un linchamiento público o que se la someta a un juicio en el que todos somos jueces y expertos en moral, me parece que no. Si le tienen que retirar la nominación, que la Academia lo haga. Que publiquen un comunicado diciendo que se equivocaron. Que intenten vendernos que tienen valores y que su ética les impide premiar a alguien de principios y pasado cuestionables, pero que paren ya este tsunami que saca lo peor de cada casa.
Vi Emilia Pérez y me gustó. Me da hasta cierto apuro admitir que me entretuvo porque, ahora, parece que no eres nadie si no analizas la película desde la negatividad. Ha molestado el español de Selena Gómez, los estereotipos latinos y el tratamiento que se da a la sociedad mexicana, la visión de las personas transgénero, la forma de plantear el musical y he llegado a leer que la muerte de la protagonista (siento el spoiler, pero a estas alturas, ¿qué más da ya eso?) confirma que, en el fondo, somos una sociedad que odia a los trans. Qué lejos queda aquello de cuando veíamos una película y la valorábamos por la trama, los personajes, la forma de resolver el conflicto o la banda sonora.
Nos hemos convertido en seres vulnerables y susceptibles. Siempre a punto de ofender a alguien o de sentirnos ofendidos. Aterrados ante la posibilidad de traspasar la línea de lo políticamente correcto o agazapados esperando a que otros lo hagan para ir degüello. Muy complejo todo. Demasiado para mi gusto.
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