En medio de amagues de una controversia con México y Colombia que involucró personalmente a Donald Trump, su secretario de Estado, el cubano-estadounidense Marco Rubio, ha elegido al eslabón más débil de la región, Centroamérica, para presentar una versión 2.0 de la «doctrina del garrote (big stick)» que distinguió a principios de siglo XX al presidente Theodore Roosevelt. La advertencia general al sur del río ha sido clara: Washington no aceptará márgenes de autonomía interna de los países latinoamericanos en dos temas que obsesionan al actual mandatario de Estados Unidos, el avance económico de China y la cuestión migratoria. Durante su primera gira ha recibido señales de subordinación a la política de deportaciones masivas. También ha aprovechado para reiterar su conocida aversión hacia Cuba, Nicaragua y Venezuela, cuyos gobiernos ha calificado de «enemigos de la humanidad».

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