Archivo – Imagen de archivo de un taxi. / JUNTA DE ANDALUCÍA – Archivo
Imaginemos un automóvil que al acabársele el combustible comenzara a comerse al conductor. Poco a poco, claro, que fuera dando cuenta de él despacio, empezando, verbi gracia, por los zapatos y los calcetines, luego por los pantalones, la camiseta, los calzoncillos, la chaqueta, etcétera. Una vez completada la ropa, podría empezar a devorar el pelo, si el usuario no fuera calvo, las cejas, las pestañas, los párpados, los labios… Más tarde, las orejas, las uñas de las manos y los pies, la lengua, quizá también alguna víscera prescindible: el apéndice, uno de los riñones, un pulmón, un pedazo de hígado, un testículo… La imagen no es mía, es de un taxista que se había comprado un coche eléctrico de los de Elon Musk cuyos plazos pagaba con su vida. Trabajaba dieciséis horas diarias los siete días de la semana porque en Madrid, si conduces un taxi eléctrico, no estás obligado a descansar nunca: un premio por contaminar menos el ambiente. Te matas, en fin, para no ensuciar la atmósfera. Puedes vivir dentro del vehículo, observando cómo, a medida que la batería envejece, el motor va tirando de ti, de tus energías mentales, de tu cuerpo, te va consumiendo como el que se come a miguitas una magdalena o un cruasán.
El taxista cabeceaba un poco en los semáforos, porque estaba muerto de sueño. Tenía que hablarle para que se despertara. Me preguntó por mi trabajo. Le dije que escribía y le pareció interesante. A todo el mundo le parece interesante la escritura. Está mitificada. De joven, mi conductor había escrito letras para canciones, pero lo dejó porque no funcionaban, no lograba venderlas y no las escribía por escribirlas, que es lo suyo, sino para monetizarlas. Esa misma palabra empleó: “monetizarlas”.
-Hay muchas personas -le dije- que escriben una primera novela y se rinden porque no se han hecho millonarias.
-Eso me pasó a mí, que no me hice millonario, como Manuel Alejandro, el letrista de Raphael. Yo quería ser el letrista de Rocío Jurado, pero no funcionó.
-Sin embargo -le dije yo-, el taxi no lo deja, aunque tampoco le hace millonario.
-Pero me ayuda a ir tirando -concluyó.