Antes del ruido, la realidad. El primer ministro israelí Binyamín Netanyahu no viajó está semana a Washington para venderle a Donald Trump una parcela en Mar-a-Gaza, sino para convencerle de sus planes para hundir la tregua en el enclave devastado por sus tropas en cuanto concluya la primera fase del acuerdo de alto el fuego. “El primer ministro ya ha dejado claro que no está interesado en acabar con la guerra ni pasar a la segunda fase. Su coalición se desmoronará si lo hace”, le dijo a ‘Haaretz’ antes de la reunión un miembro del equipo negociador israelí. “Israel no necesita romper el acuerdo por sí mismo, le basta con crear ciertas condiciones para que Hamás lo haga”. Del tema, sin embargo, apenas se habló públicamente el martes. Quedó enterrado por los fuegos artificiales de Trump para hacer de Gaza una colonia estadounidense, expulsar a sus habitantes y transformarla en “la Riviera de Oriente Próximo”.
Las ideas expuestas por el magnate han causado tanto estupor dentro y fuera de Estados Unidos, con un sinfín de condenas internacionales, que es difícil separar la paja del trigo. Pero algunas cuestiones parecen haberse esclarecido tras las comparecencias del líder estadounidense junto a Netanyahu. Trump apoya los planes de la derecha israelí para vaciar Gaza de sus más de dos millones de habitantes palestinos. “Todos ellos”, dijo por la tarde. “Creo que estarían encantados”. También parece inclinado a que Netanyahu pueda reanudar su campaña militar hasta convertir completamente el enclave en una “zona de demolición”, como no se cansa de describirla. “Gaza debe ser liberada de Hamás. EEUU está dispuesto a liderar y a hacer Gaza hermosa otra vez”, escribió durante la jornada en X su secretario de Estado, Marco Rubio, repitiendo el mantra israelí para justificar la reanudación de la ofensiva.
Y paralelamente la familia Trump, regada con dinero saudí en los últimos años, parece decidida a sacar tajada de la reconstrucción. Con o sin palestinos dentro. “Es una propiedad muy valiosa al borde del mar”, dijo en febrero su yerno, Jared Kushner. “Tiene una ubicación fenomenal, en la playa y con el mejor clima”, siguió ayer el presidente. “Se pueden hacer algunas cosas fantásticas con Gaza”. Lo que transpira en el fondo es una clara intención de liquidar la causa palestina, en consonancia con lo que hizo durante su primer mandato. Por entonces reconoció Jerusalén como capital de Israel en contra del consenso internacional y dejó a los palestinos tirados en la cuneta con sus Acuerdos de Abraham, que acabaron con el principio de paz por territorios que había guiado hasta entonces todas las fórmulas para resolver el conflicto.
Debate sobre la anexión de Cisjordania
Y ahora Trump parece dispuesto a darles la puntilla y, por el camino, a la entelequia de los dos Estados, al que sigue aferrándose Europa para justificar su inacción en el conflicto. Con una Gaza potencialmente sin palestinos, Jerusalén bajo soberanía exclusiva de Israel, solo quedaría Cisjordania como hogar potencial del Estado palestino. Pero el republicano confirmó también ayer que su Administración sopesa reconocer la soberanía israelí sobre el territorio ocupado y dar vía libre al Estado judío para su anexión. “Estamos discutiéndolo. A la gente le gusta la idea, pero todavía no hemos adoptado una posición al respecto”, dijo el presidente. La ideología que permea de su Administración podría resumirse en lo que dijo hace unos años Mike Huckabee, el hombre nombrado por Trump para ser embajador de EEUU en Israel: “No existe tal cosa como los palestinos. Ni existe tal cosa como los asentamientos, ni tal cosa como la ocupación”
Esa deshumanización extrema, en la que se recreó el magnate al describir la vida en Gaza como “una existencia miserable”, podría ayudar a entender porque Trump no solo busca la deportación de los gazatíes sino que sueña con “tomar el control” del enclave y que pase a ser “una posesión de EEUU a largo plazo”. Una suerte de colonia en la que podría vivir “gente de todo el mundo”. Esas ambiciones imperialistas son ilegales bajo el derecho internacional humanitario, según le recordó la ONU y varias cancillerías europeas, pero a ojos de los expertos también pura ciencia ficción, a menos que esté dispuesto a enviar a decenas de miles de soldados a la región de forma permanente e incrustarse de lleno en el conflicto.
Ambiciones ilegales
“La norma fundamental que se está violando, imperativa en el derecho internacional, es el derecho a la libre determinación del pueblo palestino”, asegura a este diario la catedrática de Derecho Internacional Público de la Universidad Carlos III, Ana Manero. “El pueblo palestino no puede pasar de vivir en un régimen colonial sometido al control de Israel a otro bajo el control de EEUU. La comunidad internacional está obligada a tomar cartas en el asunto y no reconocer esa posible soberanía”. En paralelo, añade, Washington incurriría en el desplazamiento forzoso de los gazatíes, que es un “crimen de guerra y un crimen contra la humanidad”. Y potencialmente, si invadiera el territorio, en un crimen de agresión, como el cometido por Putin en Ucrania.
Pero quizás lo más llamativo es que Trump presentó sus planes como un gesto humanitario hacia la población de Gaza, que no tendrá que vivir más en ese “agujero negro”. El mismo lenguaje orwelliano que ha perfeccionado Israel. A la potencial deportación de los palestinos de Gaza, devastada por sus tropas, allí lo llaman “emigración voluntaria”.
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