Si el cine en los últimos años parecía haber dejado a un lado uno de los grandes pilares del Hollywood clásico, los westerns, las series de televisión, en cambio, han decidido recoger el testigo de la gran epopeya norteamericana y lo han hecho con bastante fortuna. Por suerte, por lo menos en términos cinematográficos, no se trata de practicar el ‘Make America Great Again’, sino de ahondar también en las miserias de la historia de la colonización estadounidense que no anda falta de ellas. La miniserie de Netflix ‘Érase una vez el Oeste’ -horroroso título del original ‘American Primeval’, es decir ‘América Primitiva’- pone el foco en uno de sus episodios más controvertidos y también más desconocidos para el gran público: la masacre de Mountain Meadows, en la que en 1857 unos 120 colonos de camino a California fueron asesinados en Utah por un grupo de mormones encapuchados acompañados de indios afines.
No es la primera vez que los mormones entran en la habitual ecuación del Salvaje Oeste, el bueno de John Ford ya los colocó en su ‘Caravana de Paz’ mostrándolos como corderitos, pero en un western moderno, ese que no escatima la suciedad, la violencia y la brutalidad -que en este caso es llevada hasta el límite más desagradable -, el retrato de los mormones se muestra cargado de oscuridad y poco piadosos motivos. Cabe contar que la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, su nombre oficial, exige una fe tan inquebrantable a sus fieles como para hacerles creer que su fundador Joseph Smith, un hombre que apenas sabía leer y que desde luego no sabía escribir, se presentara como el traductor de ‘El libro del Mormón’, un supuesto texto sagrado que le fue revelado y que según el cual Jesucristo habría predicado tras su muerte entre los antiguos pueblos de la América precolombina. Las normas mormonas prohíben el alcohol, el tabaco, las drogas, el café y el té y aunque en un principio promovían la poligamia, esa fue una práctica proscrita ya en el siglo XX.
La masacre de Mountain Meadows
Históricamente, si hubo una comunidad que se tomó muy en serio la famosa teoría del destino manifiesto -que ahora Trump intenta desempolvar fijándose en Groenlandia o Canadá-, fue la mormona que emulando al pueblo de Israel exigió una tierra prometida o Sion, que tras diversas colisiones bélicas con el resto de colonos en otros estados acabó siendo Utah, un paraíso con la mejor nieve del mundo para el esquí y un verdadero infierno para los pioneros de la frontera.
La masacre de Mountain Meadows es posiblemente el punto culminante y más sucio de la guerra de Utah, en la que colisionaron los mormones, las milicias creadas por estos, la caballería de los Estados Unidos y las tribus shoshone y paiute. Para la iglesia mormona el haber formado parte de diversos enfrentamientos y conflictos se salda con ese mantra defensivo que podría traducirse por “yo por defender a mi familia mato” enclavado en la consideración ancestral de que Estados Unidos nació a través de la guerra, la sangre y la muerte, tan propia de la colonización. Pero en el caso de Mountain Meadows poca justificación tienen. Aunque la acusación criminal les ha perseguido históricamente, los mormones siempre han defendido que fue una acción aislada llevada a cabo por unos líderes locales que quisieron frenar una expansión hacia el Oeste que hacía peligrar sus asentamientos.
Brigham Young, profeta o demonio
En ‘Érase una vez el Oeste’ la responsabilidad de la matanza se dirige directamente al entonces jefe de su iglesia, Brigham Young, discípulo de Josep Smith y el resolutivo y providencial profeta que supo hacer grande, y rico, el mormonismo. Que fuera Young quien hubiera ordenado de forma encubierta la masacre es una acusación en la que los historiadores no se acaban de poner de acuerdo. Por eso la incriminación directa de la miniserie no ha sentado nada bien en Salt Lake City. Así, en medios como el semanario ‘Deseret News’, propiedad de la iglesia mormona, han hecho una cerrada defensa de su líder instando a los fieles a leer los sermones de Young en lugar de ver la tele, obviando el hecho de que la mayor parte de las líneas de guion del personaje están sacadas directamente de aquellos encendidos discursos que clamaban por la venganza de un Dios airado.
El enfado mormón
No es la primera vez que ocurre. El enfado mormón se ha extendido en estos últimos años a películas recientes como ‘Heretic’, que coloca a dos ingenuas misioneras como cebo del villano Hugh Grant y series de Netflix como el inesperado ‘reality’, ‘La vida secreta de las esposas mormonas’ que sigue a unas influencers recauchutadas estilo Kardashian entre las que impera el trasiego de alcohol, las relaciones extramatrimoniales e implantes de cirugía estética nada santos. O a la mucho más interesante ‘Por mandato del cielo’, un thriller contemporáneo en el que se evoca también la matanza de Mountain Meadows. Y es que el misterio con el que suele estar rodeada esa Iglesia suele ser abordado con poco aprecio a través de historias de terror, de crímenes o, incluso, en clave de sátira, y ahí está el corrosivo musical ‘The Book of Mormon’, imaginado por los mismos creadores de la serie animada ‘South Park’.
Otro tipo de Oeste
El Oeste que muestra ‘American Primeval’ es previo a las historias que estamos acostumbrados a ver en los westerns. No hay aquí duelos, cantinas y ni siquiera cowboys, porque los animales cruzan el terreno sin marcas de propiedad. Por no haber ni siquiera hay calles y es por eso que el salvajismo se apodera ahí con más fuerza incluso en aquellos que se dirían civilizados.
Junto a Bringham Young y como contrapunto a éste, la trama sigue también a otro personaje real y fascinante, Jim Bridger, trampero, explorador, políglota, quizá el primer blanco que vio un géiser de Yellowstone y divertido contador de historias que tuvo también un papel importante en ‘El renacido’, de Alejandro González Iñárritu. Película y serie comparten el mismo guionista, Mark L. Smith. Y es una lástima que éste no se decidiera a incluir en ‘Érase una vez el Oeste’ la famosa anécdota que a Bridger le divertía contar cuando perseguido por 100 cheyenes, o eso decía decía él, una montaña le cerró el paso. El aventurero hacía entonces una pausa dramática y ante la pregunta “qué pasó entonces, señor Bridger”, respondía: “Me pusieron una falda escocesa (They kilt me)”.