Suficiente echar somero vistazo a los diarios de la capital de las Españas para cerciorarse de que andan desquiciados por no saber cómo liquidar a Vox. Lo han intentado todo: asimilarlo al PP, dejarlo reducido a poco menos que la nada o magnificar sus cuitas internas, fracasan una y otra vez: Vox es hoy incombustible, cabalga sin bridas y sin estribos (tomo prestado las palabras al inmenso Federico, Lorca, no Jiménez Losantos, brillante agitador profesional), subido a lomos del recio caballo de la internacional neofascista mundial trufada de trumpismo, que promete estragos sin cuento. Vox es la extrema derecha patria, franquista, entreverada, cómo no, del nacional-catolicismo. Está aquí, presente, acogotando al desnortado PP, que no sabe cómo prescindir de su respaldo; sucede que sin ella no vive y con ella corre peligro de muerte. Está al corriente ese portento de la resistencia que es el presidente del Gobierno. Pedro Sánchez, vilipendado, tildado, una y otra vez, de «autócrata», «tirano», «villano», «amoral» y cuanto insulto se es capaz de enunciar, se ha erigido en muro de contención contra lo que en Europa es marea incontenible. Veremos hasta cuándo, cómo y dónde aguanta, pero es innegable que es reconocible líder de la izquierda europea. Carecerá de principios inmutables (no hay político que los tenga excluidos los que se manejan a beneficio de inventario), pero sabe utilizarlos para jugar la partida. Y Vox, que es a lo que vamos, sale incólume de los ataques de la derecha mediática (cuánto esfuerzo baldío), de los intentos de horadarlo desde dentro. El más reciente ha sido el del castellano burgalés García Gallardo, que fue vicepresidente del Gobierno de Castilla-León. Se trata de espécimen peculiar. Analfabeto cultural y político. Troglodita a tiempo completo. Se ha ido de Vox porque le han ordenado que había llegado el momento de dar el paso. Jaleado por la prensa de derechas al servicio de Díaz Ayuso (Isabel de España) y el PP (lo de El Mundo iguala a la norteamericana Fox) ha sido pasaportado. No sufrirá Vox por ello, que sube y sube en las encuestas que se van conociendo; las serias, no las que proliferan para tranquilizar los nervios de la dirección del PP, para decirle a Núñéz Feijóo (estafermo aquilatado) que no pierda los nervios, que va por buen camino. Y a Vox le trae sin cuidado lo que se diga de él. Santiago Abascal, manifiestamente mejorable, dispone de los respaldos requeridos. La red de la internacional trumpista concede seguridad. Además, aquí, el nacional-catolicismo se encomienda a él. Opus Dei y El Yunque le apoyan. No pocos obispos, incluido el untuoso presidente de la Conferencia Episcopal, su ilustrísima el arzobispo de Valladolid Luis Argüello (el papa Francisco no lo creará cardenal, es enemigo declarado del Pontífice), por lo que Abascal cuenta con poderosos aliados. La derecha se estrella contra la derecha. Contrasentido estridente. No lo es. Se percata, al igual que el presidente del Gobierno, que cuando se llame a las urnas, la izquierda, la ciudadanía que se reclama como tal, ante la alternativa de un gobierno con Vox dentro, es plausible que se movilice. Esa es la carta en la que confía Pedro Sánchez, y asistiremos al desenlace .
¿Y en Mallorca? No importa que Vox esté hecho unos zorros. Tampoco que el candidato sea una fregona o Gabriel Le Senne. Obtendrán en mayo de 2027 excelentes resultados, sideralmente mejores que los escuálidos de la beatífica e hipócrita congregación de Més (antes PSM) pastoreada por el farisaico padre Apesteguia. Y atención al convoluto de Campos que dirige el PP y el Gobierno balear: en 2027 Vox se lo pondrá endiabladamente intrincado, ay de la señora Marga Prohens. El PSOE no cuenta. Con la señora Francina Armengol y su atornillada cofradía no estará ni se le espera. En Mallorca no hay izquierda. No lo es Armengol y mucho menos el obispo Apesteguia.
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