El paso de la DANA por España a finales de octubre de 2024 supuso una catástrofe medioambiental sin precedentes, y aunque la peor parte recaló sobre la provincia de Valencia, pueblos de Guadalajara y Zaragoza también sufrieron los horrores del temporal. La semana pasada, nuevos desbordamientos han afectado a los valles de los ríos Mesa y Piedra. El primero es afluente del segundo, y ambos atraviesan la frontera entre ambas autonomías. En esta zona, varios municipios están sumidos en una situación desesperada, fruto del desastre ambiental y del abandono institucional con el que la España Vaciada brega a diario, que se acentúa gravemente en momentos de crisis como este.
Uno de los pueblos más afectados por la crecida de los cursos de agua es Villel de Mesa, en Guadalajara. El río que da nombre a este pequeño municipio, aguas bajo la responsabilidad de la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE), desbordó por completo durante el temporal de octubre, anegando la localidad con hasta dos metros de agua,. Ahora ha vuelto a ocurrir. Ni que decir tiene que las infraestructuras rurales son mucho más limitadas que las que existen en las grandes urbes, por lo que las labores de limpieza y reconstrucción van aún más lentas si cabe. El alcalde del pueblo, Pedro Lozano, se mostró muy indignado ante la visita del delegado de la Junta de Castilla-La Mancha en Guadalajara, José Luis Escudero, junto al presidente de la Diputación, José Luis Vega. El edil les recordaba que esta es la tercera riada que sufre el valle en los últimos tiempos sin que se aporten soluciones para evitarlo.
Peticiones para limpiar el río ante el temor de nuevas crecidas
Como consecuencia de esta situación, y después de que el río Mesa volviera a inundarse el pasado 29 de enero, Villel de Mesa, Mochales y Algar están recogiendo firmas para limpiarlo, y también por temor a nuevas DANAs que puedan volver a anegar los pueblos.
Eduardo García, vecino de Villel, interpelaba en el ABC directamente al presidente autonómico, Emiliano García-Page, pidiendo soluciones también ante la CHE. «El presidente dijo que haría fuerza, que presionaría ante la Confederación, pero, por mucho que quiera hacer, no es competencia suya y aquí no ha venido nadie», lamentaba.
Para dimensionar el impacto que puede tener un fenómeno de esta índole en los pueblos de la España Vaciada, es importante tener en cuenta que el tamaño de las infraestructuras y los servicios que existen en ellos es mínimo. En otras palabras: si lo poco que hay no funciona, ya no hay nada a lo que acudir. En concreto, Villel se ha quedado sin bar y sin farmacia, dos elementos cruciales en la supervivencia de cualquier pueblo de 164 habitantes censados. El primero, como centro neurálgico de la vida social de una población envejecida que tiene que luchar contra la soledad, y la segunda, como proveedor de las medicinas de las que dependen los vecinos, que aunque no todos necesitan medicación diaria, muchas sí. Ambos establecimientos quedaron destruidos con la crecida del río en la DANA, sin que haya otra farmacia ni otro bar al que acudir.
Familias sin trabajo y el comercio local contra las cuerdas
Fuera de las calles de Villel, pero solo a unos kilómetros de las mismas, también encontramos el caso de Jaraba. Este municipio de Zaragoza, cuya economía dependía en gran medida de la actividad turística de sus balnearios y de una planta embotelladora de agua, se ha visto fuertemente golpeado por las crecidas fluviales. Lo mismo ha ocurrido, de manera más indirecta, con los negocios del comercio local. El Heraldo de Aragón estimaba que las pérdidas económicas en los balnearios podían rondar los tres millones de euros.
El turismo es una de las principales fuentes de ingresos de la zona, y el cierre de estos espacios emblemáticos ha reducido el flujo de visitantes. Ha habido medidas puntuales y benéficas para hacer frente a las reparaciones, pero son insuficientes para las necesidades de la comarca. «Esto no es cosa de un momento puntual. Necesitamos trabajar todos los días. Vivimos en una zona privilegiada y hay que darla a conocer para crear un flujo constante de turismo», explicaba Vanesa, una comerciante local, a El Alto Jalón, incidiendo también en la necesidad de ayudas inmediatas para poder subsistir. «Negocios como el bazar han cerrado sus puertas, y ahora mismo estoy poniendo la mitad de luz de la tienda porque la compañía eléctrica no perdona. Nos mantenemos vendiendo el pan y poco más», agregaba. Huelga decir que esto puede llevar a un trágico efecto dominó: si los negocios locales cierran, la gente tiene que irse del pueblo, lo que lleva a la despoblación y al abandono.
La DANA ha puesto de manifiesto dos cosas. En primer lugar, la fragilidad de una economía local que subsiste casi por sí sola sobre unas patas endebles, y que se ha visto sobrepasada por el temporal,. En segundo lugar, las dificultades que tienen las instituciones para atender a las personas más vulnerables territorialmente hablando. Prima la incertidumbre y la indignación en unos pueblos que necesitan ayuda urgente, soluciones a corto plazo e inversión en infraestructuras para que catástrofes como esta no se repitan, o que si lo hacen, no lo hagan con el poder destructivo que lo han hecho a consecuencia de la dejadez administrativa.