Es una Venecia de espectacular belleza arquitectónica, de fiestas y celebraciones masivas, pero también de escenas cotidianas en las que se retratan pequeños rincones de la ciudad o de sus alrededores, con figuras anónimas atareadas en sus labores. Las obras que se pueden ver desde este lunes y hasta el 11 de mayo en el Museo Thyseen-Bornemisza como parte de la exposición Guardi y Venecia en la colección del Museo Gulbenkian son un total de 18 óleos y un dibujo del que se considera, junto a Canaletto, el gran vedutista de la ciudad italiana y el último de los grandes nombres de la escuela de pintura veneciana. Todas (también hay un óleo de su hijo Giacomo) proceden del Museo Calaouste Gulbenkian de Lisboa, la gran colección de arte privada de Portugal, que mantiene importantes vínculos con el Thyssen desde hace años.
«Guardi todavía no goza de la popularidad que merece el prestigio que sí tiene entre los historiadores del arte«, decía este lunes por la mañana durante la presentación de la muestra el director del museo madrileño, Guillermo Solana, que aprovechaba la cita para decicar un recuerdo a la galerista y coleccionista, recién fallecida, Helga de Alvear.
«Un gran historiador del arte, Francis Haskell, escribió hace ya mucho que Guardi podía considerarse el primero de ese prototipo romántico que es el del artista incomprendido en su tiempo -continuaba Solana-. Fue poco apreciado en vida porque, cuando Guardi trabajaba, en la segunda mitad del siglo XVIII, predominaba un ideal neoclásico en las cortes y en las academias europeas. Pero hoy es considerado como uno de los mejores pintores del Settecento«. Eso hace todavía más reseñable el interés que movió en su día al coleccionista de origen armenio y exiliado en Portugal, Calouste Gulbenkian, para hacerse con un importante conjunto de obras del veneciano que adquirió entre 1907 y 1921, cuando solamente se empezaba a reivindicar a este artista.
Fiestas y ruinas
Buena parte de las vedute (vistas) de la ciudad a las que el visitante se asoma en esta muestra de perqueño formato recogen acontecimientos festivos que tenían lugar allí en el último tercio del siglo XVIII. Están por ejemplo sus populares regatas en el Gran Canal. O celebraciones como las que protagonizaba el Bucintoro, la espectacular galera roja de los dux que era uno de los símbolos de la serenísima república de Venecia y que se utilizaba para homenajear a los visitantes más ilustres, o en fechas señaladas como la Ascensión. En esas escenas la vemos siempre rodeada por una multitud de barcos y góndolas, un trajín que llena de vida las aguas de la ciudad.
Es esa misma festividad, la Ascensión, la que en otras pinturas llena la plaza de San Marcos de gente y de puestos de comerciantes. Son cuadros en los que el conjunto arquitectónico, dominado por el famoso campanile, queda soberbiamente retratado. Entre esas vistas amplias las hay también que se centran en alguno de los rincones más emblemáticos y transitados de una ciudad que siempre ha tenido algo de fantasía, de cuento: las del Molo, por ejemplo, el lugar en el que se ubica el Palacio Ducal, con San Marcos de fondo; o la del celebérrimo puente de Rialto, hoy en día asediado por los turistas, pero también aquí flanqueado por decenas de embarcaciones llenas de gente.
Luego están otra serie de cuadros menos abigarrados, a veces incluso despoblados y retratando arquitecturas deterioradas, que conforman la otra sección de la muestra, que se ha titulado Terraferma y los caprichos. Aparecen aquí rincones de la vecina localidad de Dolo, situada unos kilómetros tierra dentro; paisajes de ruinas o un ‘capricho’ arquitectónico de pequeño formato que es una soberbia recreación de algunas construcciones renacentistas de la ciudad. Igual que en la explosión de energía que desprenden sus vistas festivas, también en estas obras es fundamental el ambiente de la escena representada, aunque en algunos casos tenga un punto casi fantasmal.
«Frente al realismo casi fotográfico, frente a la precisión de Canaletto, Guardi acentúa los efectos atmosféricos. Sus horizontes son más bajos y descubren cielos más vastos que tienden a estar más nublados», explica Guillermo Solana. Ese tema, el de una luz más mesurada que la de su antecesor, es un elemento fundamental en su pintura. «La de Canaletto es una Venecia soleada, de luminosidad diáfana. A Guardi le interesan más las luces inciertas, momentos como el amanecer y el crepúsculo». Sus perspectivas son más inusuales, más asimétricas, y las figuras humanas que aparecen en ellas tienen un papel más importante. «En Guardi son mayores en tamaño, más coloristas, más vivas, y añaden un interés narrativo y humano a sus obras».
Familia de pintores
En una época en la que los talleres de pintura eran a menudo empresas familiares en manos de una misma dinastía de artistas, Francesco Guardi pertenececía a una de esas sagas. El oficio lo aprendió fundamentalmente de su padre, Domenico, y de su hermano mayor, Gianantonio, y durante sus primeros años frecuentó los temas históricos y religiosos. Es después de la muerte de Gianantonio cuando se empiezan a individualizar sus obras, cuando se sabe que son suyas las que pinta, porque hasta ese momento su trabajo se pierde en el conjunto familiar. Y es también entonces cuando comienza a practicar con asiduidad las vedute: el género estaba de moda y se vendía muy bien. No eran las de sangre sus únicas conexiones con otros maestros. Su hermana estaba casada con Giovanni Battista Tiepolo, y es muy posible que este le influenciase en el uso del color y en la vivacidad de las figuras.
Pero la característica principal de su pintura es lo que el propio Guardi llamaba el ‘toque fuerte’. Lo explica Guillermo Solana: «La pincelada de Canaletto era una pincelada fina, controlada, que producía un efecto suave de continuidad. Guardi en cambio cultiva ese ‘toque fuerte’ que es la pincelada suelta, rápida, libre, un poco inacabada. Por eso se le ha llegado a llamar impresionista, aunque en puridad no lo sea. Pero sí tiene ese aire abocetado, rápido, tan expresivo».
«Todo en sus pinturas va dirigido a desenfocarlo todo: por ejemplo, suele utilizar lienzos bastante gruesos que dan una textura especial, o suele esfumar todos los perfiles a través de una superposición de manchas», abundaba en la materia la comisaria de la exposición, Mar Borobia, jefa de Pintura Antigua del museo. Esas manchas de color bastante espesas, «que en alguna ocasión se ha comentado que tenían algo que ver con el último estilo de Tiziano», las va perfilando después el artista poco a poco «para que el cuadro tenga consistencia». ¿El resultado? Detalles arquitectónicos y pequeñas figuras humanas que, aun con esos trazos de apariencia casi impresionistas, transmiten al final una imagen muy detallada.
La exposición de Guardi en el Thyssen coincide en el tiempo con los trabajos de reforma del Museo Gulbenkian de Lisboa, que lo mantendrán cerrado entre marzo de este año y julio de 2026. Su director, António Filipe Pimentel, decía este lunes en el Thyssen que ambas cosas no están relacionadas y que, aunque no tuvieran lugar esas obras, las piezas de Guardi habrían viajado a Madrid igualmente. De hecho, esta exposición es una especie de viaje de vuelta de Venecia en fiesta, la muestra que se celebró en Lisboa el pasado otoño, cuando fue el Gulbenkian el que recibió obra (Canalettos, principalmente) procedente del Thyssen. La actual propuesta del museo madrileño se complementará con varias conferencias y un concierto, con fechas y programa todavía por determinar.