El beso no consentido de Luis Rubiales a Jenni Hermoso, retransmitido en vivo a millones de espectadores, se convirtió rápidamente en el centro de una controversia mundial. Indignadas, cientos de miles de personas se lanzaron a las redes sociales para señalar que lo que había hecho el entonces presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) iba más allá del simple gesto de un gañán: era violencia sexual.
Días después, aquella indignación se consolidó en el #SeAcabó, un movimiento que hizo temblar la estructura federativa y de clubes de fútbol y que terminó extendiéndose mucho más allá del mundo del deporte.
Aquel cabreo se convirtió en un rugido común del feminismo. Hablaron víctimas y compañeras de quienes, en algún momento de su vida, tuvieron que aguantar al Rubiales de turno. Salieron a la luz nombres de hombres. Se expuso cómo opera el abuso de poder y las violencias hacia las mujeres en el sector del cine, de la música o de la comunicación. También en el ámbito de la ciencia o de la sanidad. Pocos, o más bien ninguno, se salvaba.
El acto fue condenado en medios de comunicación, internacionales y nacionales, y políticos. Todos ellos evidenciaron la magnitud del problema de la violencia sexual en todas sus formas. Se abrió un debate sobre cuestiones que durante mucho tiempo habían permanecido invisibles o en lugares secundarios para buena parte de la sociedad.
Cambio social
El beso, y su respuesta social, pusieron sobre la mesa que hay muchos tipos de violencia machista, algunas tan normalizadas que hasta formaban parte de nuestra forma de relacionarnos, pero que hay que denunciarlas. Aquel cambio de mentalidad, casi un año y medio después, todavía está presente.
Según Amnistía Internacional, la denuncia de la jugadora «desnudó las injusticias que muchas veces quedan silenciadas por temor a represalias, especialmente en entornos donde los perpetradores ostentan posiciones de poder» y «puso de manifiesto la urgencia de abordar el machismo sistémico que aún permea nuestras sociedades».
Pero todo esto no hubiera pasado, según Octavio Salazar, jurista y autor del libro ‘El hombre que no deberíamos ser’, de no haberse hecho un camino previo en el feminismo. «Cuando todo esto ocurre, había mucho trabajo previo hecho. A eso se suma todos los debates que hubo en España sobre determinadas leyes y políticas, o casos tan polémicos como la manada, que han contribuido a cambios muy positivos; a empezar a poner nombre y apellidos a violencias que antes no veíamos como tales», explica.
El papel de los hombres
«También ha servido -prosigue- para que los hombres empezáramos a ser conscientes de los abusos que tenemos interiorizados; cómo tenemos que transformar nuestra mirada sobre las mujeres o la forma de relacionarnos. La pelota está en nuestro tejado. Somos nosotros los que tenemos que ponernos las pilas para cambiar comportamientos, actitudes y la forma de estar en el mundo», afirma.
Y, en este sentido, Salazar pone de relieve que el #SeAcabó haya empezado en un campo de fútbol. Además de ser un espacio que durante muchos años ha sido plenamente masculinizado, supuso un altavoz grande para llegar a mucha más gente.
El problema ahora, explica, es que proliferan a nivel global «discursos políticos muy reactivos frente a todo lo que supone el feminismo, los derechos y la inclusión de colectivos». Estos y otros tantos bulos propios de la ‘manosfera’ se transmiten en redes sociales sin ningún tipo de cortapisas, llegando a gente muy joven. El estudio Culpables hasta que se demuestre lo contrario, realizado por Fad Juventud, mostró que los discursos antifeministas se percibe un sentimiento de agravio entre los adolescentes, que afirman que el feminismo ha ido demasiado lejos, que la desigualdad penaliza a los varones y que ya no existe la presunción de inocencia. Vuelta con el victimismo masculino.
La pelota está en nuestro tejado. Ahora somos los hobmres los que tenemos que ponernos las pilas para cambiar comportamientos, actitudes y la forma de estar en el mundo
«No nos podemos relajar. Es un trabajo que seguir haciendo y de manera muy exigente a diario. Si no, corremos el riesgo de que todo lo que hemos avanzado se pierda«, apunta.
Pese a que el movimiento #SeAcabó ayudó a concienciar sobre las violencias sexuales y a denunciarlas, además de juzgar la impunidad de quienes lo ejercen y el hartazgo de gran parte de la población femenina, también preocupa la reacción del neomachismo, que cala con fuerza entre los hombres jóvenes.