A falta de pan, buenas son tortas. Y en Siria, a falta transparencia informativa acerca del futuro de las bases militares de Rusia tras la caída del régimen de Bashar el Asad, es el movimiento de buques y aviones en torno a estas instalaciones militares la única forma de identificar cuál es el estado de las negociaciones acerca de esta sensible cuestión. Se trata de una de las principales ‘patatas calientes’ con las que tendrá que lidiar, a corto plazo, Ahmed al Shará, el otrora comandante yihadista rebelde que ocupará la jefatura del Estado en el país árabe durante el periodo transitorio.
Los datos que su análisis arroja no resultan nada halagüeños para Rusia y sus aspiraciones de mantener una presencia preeminente en el país árabe. El 23 de enero, las imágenes satelitales mostraban que el Sparta II, un buque de carga de 122 meros de eslora, y el Sparta, otro mercante de similares dimensiones y diseño, se hallaban amarrados en la sección militar del puerto de Tartús, en la costa siria, probablemente para una escala donde cargarán abundante material militar con destino desconocido. Un movimiento que, en opinión de Frederik van Lokeren, analista de movimientos navales, presagia ya «una evacuación» a gran escala, después de que las nuevas autoridades sirias decidieran cancelar el acuerdo de arrendamiento portuario de 49 años firmado entre el Kremlin y el régimen de Bashar el Asad. Acontecimientos en esta línea también se estaban observando en la base aérea de Hmeimim, junto a la ciudad de Latakia, donde aviones de carga Antonov AN-124 e Iliushin IL-76 vienen realizando desde mediados de diciembre una media de un vuelo diario con destino al este de Libia, uno de los lugares donde se especula que el Kremlin podría reacomodar sus instalaciones militares, según datos de la cadena estadounidense CNN.
Antón Mardasov, investigador del programa para Siria en el Midde East Institute, un think tank basado en Washington, considera que, en realidad, el debate está cerrado, y en un mensaje email enviado a EL PERIÓDICO, concluye que, en la nueva Siria, «no habrá lugar» para Moscú «más allá de contactos de cortesía». Este analista recuerda que las actuales autoridades sirias han recibido numerosas delegaciones y múltiples promesas y garantías «de potencias globales y regionales», vinculando «directamente los dirigentes europeos la cuestión del levantamiento de las sanciones con el (no) mantenimiento de las bases rusas». Ello le empuja a pensar que esta ambiguedad de Damasco en las conversaciones en realidad constituye «una baza» negociadora de las autoridades sirias en sus tratos con dirigentes europeos.
El contenido de la entrevista que mantuvieron recientemente Shará y Mijaíl Bogdánov, viceministro de Exteriores rusos y representante del presidente Vladímir Putin para Oriente Próximo, refuerza su convicción. «La mención pública» por parte del nuevo líder sirio de «compensaciones por los ‘errores pasados’, la probable discusión acerca de una extradición de Asad (refugiado en Moscú) y la devolución a Siria de 2.000 millones de dólares» sacados por sus hombres del país árabe empujan a pensar al analista Mardasov que Damasco plantea ya exigencias maximalistas que difícilmente Rusia aceptaría a cambio del mantenimiento de las bases. Máxime cuando el cambio de régimen ha convertido a Siria en terreno potencialmente hostil y ha restado a las instalaciones operatividad militar frente a la OTAN, los principales adversarios de Moscú, limitando las opciones futuras a simples puntos de «apoyo logístico» de las operaciones de Rusia en África. «Las instalaciones se hallan en el rango de fuego desde alturas cercanas e incluso son vulnerables a sabotajes con armas de fuego», recuerda.
Una papeleta para el Kremlin
Así las cosas, y pese a los intentos de Putin de poner buena cara al mal tiempo, asegurando que su país había logrado en Siria sus «objetivos», la cruda realidad es que el Kremlin se halla ante la papeleta de encontrar un sustituto a sus instalaciones sirias, siendo Libia, y en menor medida Sudán, las principales opciones que baraja.
En el caso de Libia, un país con dos gobiernos, uno basado en el este del país y otro en la capital, Trípoli, todo apunta a que se convertirá en el «principal hub» de Rusia para «sus operaciones en África», valora el analista Ashish Dangwal desde las páginas de ‘The Eurasian Times’. El especialista ha constatado varios viajes del viceministro ruso de Defensa, Yunus ben Yevkurov, a Bengasi con el objetivo de reforzar los vínculos de Moscú con Khalifa Khaftar, el señor de la guerra que controla la mitad oriental del país. No obstante, se trataría de una opción mucho menos conveniente que el régimen de Asad, cuya total dependencia de Moscú permitía a las tropas rusas allí estacionadas hacer y deshacer a su antojo. Dagnwal recuerda que Khaftar ha cultivado con fruición potenciales aliados en Occidente como Francia para evitar una «sobredependencia» de Rusia, lo que le hace susceptible a posibles presiones desde Occidente. Además, las costas de Libia oriental se encuentran a apenas 310 millas náuticas de Grecia, país miembro de la OTAN. Responsables de la Alianza Atlántica ya ha filtrado la prensa que están monitoreando concienzudamente las actividades rusas en las ciudades portuarias de Bengasi y Tobruk.
Sudán, con cuyo Gobierno Rusia firmó un acuerdo la pasada primavera para establecer un centro de apoyo logístico en la localidad de Port Sudan, en la costa del mar Rojo, es la segunda de las opciones que baraja Moscú. Sin embargo, escribe el periodista Brian Kenety en la publicación ‘bne IntelliNews’, ello le obligaría a elegir bandos en la guerra civil que sacude al país desde 2023, y a aliarse con las Fuerzas Armadas de Sudán, que controlan la zona, algo que el Kremlin ha evitado hacer hasta el momento.
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