Cuando el quinto presidente y “padre fundador” de Estados Unidos James Monroe dirigió su discurso al Congreso el 2 de diciembre de 1823, el país era aún débil y temía que las potencias coloniales europeas atacaran su incipiente proyecto de democracia. Por eso Monroe lanzó una advertencia: un ataque a cualquier país de la región sería considerado un ataque a Estados Unidos. América para los americanos. Estableció así la que desde entonces se llamó Doctrina Monroe: mantener alejados a los imperios de España y Francia, entre otros, del continente americano. En los comienzos, se trató de una política defensiva ante injerencias extranjeras. Sin embargo, con los años, se fue transformando en la justificación del expansionismo estadounidense.
En 1845, Estados Unidos lanzó la guerra contra México y le arrebató Texas y partes del actual suroeste de Estados Unidos, incluida buena parte de California. También desató una contienda contra el imperio español en 1895. Le quitó Puerto Rico, Filipinas, Guam y la tutela de Cuba. A la Doctrina Monroe se sumó la Doctrina del “destino manifiesto”, que consideraba que Estados Unidos era la nación “elegida” y destinada a expandirse.
Se designó a Centroamérica y el Caribe región de influencia exclusiva estadounidense, incluyendo el paso de Panamá, que estuvo bajo control estadounidense hasta que lo cedió Jimmy Carter en 1977. Durante la Guerra Fría, Washington transformó esas viejas doctrinas en la base de su control de América Latina como su “patio trasero”. Ya no se trataba de protegerlas de la colonización europea, sino de evitar que cayeran bajo la órbita de influencia de las potencias comunistas. Lanzó o ayudó a lanzar decenas de intervenciones militares y golpes de Estado.
La Doctrina Monroe, versión Trump
42 presidentes después, es ahora Donald Trump el que define la política exterior del país. Y en sus primeros días en el cargo ha dado indicios de un nuevo expansionismo, al menos verbalmente. Dice que contempla el uso de la fuerza para controlar Groenlandia, amenaza con la invasión del Canal de Panamá y hace propuestas delirantes para que Canadá se una a Estados Unidos. Amenaza a Colombia para que reciba aviones militares de colombianos ilegales en Estados Unidos. ¿Otra vuelta de tuerca a la Doctrina Monroe?
“La Doctrina Monroe se desarrolló en la era del imperialismo y se reflejó en aquellas políticas. Muchos pensábamos que había terminado, pero Donald Trump -junto al presidente ruso Vladímir Putin y al chino Xi Jinping- la está volviendo a poner de actualidad”, opina para este diario Thomas G. Weiss, profesor emérito de ciencia política de la universidad neoyorquina Cuny.
En la misma línea apunta Kyle Haynes, profesor especializado en política exterior de Estados Unidos de la Universidad de Purdue de Indiana: “Creo que la política exterior de Trump tiene ecos de la Doctrina Monroe pero es de un alcance mayor y más general: En lugar de pedir a otros que no interfieran en esta parte del mundo [América], lo que planea es imponer su voluntad a otros países usando de forma agresiva el poder militar y económico de Estados Unidos”.
Para el analista, la visión de Trump se apoya en las mismas percepciones del excepcionalismo estadounidense, la teoría que promueve que Estados Unidos es cualitativamente diferente a otras naciones, pero de forma mucho más ambiciosa. Si la Doctrina Monroe era un intento de asegurar una posición privilegiada de Washington en la región, la política busca “firmemente explotar el poder de EEUU para establecer una posición dominante global”.
Estados Unidos hoy tiene mucho más poder que en 1823. Y no necesita, como entonces, que la Armada británica le ayude a defenderse de las potencias extranjeras o a expandirse. Es la primera economía del mundo y tiene las mayores Fuerzas Armadas.
El ejemplo de Groenlandia
“La presión del presidente Donald Trump para que Dinamarca venda Groenlandia a Estados Unidos recuerda a la premisa central de la Doctrina Monroe de 1823 por la que el Hemisferio Occidental se ponía fuera del alcance de las potencias europeas”, asegura por su parte Peter Hahn, profesor de Historia de la Universidad Estatal de Ohio. “Pero el presidente Monroe estableció esa doctrina en un tiempo en que las posesiones europeas se veían como amenazas a la seguridad de Estados Unidos. Pero la conexión de Dinamarca y Groenlandia no es una amenaza para la seguridad de Estados Unidos. Sería diferente si China o Rusia se estuvieran posicionando para tomar el control de Groenlandia, pero soy consciente de que haya ninguna evidencia en ese sentido”.
En teoría, la toma de Groenlandia beneficiaría los intereses de Estados Unidos. Controlar la infraestructura de la isla, incluyendo la base aérea estadounidense de Pituffik y sus recursos naturales -y evitar que potencias hostiles tomen el control de ellos- sería una ventaja para la seguridad de Estados Unidos. Si el cambio climático continúa mermando la capa de hielo de la región polar, las rutas marítimas que se abren en Groenlandia darían a la isla un valor estratégico. “Pero un análisis estándar de coste/beneficio, sin embargo, revela los riesgos de una política asertiva en Groenlandia: alienar a Dinamarca y a otros aliados de la OTAN, dar a Rusia una justificación de su propia expansión agresiva en Ucrania y en otros lugares, y consumir tiempo y dinero que podría gastarse en otras necesidades de seguridad más urgentes”, concluye Hahn.
Riesgo de alienar a los aliados
La invasión de Irak de 2003, que causó un millón de muertos y no tenía justificación legal ni amparo de la ONU, supuso a Estados Unidos una ruptura con parte de los aliados internacionales. Aquella herida estaba ya cerrada, pero la nueva asertividad de Washington amenaza con irritar a sus principales socios. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha advertido de que la UE buscará alianzas con otras potencias como China o India si es necesario.
“Esta política de Trump encarna unos riesgos enormes, tanto para Estados Unidos como para el resto del mundo. Para Estados Unidos, porque su posición privilegiada en la política global desde la II Guerra Mundial ha descansado en gran parte en su voluntad de trabajar dentro de una densa red de reglas, normas e instituciones que constriñen el poder de Estados Unidos”, cree Kyle Haynes. “Trump quiere deshacerse de estas restricciones y ejercitar el poder de Estados Unidos de forma más libre y agresiva. Puede funcionar en el corto plazo, pero tarde o temprano otros países reaccionarán y comenzarán a cambiar sus políticas de forma que puede erosionar seriamente el poder y la influencia de Estados Unidos”.
Trump está amenazando con sanciones a todos aquellos que no cumplan con su voluntad. El caso más crudo ha sido el de Colombia, país al que ha doblegado tras amenazar con poner unos aranceles draconianos a sus productos y cancelar la emisión de visados si no aceptaba los vuelos militares con inmigrantes ilegales desde Estados Unidos. Este sábado entran en vigor nuevos aranceles del 25% a México y Canadá y del 10% a China. Se inaugura así una nueva época de la relación del país más poderoso con el resto del mundo.
“La amenaza de sanciones incentiva a otros a comerciar menos con Estados Unidos o a comerciar en otras monedas que no sea el dólar”, recuerda Haynes.
“Puede que la nueva política exterior de Trump supongan victorias a corto plazo, pero en el medio y en el largo serán contraproducentes y tendrán costes en términos de aliados regionales y mundiales, que son necesarios para resolver los problemas globales”, concuerda Thomas G. Weiss.
El nuevo orden mundial
La nueva Administración no esconde que ya no cree en el viejo orden internacional creado tras la II Guerra Mundial. Lo dijo el nuevo secretario de Estado, Marco Rubio, en audiencia de confirmación en el Senado. “El orden mundial de posguerra no sólo es obsoleto: ahora es un arma utilizada contra nosotros”, dijo el responsable de la diplomacia estadounidense. “Acogimos al Partido Comunista Chino en este orden mundial. Ha disfrutado de todos sus beneficios mientras ignoraba todas sus obligaciones y responsabilidades. En lugar de ello, ha mentido, engañado, malversado y robado para alcanzar el estatus de superpotencia mundial, a nuestra costa”.
La nueva posición estadounidense supone también un gran riesgo para el resto de países. Una retirada o alejamiento de Estados Unidos de la OTAN obligará a los países europeos a gastar más en armas y menos en protección social. La salida del Acuerdo del Clima de París pondrá difícil conseguir los objetivos de emisiones para evitar que empeore la crisis climática. Una guerra comercial pondrá contra las cuerdas a la economía global. Y si Trump va en serio con su nueva Doctrina Monroe contra Panamá o Groenlandia, y ejerce la coerción militar o económica de forma descontrolada, el nivel de choque será de un impacto difícil de predecir.