El asombro que me produjo el espectáculo Alegría del Circo del Sol cuando vino por primera vez a Madrid fue, es indescriptible. Más tarde vi otros montajes de esta compañía canadiense, como Quidam o Saltimbanco y, aunque ya no me sorprendían tanto, me seguían maravillando, causando admiración y sensación de plenitud en el arte escénico, tanto teatral como circense, tanto musical como escenográfico.
No me pondré a enumerar ni desgranar la historia de esta emblemática compañía, porque lo pueden buscar, informarse y leer en su propia web o en los numerosos artículos periodísticos y críticos que lleva generando Le Cirque du Soleil a nivel mundial desde hace décadas. Tampoco desgranaré cada número de acróbatas, malabaristas, mimos, jugadores con fuego, contorsionistas, payasos, el hombre de Vitruvio dando vueltas en su círculo, los trapecios o los saltimbanquis… que es un término este último que me apasiona.
No les descubriré el tiempo que emplean en ensayos, la coordinación necesaria e imprescindible que requiere llevar el ritmo adecuado, ir acompasados con la música y canciones, la estética del vestuario o la funcionalidad del escenario en sí mismo. Todo eso está bien documentado en páginas con rigor estadístico, de datos y de historia, tanto de música, número de intervinientes, producción, personajes y lo que representan, incluso anécdotas o la experiencia llevada al cine.
Asombro infantil
Intentaré, sin embargo, expresarles ese asombro que noto en los miles de espectadores que acuden con la ilusión de un niño, indistintamente de la edad que tengan. Les diré que, metafóricamente, es un incendio de pasión y de calor artístico que nos trae la fantasía a los corazones. De cada rincón surge, de repente, un personaje individual o una troupe al completo, al estilo de los viejos circos de antaño. Los medios técnicos consiguen que nieve, que se atrape la luz, que el suelo se convierta en una cama elástica, que el lugar donde se hallan los músicos sea un bosque de espejos, que entre ellos, los ejecutantes hay complicidad y muchas horas de ensayos, que Alegría suena esta vez a dos voces, que nos sentimos como dentro de una lámpara maravillosa, donde el genio nos lleva por donde quiere y nos regala sus deseos, que se te olvida el presente externo tan desolador, y nos conmueve el llanto del payaso, y nos sonreímos con la petulancia de un rey que no sabe serlo, y que la ilusión ya no es solo de los niños, que desaparecen nuestras rencillas, que se labra un terreno para futuros espectadores, que se produce el milagro de los sentidos (sí, también se come y se bebe, aunque sean palomitas, eso sí que no me seduce demasiado), que descubrimos la grandeza de la imaginación llevadas a sus últimas consecuencias, que esta Alegría, esta nueva construcción del lenguaje corporal, visual y de la palabra, de la música y el más arriesgado todavía, junto con la risa melancólica de los arruinados payasos que, por encima de todo, se quieren sin arruinarse las relaciones.
Circo del Sol bajo la luz de la luna clara. Alegría en la memoria de un monarca con su cetro retorcido, de una corte de artistas, de un ejército que solo pelea para enfrentarse a ellos mismos en el riesgo, de unos súbditos que somos los espectadores, entregados a este esplendor de luminosidad sin agravios comparativos. Bajo una nueva luz.
‘Alegría (bajo una nueva luz)’, en la Carpa del Circo del Sol en Puerta del Ángel hasta el 16 de febrero