Vicente López Pascual echa en falta en la actualidad grandes figuras como las que surgieron en el centro derecha durante la Transición. Una época que se encargó de exponer ayer en su conferencia en la Real Sociedad Económica de Amigos del País
¿Cómo se conformó el centro derecha durante la Transición?
El término centro derecha ni siquiera lo usaban los partidos en Europa. En España, en ese reducido espacio político, estaban los democristianos. Los democristianos de oposición que ni se consideraban de centro, ni de derecha, ni conservadores y además estaban muy enzarzados entre ellos. Ellos pensaban que, como ocurrió con la democracia cristiana a la salida de los totalitarismos en Europa, y como además España era un país católico, esto les daría unos réditos electorales estupendos. Se equivocaron, fue un fracaso y nadie lo vislumbró. La gran operación que salió bien fue la Unión de Centro Democrático (UCD), cuando los democristianos realistas, los liberales o los hombres de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (CEU) se aproximaron a los de Suárez. La llegada de Suárez a la presidencia del Gobierno, que fue una sorpresa para todos, marco el comienzo del proceso de transformación de las leyes fundamentales y de ahí la aprobación de la Ley de la Reforma Política, que pilló a todos los grupos de la oposición moderada por sorpresa. ¿Por qué? Porque no estaban organizados. No podían llenar listas en todo el país, no podían tener interventores ni apoderados, no tenían candidatos, ni gente conocida. Además, les faltaba el dinero porque las elecciones se ganan con dinero. ¿Qué quiere decir todo esto? Pues que hay que ir unidos, tanto a la izquierda como a la derecha, y todo esto del fraccionamiento, la atomización y todo ese tipo de cosas, pues no funciona.
¿Cómo fue esa gestación de la UCD y cómo convivían una amalgama de grupos tan diversos?
Fue una coalición de partidos, pero el centro de todo era el Gobierno. El Gobierno tenía, no solo el dinero, sino el aparato y el tinglado administrativo. La convivencia al principio, como siempre, fue buena porque todos querían estar en las listas, pero no había sitio para todos y hubo sus más y sus menos. Luego hubo un desgaste, primero porque la izquierda comenzó a funcionar y se inició la guerra parlamentaria y dentro de la UCD comenzaron también las tiranteces.
¿Qué nombres del centro derecha europeo ayudaron?
En Europa, el Partido Conservador Británico y los suecos, principalmente, vieron con mucho temor lo que ocurría en Portugal. Empezaron a centrar su atención en España y enviaban a jóvenes analistas. Uno de ellos, el sueco Carl Bildt, estuvo en España varias veces, y llegó a ser después presidente del Gobierno de Suecia. Elaboró un informe que fue impecable haciendo una disección perfecta. Vino otro británico, Scott Hamilton, y realizó otro par de informes. En ellos se urgía a los partidos del centro derecha en Europa a que pusieran sus ojos en España y que comenzaran a ayudar para promover la unidad entre los partidos y comenzar a enviar ayuda económica y moral. Empezaron entonces a asesorar, cómo se hacía un mitin, cómo se resaltaba un panfleto, lo básico. Aquí se manejaba la multicopista pero no había nada más. Y luego la figura de Suárez que fue todo un fenómeno. Un tipo joven, guapo, que se movía como pez en el agua. Suárez condujo aquel proceso con mano de hierro, pero con una inteligencia que no se ha vuelto a repetir.
¿No ve usted una figura en la derecha española que se le pudiera, al menos, parecer?
En Nicaragua decían que juntabas a los seis o siete comandantes de la Revolución y no salía Fidel Castro. Y aquí, ahora mismo en las derechas, juntas al señor Abascal y al señor Feijóo y no sale Suárez.
¿Cómo considera el desapego político actual habiendo vivido la Transición?
Es un escenario totalmente distinto. Y los actores también lo son. Había algunos más inteligentes, otros aburridísimos, pero en líneas generales todos tenían formación y lo demostraban. La difusión política se hacía a través de los periódicos, cosa que ahora se hace por Twitter, que claro son cuatro líneas. Se ve de otra manera y ya han pasado varias generaciones. En los partidos políticos se abren las compuertas. Cuando entonces decías que te querías dedicar a la política te miraban mal. Entonces los partidos no querían tener allí a gente que iba arrastrando problemas. Eso ha cambiado totalmente. Alguien que no había terminado los estudios no tenía cabida, porque los mayores estaban cuajados de títulos y eran primeras figuras.
¿Cómo se preparaban unas elecciones con la figura de Franco aún muy presente?
El temor que había era porque se había llenado la plaza de Oriente en el primer aniversario de la muerte. Pero eso quedó en nada. Al final llegaron las elecciones y, como en todos los países, sirven para separar el polvo de la paja. El resultado electoral fue el que fue y eso es lo que manda. Era un régimen unido a una persona. Murió y se acabó el régimen. Cuando murió Franco yo estaba en Estocolmo. Llamé a mi madre cuando pude y le pregunté qué ocurría. Me dijo: aquí no pasa nada. Y no pasó nada. La legislación de régimen era artificiosa pero efectiva. No hubo vacío de poder.
Uno de los momentos más sensibles fue la legalización del Partido Comunista de España.
Santiago Carrillo no era estúpido. Se inventó la Junta Democrática de España en la que había integrada gente diversa, pero principalmente gente de derechas y eso le sirvió perfectamente como tarjeta de visita. No es lo mismo reunirse con el secretario general del PCE que estar ya codo con codo con catedráticos del Opus Dei, monárquicos, etc. Y Carrillo lo hizo bien porque aceptó inmediatamente hablar con los emisarios de Suárez. Ahí todo el mundo hablaba con todo el mundo. Y todos se entendieron. La foto histórica de Carrillo y una parte del comité central con la bandera monárquica detrás, me imagino que a muchos militantes se les vinieron los ojos abajo, pero ellos eran gente realista.
¿Y no le sorprende después de haber vivido que todos hablaran con todos la falta de consenso y la imposibilidad de llegar a acuerdos de la política actual?
Había un bipartidismo amplio y luego los líderes eran gente muy formada y educados. Y tenían un objetivo: que todo funcionara bien y no repetir las andadas de la República y la Guerra Civil. Eso lo tenían metido en la cabeza. Como decía Antonio Fontán, el espíritu de la Transición se resumen sencillamente en vamos a ver qué tal nos va juntos. Ahora eso queda muy atrás.