La inmediatez y la hiperconectividad dictan el ritmo de nuestras vidas. Las redes sociales han transformado la forma en que nos relacionamos, nos informamos y cómo construimos nuestra identidad. Sin embargo, ¿estamos educando a nuestros jóvenes en los valores necesarios para manejar este entorno de manera sana, crítica y responsable?
La era digital nos ofrece un sinfín de oportunidades. Nunca había sido tan fácil acceder a información, conectar con personas o expresar nuestras ideas. Pero también estamos expuestos a riesgos como la creciente presión por construir una «vida perfecta» en plataformas que premian la apariencia sobre la autenticidad. Construimos lo que somos aplastando quiénes somos.
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En este contexto, uno de los mayores enemigos es la inmediatez. Las redes sociales y los dispositivos digitales nos han acostumbrado a gratificaciones instantáneas, vivencias de vértigo con desenlaces llenos de frustración o euforia. Esto genera un sistema de recompensas que impacta en los procesos de aprendizaje de valores como la paciencia, la empatía o el esfuerzo. En lugar de valorar el proceso, lo queremos todo y lo queremos ya.
Por ejemplo, la cultura del «hazlo viral» fomenta comportamientos que buscan más la aprobación que el crecimiento. Esto puede conducir a la banalización de temas serios o a la glorificación de conductas poco éticas con tal de conseguir atención.
Ante este panorama, las familias y los docentes tienen un papel crucial en la formación de valores. No se trata de demonizar la tecnología o las redes sociales, sino de acompañar a niños y jóvenes en su uso responsable y consciente. ¿Cómo hacerlo?
-Fomentando el pensamiento crítico: Una de las habilidades más importantes que podemos desarrollar es la capacidad de analizar la información que recibimos enseñando a contrastar, cuestionar y reflexionar antes de compartir contenido.
-Priorizando la educación emocional: La hiperconectividad ha creado un entorno donde las emociones se amplifican. Las redes sociales pueden generar sentimientos de comparación, ansiedad o exclusión. Debemos trabajar para que nuestros jóvenes desarrollen autoconfianza, autorregulación y resiliencia frente a estas cuestiones.
-Modelando el comportamiento adecuado: Los adultos somos referentes para los jóvenes, incluso en el entorno digital. Ser coherentes con los valores que queremos transmitir implica cuidar nuestra propia relación con la tecnología: limitar el tiempo de pantalla, mantener conversaciones cara a cara y mostrar un uso respetuoso de las redes sociales.
-Fomentando la empatía y la inclusión: frente al anonimato digital y el fomento de discursos que agreden, es fundamental educar en el respeto y la empatía. Esto implica trabajar en valores como la tolerancia, la diversidad y la solidaridad.
-Promoviendo el equilibrio digital: enseñar a los niños y adolescentes a desconectar es tan importante como enseñarles a conectarse. Fomentar actividades que no impliquen el uso de pantallas, como la lectura, el deporte o el tiempo en familia, ayuda a construir un equilibrio sano entre la vida digital y la real.
Por lo tanto, la educación en valores en un futuro incierto siempre ha sido un pilar fundamental para el desarrollo integral de las personas, pero en la era digital adquiere una nueva dimensión. Hoy, educar en valores no solo implica enseñar conceptos como la justicia, la igualdad o la solidaridad, sino también traducir estos valores al entorno digital. Entonces, ¿qué significa ser justo en una discusión en redes sociales? ¿Cómo podemos ser solidarios en un mundo hiperconectado?
Por ejemplo, el concepto de ciudadanía digital debe estar presente en las aulas. Los estudiantes necesitan aprender sobre ciberseguridad, privacidad y derechos digitales, pero también sobre responsabilidad y respeto en el entorno virtual. Iniciativas como los programas de alfabetización digital o proyectos colaborativos en redes pueden ser herramientas interesantes y efectivas para educar en valores.
Por último, es importante recordar que esta responsabilidad no es exclusiva de las familias o los docentes. La industria tecnológica, los gobiernos y la sociedad en su conjunto tienen un papel que desempeñar. Las plataformas digitales deben asumir su responsabilidad en la creación de entornos más seguros y responsables, mientras que las políticas públicas deben garantizar una educación que prepare a los jóvenes para el mundo actual.
Educar en valores no es una tarea fácil, pero es imprescindible.
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