Hay rincones maravillosos en los que parece que se ha parado el tiempo. Eso de que se detenga el tiempo es pedir peras al olmo, obviamente, pero el afán humano por conservar la belleza, si no en carne propia, como mínimo en nuestro entorno, hace que en muchos lugares se preserve el encanto de la huella del pasado. Gracias a ello seguimos disfrutando de arquitectura medieval, calzadas romanas y acequias árabes, o fragmentos de todo ello. También nos quedan edificios modernistas, racionalistas, brutalistas -poquísimos, pero me encanta la palabra- y algunos muy simples sin firma de autor ni estilo concreto, pero imprescindibles para reconocernos en nuestro pueblo o en nuestra ciudad.
Pero el tiempo transcurre (no se detiene) y la modernidad, cambiante continuamente, va arrollando lo que encuentra a su paso, dando poca tregua a meditar si se va a mejor o a peor. Hablo solo de paisaje urbano. De un paisaje condicionado por las pretendidas necesidades, gustos y ambiciones del momento.
En esos cambios, a veces drásticos, las plazas suelen ser objetivo principal. Entre los cambios en positivo está el que hace tiempo que se intenta retirar el protagonismo a los coches, que durante decenas de años han sido los grandes invasores que han condicionado el bienestar estético y la seguridad del paseo a pie y la estancia. Hay que ver la cantidad de espacio que ocupa un coche, y cómo cuesta combatir su poderío. Cada vez hay más y son más grandes. Pero poco a poco se ha ido recuperando sitio, especialmente en los lugares céntricos, ampliando aceras y reduciendo aparcamientos -si no tienes donde dejarlo, no lo llevarás contigo-. Entre las modificaciones en negativo destaco la abrumadora presencia de terrazas de bares y restaurantes, que se han apropiado de gran parte de esos lugares ganados al coche. Si los vehículos a motor se comportan como los fluidos, que se expanden hasta ocupar todo el espacio disponible, las terrazas siguen su ejemplo, arrinconando a quienes deberían ser protagonistas de los lugares públicos, las personas que caminan o quieren tener bancos y sombras a su disposición sin tener que pagar por ello.
Eso de conservar rincones en los que parece que el tiempo se detiene permite atesorar recuerdos personales y colectivos. La plaza, ese lugar de encuentro en barrios y en pueblos de Mallorca, que aunque tenga nombre propio, se conoce como «sa plaça» es símbolo, es identidad y es memoria. Y como tal hay que tratarla, con mimo, con respeto y sin afán de dejar huella con transformaciones innecesarias por parte de algún equipo de gobierno, o creador ambicioso.
Entre las plazas robadas en Palma la que se lleva la palma, valga la redundancia, es la d’en Coll, abarrotada de sillas, mesas y sombrillas y sin un lugar decente en el que una criatura pueda corretear. Esa plaza, como la mayoría de las céntricas, se creó a base de derruir edificaciones previas con la intención de ganar oxígeno para la ciudad.
Si salimos de Palma, la protagonista durante los últimos meses ha sido la de Lloseta. Una plaza relativamente joven -solo tiene 80 años-, pero imponente por su altura y sus muros de piedra dando paso al extender la vista a la fachada de la iglesia, que parece otear plaza, pueblo y entorno. La gente de Lloseta se alzó contra la destrucción de ese lugar, que es su signo de identidad. De muy buenas maneras pero con constancia han recogido firmas -1325, entregadas a la alcaldesa por ahora- han colgado pancartas, han hecho comunicados de prensa y han luchado pacíficamente y cargada de razón contra la arrolladora modernidad. Quieren sombra, quieren mejoras y no quieren perder sus recuerdos, sus piedras, la huella de la historia, firmada, por cierto, por un arquitecto insigne, Gabriel Alomar Esteve. Eso es defender el patrimonio -pidieron ayuda a ARCA y la obtuvieron- y el pueblo ha vencido, por ahora. El equipo de gobierno municipal ha renunciado al proyecto, que pretendía destruir la plaza de Lloseta original. Ha tardado. Ahora convoca a un proceso participativo. La gente Llosetina seguirá muy alerta porque a veces las armas buenas las carga el diablo y para muestra un botón: en Palma los neófitos de Podemos convocaron un referéndum con la intención de eliminar las terrazas del Born de Palma y consiguieron lo contrario de lo que pretendían. Gracias a ellos tenemos un Born invadido.
Así que enhorabuena Lloseta, y al loro.
Suscríbete para seguir leyendo