Hay rincones maravillosos en los que parece que se ha parado el tiempo. Eso de que se detenga el tiempo es pedir peras al olmo, obviamente, pero el afán humano por conservar la belleza, si no en carne propia, como mínimo en nuestro entorno, hace que en muchos lugares se preserve el encanto de la huella del pasado. Gracias a ello seguimos disfrutando de arquitectura medieval, calzadas romanas y acequias árabes, o fragmentos de todo ello. También nos quedan edificios modernistas, racionalistas, brutalistas -poquísimos, pero me encanta la palabra- y algunos muy simples sin firma de autor ni estilo concreto, pero imprescindibles para reconocernos en nuestro pueblo o en nuestra ciudad.

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