No cabe duda del impresionante avance que supone la Inteligencia Artificial en multitud de actividades y procesos, y en la misma vida diaria. Algunos lo consideran superior al que representó la revolución industrial. Otros lo ven como una amenaza para el trabajo del hombre, que será rápidamente prescindible. Los optimistas contraponen a este temor que la sociedad se acabará adaptando a los cambios, como ha ocurrido siempre.
No asoma aún por el horizonte todo el potencial de esta nueva herramienta. Promete sorprendernos, llevándonos a parajes inexplorados. ¿Por qué? Pues, porque la IA tiene capacidad para auto corregirse, modificando su propio software. Se realimenta con los resultados obtenidos y, en función de ellos, varia su programación.
Quizá, previendo posibles efectos no deseados están investigando cómo dotarla de “criterios morales”.
Y, aquí, surge otra preocupación: ¿Quién conoce y aprueba los criterios morales o éticos del programador que los programa?. ¿Se ceñirá a poner los límites que establezca la legislación? ¿Y cuál: la establecida por Xi Jinping, Trump, Von der Leyen, Sánchez,…?
Amén de que el legislador siempre va por detrás de la realidad, su disparidad de principios es evidente, y el peligro también.
Toda máquina, por muy auto programable que sea, se limita a ejecutar las instrucciones que otros han codificado o las que ella misma genere, pero será incapaz de tener conciencia de sí misma. Ese es un privilegio solo al alcance del ser humano que no ha desistido de serlo.
La máquina es para el hombre y no al revés. El hombre no puede permitir que aquélla, ni quienes la controlan, gobiernen su vida, ni decidan cuando termina. Él debe ser el dueño de sí mismo, de su destino y no un esclavo por adicción o incompetencia.
El ser humano tiene que luchar contra su obsolescencia, impidiendo que se coarte su libertad, y se constriña su capacidad de conocer y de amar.
Por eso urge que, desde casa y de la escuela, se incida en la formación del “espíritu racional” y de una recta conciencia. O, de lo contrario, vayámonos preparando para las terribles consecuencias que, a la vuelta de la esquina, nos esperan.
Francisco Javier Lage