Donald Trump ha vuelto a la presidencia de Estados Unidos con una exhibición de fuerza, con un aluvión abrumador de decenas de órdenes y acciones ejecutivas que han cumplido con creces la anunciada estrategia de ‘conmoción y pavor’ que habían anunciado sus asesores. En menos de una semana en el Despacho Oval, el republicano ha sentado las bases para una transformación radical del gobierno, del país y de qué significa ser estadounidense.
Su despliegue de poder ejecutivo, vertiginoso y avasallador, ha sido mucho más sofisticado y planificado que cualquier cosa que se viera en su primer mandato. Ya cambia y afecta vidas. Y su interpretación de poder absolutista ha empezado a poner a prueba el sistema democrático de controles y equilibrios que ya debilitó en su primera presidencia y el reparto de poderes.
Esto último se demostró con la orden ejecutiva sobre TikTok con la que ignora una ley aprobada por el Congreso y ratificada por el Tribunal Supremo, dejando de lado su responsabilidad constitucional como presidente de “asegurar que se cumplen las leyes”. También, con la adoptada para despojar de protecciones al servicio civil y poder convertirlo en un ejército de leales, saltándose procesos legales que determina el Congreso y que normalmente deberían llevar meses.
La pregunta que se plantea es si alguien, algo, puede frenar a Trump, y aunque es imposible conocer la respuesta aún, se irá contestando en varios frentes, especialmente en los tribunales y en el Congreso.
Tribunales
El primer gran revés para Trump llegó en el tercer día completo de su presidencia, cuando en una de las varias demandas presentadas contra la orden ejecutiva que restringe el derecho de ciudadanía por nacimiento un juez del estado de Washington la paralizó temporalmente, tildándola de «descaradamente inconstitucional”.
Era el primer toque de atención del frente legal, el campo en el que se va a librar la más encarnizada lucha. Contra Trump están preparados para combatir fiscales generales de estados gobernados por los demócratas, organizaciones veteranas como la Unión de Libertades Civiles y afectados por sus órdenes. Pero lo harán en tribunales donde las magistraturas alinean muchas veces sus decisiones con la ideología de los presidentes que los nominaron, y en su primer mandato Trump nombró 226 jueces federales .
Michael Waldman, presidente del Brennan Center for Justice, ha escrito que para muchas de sus acciones ejecutivas Trump y su equipo, que han estado preparándose durante cuatro años, han escogido las bases más amplias y menos constitucionales, algo con lo que “parecen estar desafiando a los tribunales, especialmente al Supremo, a intervenir”. Y no es de extrañar que Trump quiera llegar a la más alta corte, donde en su primer mandato y con tres nominados, asentó la supermayoría conservadora 6-3, la misma que el verano pasado amplió de forma inédita la inmunidad presidencial.
Puede que algunos de esos jueces conservadores del Supremo traten ahora de contener a un mandatario que se atreve a retar incluso sus decisiones. Lo hicieron ya en su primer mandato y Jonathan Adler, profesor de Derecho en Case Western University, asegura en un correo electrónico que «el Alto Tribunal ha dejado muy claro que es escéptico de afirmaciones unilaterales de autoridad ejecutiva y eso no va a cambiar”.
Adler, no obstante, también recuerda que “las litigaciones pueden llevar tiempo”. Y en el aire queda un interrogante aún mayor. Si el Supremo dicta decisiones que van contra Trump, que sabe que nunca podrá ser perseguido por lo penal por acciones oficiales que tome mientras esté en el Despacho Oval, ¿las acatará?
Congreso
Como en 2017, Trump arranca su segunda presidencia con los republicanos en control del Congreso, aunque con una mayoría muy exigua en la Cámara de Representantes y 53 de los 100 escaños en el Senado. Su relación con el partido es muy distinta a la de entonces, y su dominio de la formación es evidente, pero está muy lejos de tener garantizado el respaldo absoluto a su agenda.
En el Senado persisten algunos moderados y la elección como líder de la mayoría de John Thune en lugar de un ultraconservador que prefería Trump le envió una señal. El senador de Dakota del Sur ha mostrado su oposición a acabar con el filibusterismo, lo que obligará alcanzar 60 votos para alguna legislación. Y en las confirmaciones de miembros del gabinete ya se han expuesto brechas.
El viernes el vicepresidente J.D. Vance tuvo que emitir el voto de desempate para confirmar a Pete Hegseth como secretario de Defensa, que rechazaron tres republicanos. Se plantean incluso más complicadas las confirmaciones de Robert Kennedy Jr, para sanidad, Tulsi Gabbard como directora de inteligencia y Kash Patel para el FBI. Y aunque Trump ha barajado la idea de poder hacer nombramientos mientras la Cámara está en receso, para ello necesita a Thune, que ha mostrado tibieza ante la idea.
La dinámica en la Cámara de Representantes es otra y puede que incluso más complicada para Trump. Ahí es el ala más radical y de ultraderecha, con una defensa férrea del conservadurismo fiscal, la que puede ponerle en apuros. Esa facción ya se ha enfrentado con él, por ejemplo, por el acuerdo temporal que permitió en diciembre esquivar el cierre del gobierno gracias al apoyo demócrata pero se anticipa otro choque cuando haya que volver a votar en marzo, y en verano, cuando EEUU supera el techo de la deuda.
Figuras como Chip Roy representan un gran reto para la agenda económica de Trump y para sus promesas de recortes masivos de impuestos, que esos ultraconservadores fiscales no van a apoyar si no llegan acompañadas de recortes profundos de gasto. Y aunque Trump pueda obtener ingresos si lanza de nuevo su guerra comercial, esos aranceles va a tener que imponerlos por decreto, porque tiene seguro el rechazo en el Senado, y eso va a limitar los presupuestos que los republicanos van a poder pasar para Trump por el llamado proceso de reconciliación, que esquiva el filibusterismo.
Otro potencial choque puede llegar si el presidente cumple sus planes de retener fondos federales que las Cámaras ya han apropiado. Es una idea que han anunciado ya él y Elon Musk, encargado el grupo de trabajo para reducir el gasto y que tiene metas que solo podría conseguir con drásticos recortes en Defensa, seguridad social o la sanidad pública para mayores. Se abrirá ahí no solo una lucha por medidas impopulares sino un duelo por el reparto de poder, algo que nadie en Washington quiere perder. Hay elecciones legislativas en 2026 y muchos republicanos miran a sus propias elecciones y, también, más allá de 2029, cuando Trump debe abandonar el Despacho Oval.
Otra resistencia
Aunque el Partido Demócrata aún está perdido en su propio laberinto, herido tras la derrota en noviembre, sus facciones centrista y progresista están esforzándose por hacer un frente común en las Cámaras y la resistencia a las medidas de Trump también se fragua y se ha empezado a ejercer en los estados que gobiernan.
El presidente, además, disfruta ahora de uno de sus mejores índices de aprobación (46,4% según el agregado de FiveThirtyEight, 51,5% según el de Real Clear Politics) pero necesita ofrecer resultados visibles y pronto, especialmente en las percepciones sobre el disparado coste de la vida que llevaron a muchos votantes a rechazar a Joe Biden y Kamala Harris. Y pese a que muchas de sus medidas en materia de inmigración o contra programas de diversidad e igualdad satisfacen sobradamente a sus votantes, otras que ha adoptado en sus primeros días, como el perdón de todos los participantes en el asalto al Capitolio, la restricción del derecho de ciudadanía, el abandono de la lucha contra la emergencia climática o la puerta abierta a que el Ejército actúe en su suelo estadounidense incluso tal vez contra sus propios ciudadanos, son rechazadas por la mayoría de estadounidenses según las encuestas.
Aunque acciones como el sermón de la obispa Mariann Budde tengan poco peso efectivo, pues representa a una denominación muy minoritaria dentro del cristianismo blanco que es base fundamental de Trump, el peso simbólico de acciones como esa, que visiblemente incomodó a Trump y sus aliados, es importante. Y es un recordatorio de que buena parte de la sociedad se opone a la agenda con la que ha llegado, combustible para alimentar movimientos de protesta y activismo ciudadano.
Los medios y el drama interno
Trump por ahora ha vuelto a mostrar su capacidad de dominar toda la atención mediática y marcar el discurso, no ya solo con su avalancha de acciones ejecutivas sino también sobrecargando todo con provocadoras declaraciones en multiples discursos, ruedas de prensa improvisadas o entrevistas, donde ha ampliado su visión imperialista de EEUU, ha resucitado la doctrina de expansión territorial del “destino manifiesto” que ahora mira a Panamá, Groenlandia y hasta Marte y ha seguido agitando fantasmas de posibles guerras comerciales. Pero muchos medios, incluso debilitados en el panorama actual de lucha por la atención dominado por plataformas y redes sociales y bajo las presiones y amenazas del republicano, siguen haciendo su trabajo.
Hay otro factor más que puede frenar a Trump. Esta vez está rodeado en su equipo y su gobierno solo por leales y tiene en marcha una presidencia mucho más profesionalizada y organizada que la primera gracias a colaboradores como su jefa de gabinete, Susie Wiles. Pero sigue habiendo facciones, corrientes llamadas a chocar como el populismo del movimiento MAGA y la vena más libertaria que llega de Silicon Valley.
Las primeras fracturas y enfrentamientos se han expuesto ya públicamente entre importantes aliados como Steve Bannon y Elon Musk. Y aunque Trump ha minimizado las críticas que el hombre más rico del mundo lanzó contra su anuncio de una gran inversión privada en Inteligencia Artificial, muchos observadores esperan que, antes o después, estalle una colisión de egos. “Trump trata a la gente como pañuelos de papel, esencialmente, y aunque sea Musk, van a chocar en algún momento”, vaticinaba en diciembre la periodista especializada en tecnología Kara Swisher.
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