No ha sido cosa de un día, o mejor dicho en este caso de un año. Lo de Jannik Sinner apunta a que, si nada se tuerce en exceso, va muy en serio. No es una leyenda todavía el italiano, pero a sus 23 años va camino de serlo con una frialdad que asusta. En la final del Open de Australia ante Alexander Zverev demostró que su dominio sobre pista dura está empezando a ir más allá de lo normal. Porque no hubo partido, por mucho que enfrente estuviera el número dos del mundo. Como si no costara, sepultó al alemán en tres sets y selló su 21ª victoria consecutiva en Grand Slams en esta superficie. O lo que es lo mismo, los tres últimos major en cemento (Australia, US Open y ahora Australia) han caído en las manos del italiano, que ahora mismo no parece tener rival.
Fue un partido que, además de coronar a Sinner, sirvió como alegoría del tenis moderno actual, al menos el que impera en pista dura. Dos tipos de casi dos metros, saquetazo arriba, derechazo abajo, reduciendo al máximo los errores y apenas concediendo oportunidades a su rival. Guste más o guste menos, y con excepciones como Carlos Alcaraz que confirman la regla de por medio, hacia eso avanza uno de los deportes más seguidos del mundo.
Y ahí, en el ser un martillo pilón, en el convertirse en casi un robot que parece que nunca falla, el mejor es Sinner. Ni una bola de break le concedió a su rival en todo el partido. Concentrado, sin gastar un ápice de energía más que la que tocaba en cada instante, fue sacándole de quicio con ese estilo tan calculador que parece que no te da ni media opción. Y la realidad es que la mayoría de veces es así.
Zverev pasó de estampar sus raquetas a la mirada al suelo, los hombros caídos, y mostrar su rostro sin confianza, como si no creyera que pudiera ganar a Sinner. Desmotivado por completo ante un jugador que ganó 48 de sus 57 puntos con el primer saque (85%), no dándole ninguna otra opción que, en el mejor de los casos, llegar al tie-break. Donde el italiano tampoco acostumbra a temblar, como no lo hizo en el segundo set en el que terminó de hundir, en lo mental, a su rival.
Acabó llorando Zverev, que lleva 4 años jugando al nivel de ganador de un Grand Slam. Tiene aún 27 años y no ha parado de mejorar la derecha, equilibrando la pegada con una gran consistencia. Incluso es temible en tierra batida a pesar de no ser ese prototipo de jugador. Pero choca, una y otra vez, contra dos que son más jóvenes que él, y que no le permiten conquistar ese tipo de torneo que todo el mundo cree que lleva dentro.
«Has sido intratable, eres el mejor jugador del mundo y me has pasado por encima. Felicidades, te lo mereces más que nadie«, felicitó un resignado Zverev a su rival, que le consoló tras ganarle, como en su día hizo Nadal con Federer en el mismo lugar. De momento, lleva tres finales de Grand Slam, las tres perdidas. Todo lo contrario al número uno, que como Alcaraz gana siempre que llega a estas alturas.
Tres de tres para el italiano, frío como el hielo, al que ni el más grande de los éxitos le saca de su sitio. Imperturbable, preciso y explosivo, el italiano demostró porqué es el número uno. Solo dos sets ha cedido en todo el torneo, que remató con una final en la que apagó a su rival. No hay quién pueda con él en pista rápida, donde desde octubre no pierde un partido. Y por ahora, no pinta que eso esté cerca de cambiar.