La historia del Mar de Aral es una de las más vivas demostraciones de la capacidad humana para arruinar un amplísimo ecosistema y empobrecer a millares de personas en muy pocos años. Un lago enorme, que llegó a ser el cuarto mar interior del planeta en cuanto a extensión, y con gran actividad pesquera, ubicado en Asia Central, es hoy un inmenso desierto con solo unos pequeños fragmentos de agua. Son célebres las imágenes de grandes buques encallados en la arena sin vestigio alguno de mar en muchos kilómetros a la redonda. Y, sin embargo, también es posible revertir este desastre: ya se está haciendo.
El desastre del Mar de Aral, que pasó de tener 68.000 kilómetros cuadrados a menos de 7.000, comenzó en los años 60. Entonces, la Unión Soviética (Uzbekistán, Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán se reparten su superficie) emprendió un ambicioso proyecto para el cultivo de algodón, con el ánimo de convertirse en una gran potencia productora de esta mercancía. Entonces, se desvió parte del agua de los ríos que desembocaban en el Mar de Aral para abastecer este cultivo, que resulta ser uno de los que más agua necesitan para desarrollarse.
Por esta causa dejó de llegar al lago gran parte del agua de antaño y empezó a evaporarse. A medida que el agua desaparecía, dejaba tras de sí un suelo hipersalino en el que era imposible cultivar nada. Lo que antes era un lugar con abundante pesca, que permitía sostener a una elevada población, pasó a transformarse en un desierto totalmente estéril.
Los países limítrofes empiezan a actuar
Y, sin embargo, tras la caída de la URSS los nuevos estados limítrofes de este gran lago empezaron a moverse para tratar de revertir la situación, cosa que no es fácil, dados los intereses contrapuestos que en ocasiones tienen algunas de estas repúblicas exsoviéticas.
Pero, al menos, en parte del lago se están produciendo algunos avances. La república de Kazajstán está consiguiendo recuperar la parte norte, que en los últimos años está viendo aumentar la superficie anegada por el agua. Existe el Fondo Internacional para Salvar el Mar de Aral (IFAS, en inglés), que reúne a los países afectados e impulsa inversiones para revertir el desastre ocasionado en su día.
El Banco Mundial, por ejemplo, ha estado financiado acciones para recuperar la zona desde la década de 2000. Uno de los ejes de la estrategia fue la construcción de la presa de Kokaral, en 2005, que permitió una progresiva inundación del norte de Aral, o también llamado Pequeño Mar de Aral.
La presa de Kokaral ha marcado un antes y un después. Es una gigantesca construcción de 14 kilómetros de longitud y 40 metros de altura, cuya compuerta libera el exceso de agua de los ríos y va inundando el lago. En el Pequeño Mar de Aral, el volumen de agua va aumentando (un 42% en los dos últimos años) y la población crece. La mayor ciudad de su costa, Aralsk, estaba antes a nada menos que 100 kilómetros del litoral, pero ahora ya está a solo 27, según el IFAS.
En 2024, el Gobierno de Kazajstán inyectó 2.600 millones de metros cúbicos de agua la parte norte del mar, un importante incremento respecto a los 816 millones de 2022.
Desde la construcción de la presa, la salinidad del lago también se ha reducido, lo que permite la recuperación de la pesca, cuyas capturas superan ahora las 8.000 toneladas anuales, y mejoran las expectativas de regreso de la población que se marchó hace décadas.
La parte oeste, el gran desafío
Sin embargo, es un proceso lento. La parte occidental del Mar de Aral sigue presentando una situación trágica, con niveles de salinidad totalmente incompatibles con la pesca (unos 140 g/litro) y escasos progresos en su recuperación.
Por ello, está en marcha un proyecto para la plantación de saksaul, un vegetal adaptado a los ambientes áridos que ayudará a recuperar la cubierta verde de la zona. Su función es la de servir como protección natural frente a las fuertes tormentas de polvo, típicas de las áreas de desierto y que transportan sal y partículas venenosas, peligrosas para la población. El objetivo, solo en Kazajstán, para el periodo 2021-2025 consiste en plantar 1,1 millones de hectáreas de saksaul. De momento, los ritmos se van cumpliendo.
En Uzbekistán, su gobierno ha plantado otras 1,73 millones de hectáreas de dicha planta, según las explicaciones ofrecidas por Zauresh Alimbetova, directora ejecutiva interina de IFAS a Euroreporter. “El saksaul se ha convertido en el salvador del desierto, por lo que debemos seguir plantándolo”, afirma Alimbetova.
Los responsables de este gran proyecto de recuperación admiten que no será posible recuperar el lago a sus niveles de los años 50 o 60, por la sencilla razón de que no hay agua disponible para ello, y, además, la demanda de este recurso está aumentando al desarrollarse la economía de los países cercanos. Tampoco el calentamiento global ayuda a estas previsiones. Sin embargo, el objetivo es recuperar todo lo que se pueda, y para ello no se descarta construir una nueva presa para elevar aún más el nivel del agua.