Fue un combate, aunque no hubiera armas ni sangre y se produjera en un lugar tan aparentemente pacífico como la Catedral de Washington. A un lado, Trump, aspirante a matón del mundo. Frente a él, la obispa Mariann Budde, erigida en voz de la conciencia. En tono firme y sereno, incluso dulce, la mujer rogó al presidente que «tuviera piedad de la gente que tiene miedo ahora». Intercedió por los ultrajados y perseguidos por la nueva administración, las personas LGTBI y los inmigrantes. «Tiene que haber lugar para la compasión», afirmó la obispa. Ya en 2020, Budde criticó que Trump se mostrara con la Biblia en la mano al tiempo que amenazaba con usar la fuerza militar contra las protestas por el asesinato de George Floyd. Hace mucho que el conservadurismo cristiano se ha abrazado al autoritarismo retrógrado (llámese extrema derecha, populismo o fascismo).
Piedad, misericordia, compasión… extrañas palabras para el debate público y, sin embargo, más necesarias que nunca. Quizá porque la disputa política ha llegado a un límite de degradación y confusión que cabe pensar en lo básico: en el bien y el mal, en la ética, en la defensa de la humanidad frente a la exhibición del odio.
Budde pidió compasión hacia las «personas más vulnerables», pero Trump solo ha tenido clemencia para los golpistas del asalto al Capitolio. «Ahora nos toca a nosotros», declaró pidiendo venganza uno de los líderes liberados de la extrema derecha. El presidente ha exigido disculpas a la obispa, tachándola de radical de izquierdas y de poco inteligente. Mike Collins, republicano por Georgia, cree que debería ser «añadida a la lista de deportados». Algunos ya se han apresurado a señalar su condición de mujer como incapacitante para cualquier pretensión de autoridad espiritual. Y Elon Musk asegura que está infectada gravemente por el virus woke. Ahora ya lo tenemos claro, la compasión es woke. El perdón es woke. La bondad es woke. Bailemos, escupamos, defequemos sobre la tumba del bien. Y ardamos en el infierno.
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