Sánchez en su visita al Cuartel General Terrestre de Alta Disponibilidad de Bétera. / M. Á. M

Les reconozco que resulta harto difícil mantener una mínima coherencia argumental en una situación en la que lo normal (que un presidente del Gobierno visite la zona de su país que ha sufrido la mayor devastación del siglo o que se cree una comisión de expertos para que asesore en la reconstrucción) se ha convertido en noticia extraordinaria y lo que debería ser extraordinario (que los presidentes de los dos gobiernos afectados lleven tres meses sin hablar, que sus ministros y consellers no mantengan reuniones de alto nivel programadas y periódicas, que los comisionados de ambas partes para la recuperación sigan sin verse las caras, que un presidente venga sin avisar y otro se vaya sin esperarlo) se ha instalado como la nueva normalidad. Ambos gobiernos dicen estar continua y exclusivamente preocupados por los ciudadanos. Pero lo que realmente les pasa es que todos los días se hacen encima el relato. Se lo hacen antes de salir a la calle pero no llegan a pisarla porque nada más salir de casa ya se lo han vuelto a hacer y tienen que volver a cambiarse. El relato por delante. Una legión de asesores construye primero el relato y las acciones luego se ajustan a él. En plena revolución tecnológica, los estados mayores de La Moncloa y el Palau tienen por gurú a alguien tan viejuno como don Ramón de Campoamor: «En este mundo traidor nada hay verdad ni mentira; todo es según el color del cristal con que se mira». Fantástico.

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