Cuenta el programa de mano que Chaikovski compuso Eugene Oneguin, el nuevo título que acaba de estrenar el Teatro Real para inaugurar 2025 con 12 funciones, no como una ópera sino como «Escenas líricas» para que no se interpretase con el concepto de ópera que se estilaba en la Rusia imperial de la segunda parte del XIX, es decir un gran espectáculo que anhelaba representar al estilo francés de la ‘Grand Opera’ parisina, con historias enrevesadas de la mitología griega, romana o bíblica.

Pretendía algo más de andar por casa, un conjunto de escenas de personas de carne y hueso, que sufren el amor y el desamor de la manera más doméstica posible, contando varias historias de amor cruzadas que podríamos conocer cualquiera de nosotros.

Y eso es lo que nos presenta Christof Loy en su íntima, cotidiana y blanca producción, tan característica de los recursos que este regista alemán suele utilizar: paredes blancas, puertas o ventanas, algo de mobiliario (poco), vestuario anodino y un espectacular trabajo dramático en cada uno de los personajes.

En la primera parte vemos un comedor de una casa acomodada de cualquier territorio -podría ser una casona española, del sur francés o italiana- en la que conviven personal de servicio y familia. La casa de campo de los Larin sería la versión rusa de los Crawley de Downton Abbey o los Bellamy de Arriba y abajo. Aunque en esta producción esta relación de señores y criados es más casual, con sirvientes que seducen y son seducidos metiéndose mano en la mesa de los señores, con una relación establecida más familiar en la que los criados hacen regalos a Tatiana por su cumpleaños o participan de la fiesta con congas y cierto desenfreno.

En la segunda parte Loy vacía y achica el escenario creando una caja inmaculadamente blanca que descontextualiza de cualquier referencia al libreto para centrar la narración en la cabeza de Oneguin. Quien espere un palacio ruso supongo que sufrirá cierta decepción, pero no es lo que Loy quiere ni está interesado. Su fama no se la ha ganado a base de poner cortinas y escaleras de mármol sino en el trabajo dramático de los personajes, en la obsesiva narración hasta el más mínimo detalle, en centrar su propuesta en el diálogo mental de Eugene Oneguin con sus propios fantasmas, huidas hacia delante y desenfreno para escapar de si mismo.

No hay nada al azar, todo está milimetrado y guste o no es innegable el inmenso trabajo realizado. El decorado y el vestuario para Loy son accesorios, entiende que hay que dar contexto, pero no aspira a epatar con el montaje cuando se levante el telón. Es más, su escenografía es más bien seca, quirúrgica y ausente del glamour zarista de una familia acomodada. Todo eso le sobra a Loy, que se centra y concentra en desmenuzar concienzudamente el carácter de cada rol con cada cantante e incluso cada miembro del coro (sus interminables y eternas jornadas de ensayos que ocupan entre mes y medio y dos meses son bien conocidas).

El resultado es una fenomenal obra de teatro. Cada intérprete que hay sobre el escenario sabe de dónde viene y dónde tiene que ir y hay momentos casi coreográficos en el movimiento del coro, especialmente. Eugene Oneguin en las manos de Loy no es un hastiado noble aburrido de todo sino un pendenciero abusador, Lensky es más blando, soso y sujeto al arbitrio de Oneguin de lo habitual y Tatiana es más empoderada de lo esperable. Excelente el coro Intermezzo que en la versión de Loy cobra un protagonismo inusitado casi convirtiéndose en un protagonista más de la función, especialmente a nivel escénico donde el trabajo conjunto de todos sus miembros es realmente destacable.

Para dar vida y voz a los tres protagonistas el Teatro Real ha convocado a los más prometedores cantantes hoy en día, extremadamente jóvenes (lo que beneficia sobremanera a dar vida a sus personajes, realmente convincentes) pero ya internacionalmente reconocidos: llegan a Madrid los ucranianos Iurii Samoilov como Eugene Oneguin y Bogdan Volkov como Lensky y la rusa Kristina Mkhitaryan como Tatiana. Samoilov y Mkhitaryan interpretaron los mismos roles en esta misma producción presentada en la temporada pasada en el Teatro del Liceu, aunque en esta ocasión cuentan con un Lensky mucho más idóneo, brillante y lucido que el apagado y flojo Pons que se escuchó en el teatro barcelonés. Tanto Samoilov como Volkov han sido los grandes triunfadores del pasado Festival de Salzsburgo con sus magistrales interpretaciones en El Idiota de Warlikowski y están en un excelente momento vocal.

Volkov, ganador del segundo premio Operalia 2016, debuta en España con este rol. Tiene una bella voz de tenor lírico, quizá algo más ligero para Lensky de lo habitual, con menos cuerpo y un color más claro pero sin duda con un material precioso, un gran gusto en el canto, muy seguro en escena y con una voz llena de juventud, fresca y con un buen legato. Su impecable interpretación del aria de Lensky ‘Kuda Kuda’ fue ejemplar: qué control del fiato, qué manera de cantar en un susurro para abrir la voz y atacar con una seguridad pasmosa la zona alta, qué gusto interpretativo. Fue probablemente lo más ovacionado de la función y es una suerte tenerle de nuevo en esta misma temporada: volverá al Teatro Real en unos meses en el rol del Príncipe Gvidon de El Cuento del Zar Saltan, que ya interpretó en La Monnaine en la misma producción que presentará el teatro en mayo.

Samoilov es de los jóvenes barítonos más interesantes y demandados, especialmente en teatros europeos. Voz grande, colorida, viril, con una fortaleza y gran capacidad de proyección, es un excelente actor y con una vis dramática de gran personalidad. Uno ya le ha oído en otras ocasiones y no le vio en su mejor noche, aunque su entrega al personaje fue apabullante, con una gran demanda física. Su Eugene Oneguin -supongo que decisión de Loy- es más pendenciero, más canalla y gamberro de lo que estamos acostumbrados pero borda el papel y su escena final con Tatiana es de una tensión sensual de una enorme carga dramática.

Kristina Mkhitaryan (ganadora igualmente del segundo premio Operalia en 2017) cuenta con un material vocal de una belleza extraordinaria, prodigioso, con unos buenos agudos, un dominio del instrumento apabullante, claridad y mucha garra en su ‘Escena de la Carta’ en la que brilla por la transparencia de las notas, su facilidad para emocionar y llegar a la zona alta sin dificultades. Recuerda a los inicios de otras cantantes ya consolidadas (Netrebko, Grigorian) y cuenta igualmente con una buena presencia escénica.

Excelentes la Olga de Victoria Karkacheva, la Larina de Katarina Dalayman y el Principe Gremin de Maxim Kuzmin-Karavaev. Un equipo de comprimarios de lujo para este título.

Frente al ascetismo escénico de Loy, su minimalismo extremo y su visión esteta de esta obra, Gustavo Jimeno desde el foso contrapuso una dirección ampulosa, bellísima, un sonido empaquetado y redondo, una continua paleta de matices con una tensión constante y una elegantísima dirección. Da gusto dejar la escena por un momento y verle dirigir con una enorme clase, un gesto natural propio de los grandes directores de antes. Su expresión no es sincopada, no maneja tics ni gestos raros sino que se mece durante toda la representación transmitiendo una nítida lectura, a ratos íntima como su espectacular acompañamiento al aria de Lensky o su fortaleza sonora en la ‘Polonesa’, realmente deliciosa. Su Chaikovski es puro romanticismo, de un cromatismo apabullante. A Jimeno, más experimentado en la música sinfónica que en la ópera, se le notan las horas de estudio concienzudo de la partitura. Ya deslumbró en su Ángel de Fuego de Prokofiev hace 3 años y promete ser un gran director musical del Teatro Real a partir de la próxima temporada.

Una parte minoritaria pero ruidosa del público no estaba contento con el trabajo del equipo escénico y se hizo notar. A uno le sorprenden este tipo de reacciones ante un trabajo interesante, muy trabajado e inteligente. Quizá estas personas deberían leerse el programa para entender lo que se está viendo, la propuesta escénica y si encaja en lo que el compositor quiso que fuera su obra. Pero supongo que todavía queda gente que necesita ver lo obvio. Sinceramente, a uno le ha parecido una producción magnífica, redonda y muy completa.

Ficha técnica

Eugenio Oneguin, de Piotr Ilich Chaikovski

Dirección musical: Gustavo Gimeno

Dirección de escena: Christof Loy

Escenografía: Raimund Orfeo Voigt

Vestuario: Herbert Murauer

Iluminación: Olaf Winter

Dirección de movimiento: Andreas Heise

Director del coro: José Luis Basso

Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real

Primer reparto: Katarina Dalayman, Kristina Mkhitaryan, Victoria Karkacheva, Elena Zilio, Iurii Samoilov, Bogdan Volkov, Maxim Kuzmin-Karavaev, Frederic Jost y Juan Sancho.

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