En 1975 se publicó El patio, el primer LP de Triana, una nueva banda que interpretaba “música callejera sevillana”, género musical que podría definirse como una mezcla de rock progresivo y flamenco. A pesar de que el grupo continuaba la senda iniciada por bandas como Smash —responsables de temas tan populares como El Garrotín o Ni recuerdo ni olvido—, la prensa no supo entender qué era Triana y, en los primeros meses, fue un rotundo fracaso que facturó menos de un centenar de copias.
«Fueron carne fresca para revistas como Disco Exprés, Ozono, para emisoras de FM marginales y poco más. Gonzalo [García-Pelayo] había creado Gong, subsello de Movieplay, cuando ejercía de periodista destacado, pero pocos le apoyaron y no le quedaba mucho margen para campañas publicitarias», recuerda el escritor Luis Clemente, que achaca ese fracaso inicial de Triana no a un problema de calidad sino de comunicación: «¿Estaba el público preparado para una obra maestra rompedora como El patio? Creo que sí, pero había escasas vías para darlo a conocer… Tanto, que un distribuidor me aseguraba que el tema comenzó a subir cuando metió el single en cien sinfonolas sevillanas…».
A pesar de esos comienzos difíciles, Triana se convirtió finalmente en uno de los fenómenos más importantes de la música popular española de la segunda mitad del siglo XX que, años después de su disolución, sigue fascinando a nuevas generaciones de oyentes.
«El ascenso de Triana se produce por el boca a boca y las actuaciones, y ese ambiente subterráneo ha traspasado generaciones, con el tocadiscos familiar», comenta Luis Clemente, que destaca cómo esa seguridad que les aportaba la fidelidad de su público hizo que Triana lograse lo que parecía imposible: «que [Rafael] Revert agachara la testuz» o, en otras palabras, que el director de Los 40 Principales accediera a radiar su música sin que, a cambio, los miembros de Triana tuvieran que aceptar que la editorial de la emisora gestionase sus derechos de autor.
Tres, número mágico
A El patio le siguió, en 1977, Hijos del agobio y a este, dos años después, Sombra y luz. Ese mismo año, el 30 de septiembre de 1979, Triana llenó el auditorio del Parque de Atracciones con más de treinta y cinco mil personas que, además de a un concierto histórico, asistieron a la entrega de un triple disco de platino cuando ese reconocimiento exigía ventas superiores a las 100.000 copias.
«Estos sevillanos con suerte para el número tres (tres miembros, con tres discos elepé, de los que han vendido trescientos mil ejemplares) se han convertido en los máximos vendedores de discos que ha dado el país, si se exceptúa a Gaby, Fofó y Miliki, Manolo Escobar o Camilo Sesto, cada uno en su terreno», escribía el crítico José Manuel Costa en Cambio 16, tal vez advertido de que fueron justamente las buenas ventas de Los Payasos de la Tele en Movieplay, las que habían financiado la creación de Gong y facilitado la grabación del primer disco de la banda. Sea como fuere, durante los primeros años de la Transición, Triana generó, entre un público heterogéneo que incluía a modernos y clases populares de toda España, más consenso que los Pactos de la Moncloa.
«Los tres eran muy diferentes entre sí pero hablaban la misma jerga. Eran músicos solventes para adaptarse a una idea, a una variación musical inédita tanto por los vericuetos flamencos que atravesaban con esos tres instrumentos como por la incursión en el universo del rock sinfónico que abrían», recuerda Luis Clemente, para quien el secreto del éxito de Triana radica en «Jesús de la Rosa, en sus canciones, en la adaptación al estudio, en la técnica imaginativa de la guitarra eléctrica y en un bajista que los conocía bien. Por último, también eran un trío conjuntado, con guasa personal, cuyo secreto igual está en la sencillez… y lo que ellos llamaban ‘salsa misteriosa'».
Otro de los secretos de Triana fue la perseverancia, el no tirar la toalla durante sus duros comienzos en Madrid, e incluso el hecho de que no fueran músicos advenedizos. Los tres miembros —especialmente Eduardo Rodríguez Rodway, que había formado parte del popular grupo Los Payos—, tenían un importante bagaje musical a sus espaldas y conocían el negocio, lo que, por otra parte, también fue un inconveniente a la hora de exportar su fórmula a otros países.
«He conocido a extranjeros que alucinaban con Triana pero ¿reconocidos en el extranjero? No», confirma rotundo Clemente. «En primer lugar, ellos no querían salir del país, Eduardo había conocido Europa y Sudamérica con Los Payos y no quería repetir. Además, la compañía de discos pasaba un kilo de invertir en ellos y el promotor Gay Mercader se convirtió en enemigo».
Un triste final
En 1983, Triana publicó su sexto disco de estudio. Un trabajo titulado Llegó el día y que, a la luz de los acontecimientos que se produjeron meses después, sonaba a nefasta premonición. El 13 de octubre de ese año, cuando regresaba a casa después de un concierto en Anoeta en beneficio de los afectados por las riadas del País Vasco, Jesús de la Rosa tuvo un accidente de automóvil. El vehículo en el que viajaban el músico y el técnico de sonido Javier Osma, chocó contra una furgoneta. Aunque ambos fueron trasladados al hospital, en el que entraron por su propio pie, las complicaciones derivadas de unas heridas internas hicieron que de la Rosa falleciera en el quirófano.
La muerte del músico supuso el fin de la banda. Si bien la separación se demoró algunos meses más, Rodríguez Rodway y Juan José Palacios «Tele» emprendieron caminos diferentes y, poco a poco, fueron surgiendo entre ellos problemas relacionados con la gestión del legado del grupo. Mientras que para el guitarrista Triana debía quedar como una leyenda, Tele mantuvo a Triana con vida, avalado por el hecho de ser el propietario legal del nombre, el cual había registrado sin contar con sus compañeros. De hecho, tras la muerte de Tele en 2002, su viuda y heredera, autorizó que otras personas siguieran presentándose como Triana. Aunque la decisión dio pie a una demanda judicial por parte de Rodríguez Rodway, los tribunales fallaron a favor de la viuda.
«Los problemas sobre el nombre han perjudicado sobre todo a la moral de Eduardo, pero no a la relevancia de Triana, que tiene docenas de grupos tributo. La pena es que Triana haya quedado como uno más, en este caso, tributo fantasmal a sí mismo», comenta Luis Clemente, que acaba de publicar una nueva edición de Triana. La historia, la primera biografía de la banda que se publicó. Autoeditado por el propio Clemente en 1997 y promocionado en su momento con apoyo de la discográfica del grupo, el libro vendió en tan solo un año los cinco mil ejemplares de la primera edición, a los que se sumarían otros dos mil más en 1998, que también se agotaron. Así ha permanecido durante años, lo que ha provocado que los seguidores del grupo llegasen a pagar precios astronómicos por un ejemplar en el mercado de libro ya leído. Ahora, sin embargo, pueden conseguirlo en cualquier librería por 30 euros o solicitándolo directamente al autor por correo electrónico ([email protected]) por 25 con gastos de envío incluidos.
«He añadido un prólogo de seis páginas, un índice onomástico, pasta dura, además de mejoras en el diseño…», detalla Clemente que, más allá de actualizar lo sucedido en las más de dos décadas transcurridas desde la primera edición, no ha retocado un texto que, sin ocultar la admiración por el grupo, siempre evitó caer en la idolatría. «Triana tiene muchos elementos para escribir una hagiografía, una vida de santos, porque tiene su propio mártir. Que el escritor esté al servicio del biografiado puede ser lo habitual en nuestro país, pero yo quise ofrecer una manera nueva, hablamos de 1997, con un revuelto de comentarios de prensa y entrevistados, y algunas de las voces nos aclaran que no todo fue un patio de geranios, que era una briega con periodistas y directivos y conciertos…», explica Clemente que, con el 2025 ya empezado, desconoce si más allá de su libro hay en marcha algún tipo de iniciativa para celebrar el 50 aniversario de El patio.
«¿Proyectos de celebración? Ni idea. Pero me temo lo peor. Le pusieron el nombre de Jesús de la Rosa a una calle donde no vive nadie y una placa en la casa de al lado donde nació. ¿Una estatua? ¿En Pino Montano? El mejor homenaje sería el traslado de sus restos a Sevilla, que casi se consigue hace diez años», concluye Luis Clemente.
Luis Clemente
Lapislázuli
180 páginas | 30 euros