«Si estáis leyendo esto, todo habrá acabado. Probablemente, el precio que me ha tocado pagar es demasiado duro, pero mi alma está tranquila«. Rezaba así, de puño y letra, la carta que Iván Fandiño había escrito dos años antes de su muerte y siempre llevaba consigo en su maleta personal. ‘El león de Orduña’, como era conocido entre muchos aficionados a los que su rugido les había conquistado a base de persistencia en el triunfo, entrega en el sacrificio y rebeldía en la forma de enfocar su carrera como torero. Fue Fandiño un torero atípico desde los orígenes vascos que le vieron desarrollar su faceta musical y autóctonamente deportiva. «Iván tenía cuerpo de pelotari. Pesaba 90kg. Sabía que era muy difícil, por eso él lo daba todo. Y tuvo varias cornadas hasta la de ese día». Las palabras de Paco Fandiño, padre del torero, brotan punzantes desde el corazón de aquel hombre de tradición no taurina que pronto entendió que tenía que apoyar la decisión de su primogénito. «Lo teníamos muy claro, si no le seguías ibas a perder el hijo».
Iván, en el recuerdo
Miguel Ángel Silva pasea las calles de Orduña/Urduña, el único municipio de la provincia de Vizcaya con el título de ciudad, respirando el legado del torero vasco en forma de recuerdos de sus amigos de la infancia. «Mi madre me llamó y me dijo, a Iván lo ha matado un toro. Que no, que no puede ser. Me estás mintiendo«. Janire, delante de la escultura en honor a la memoria de su amigo, recuerda la sonrisa de un torero de semblante serio que ‘se rompía’ con los más cercanos. «Todo lo que se proponía lo ha conseguido en la vida. Es un vacío que es muy difícil de llenar». Xabi tiene la sensación de que en algún momento le va a ver doblando la esquina del colegio en el que estudiaron juntos. El corazón de los orduñeses a los que Iván había conseguido aficionar a los toros se congeló aquel 17 de junio cuando se confirmaban los peores presagios desde Las Landas francesas. El mundo del toro se volvía vestir de luto apenas un año después de la muerte de Víctor Barrio.
Un torero revolucionario
«Era un torero incómodo porque ponía en entredicho la situación de las figuras y la discriminación que los poderes de la tauromaquia ejercían contra personalidades como la suya». Recordaba el colaborador Rubén Amón en la sección ‘Silva, tras el Espejo’ que Iván Fandiño había sido un torero rebelde, revolucionario. Combatió el sistema taurino desde la independencia a la hora de desarrollar su carrera en los despachos. De la mano de su inseparable apoderado Néstor, mantuvieron en ocasiones un pulso contra las estructuras y estamentos más rígidos de la tauromaquia. Fue Fandiño un torero que miró de frente a la muerte hasta el punto de dialogar con ella en una carta. Que asumió y naturalizó las posibilidades más trágicas del destino para aquellos que se visten de luces y ponen su vida al servicio de la imprevisión de una tarde de toros. El león ya no ruge en las plazas, pero sí en los corazones de todos aquellos aficionados que disfrutaron del toreo de aquel pelotari vasco que consiguió revolucionar la tauromaquia.
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